Crítica:OPERA /'TRISTAN E ISOLDA'

Entre fantasía escénica y musicalidad radical

El limitado y escaso atractivo escénico de Tristán e Isolda, con su acción casi estática, está ampliamente compensado por el valor de su música y, aún más, por su extra ordinario poder comunicativo, que determinan que este drama wagneriano no sea precisamente una de las cimas del arte lírico sino con toda seguridad, su más calificado exponente. El exacerbado cromatismo musical que invade la partitura de esta genial creación es, debido a las tensiones de su constante y angustiosa inestabilidad armónica, el motor que empuja la real expresividad erótica de sus protagonistas. Musicalmente, ...

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El limitado y escaso atractivo escénico de Tristán e Isolda, con su acción casi estática, está ampliamente compensado por el valor de su música y, aún más, por su extra ordinario poder comunicativo, que determinan que este drama wagneriano no sea precisamente una de las cimas del arte lírico sino con toda seguridad, su más calificado exponente. El exacerbado cromatismo musical que invade la partitura de esta genial creación es, debido a las tensiones de su constante y angustiosa inestabilidad armónica, el motor que empuja la real expresividad erótica de sus protagonistas. Musicalmente, en Tristán se halla en potencia todo el desarrollo posterior de la música moderna, pues contiene el germen que conducirá primero al expresionismo musical, y luego a todos los ismos que conllevan la disolución de la tonalidad.Probablemente el estatismo escénico aludido ha llevado al director de escena Werner Michael Esser a crear otro ambiente, en el que suprime la luz de las candilejas para iluminar con un halo muy concreto la faz de los protagonistas, con lo que consigue crear un universo mágico, que va más allá de la propia escena. Lo que ocurre es que complementa el decorado (estilizando en los confines de la abstracción) con unas figuraciones colorísticas de calidad bastante dudosa (la evocación el primer número de Fantasía de Walt Disney se impone) que más que sugerir la otra realidad del drama, distraen de la que efectivamente transcurre a la vista del espectador. En definitiva, la idea interesa, pero su materialización no siempre plasma ese universo expresivo que trasciende de la fusión entre música y texto. Hechos los precedentes matices, apuntamos que la representación, desde el lado musical, fue totalmente satisfactoria. Spas Wenkoff fue un Tristán aplomado de voz bien templada, reservado en sus primeras intervenciones, más elocuente en el apasionante y apasionado duo del segundo acto, en el que estuvo perfectamente entonado y con evidente vigor y entidad en la angustiada itervención del acto final. Janis Martin, dio una ejemplar visión de Isolda en su doble vertiente de actriz y cantante. Sus facultades en este último aspecto denotan una excelente escuela y su profunda intencionalidad dramática se hizo sensible a través de toda la obra y, muy en particular, en la escena final de una comunicativa y efectiva intensidad.

Tristán e Isolda, de Richard Wagner

Reparto: Spas Ewnkoff, Janis Franz Ferdinand Nentwing, Harald Stamm, Alfred Werner, Eva Randova, Michael Pabsi. Dirección de orquesta: Janos Kulka. Escena: Werner Michael Esser. Coro: Romano Gandoyi. Violín concertino: Jaume Francesch.Gran Teatro del Liceo, 5 de diciembre de 1982

Del resto del reparto destacamos a Eva Randova (Brangana), dotada de un color vocal muy expresivo; Harald Stamm (El rey Mark), muy digno en su actuación, Franz Fernidand Nentwig, que encarnó un Kurwenal muy convincente y correctas las fugaces intervenciones de Machael Pabst y de Alfred Werner.

Janos Kulka demostró una óptima disposición dírectiva al concertar y articular perfectamente el cometido de la orquesta con el desarrollo escénico ofreciendo en definitiva una versión muy aceptable de la obra por el lado musical. El teatro lleno. Grandes aplausos.

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