El síndrome del 1-J
De repente aparece desplegada una pancarta. El fondo es blanco y los caracteres negros. La enarbola un solo aficionado. Un luto encuadra el mensaje. Y dicePaquirri
Niño de la Capea
C. Núñez
Etc. Etc.
Fallecieron ayer.
Todo el mundo lo entiende. La única disculpa. son. los paraguas. Los toros parecen cojos, "hasta de la buena", como dice un aficionado. El síndrome del 1-j comienza a funcionar.
La corrida memorable del martes no ha sido buena para la fiesta. Cualquier actuación, buena, mala o pasable, va a ser juzgada en el futuro de acuerdo a los cánone...
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De repente aparece desplegada una pancarta. El fondo es blanco y los caracteres negros. La enarbola un solo aficionado. Un luto encuadra el mensaje. Y dicePaquirri
Niño de la Capea
C. Núñez
Etc. Etc.
Fallecieron ayer.
Todo el mundo lo entiende. La única disculpa. son. los paraguas. Los toros parecen cojos, "hasta de la buena", como dice un aficionado. El síndrome del 1-j comienza a funcionar.
La corrida memorable del martes no ha sido buena para la fiesta. Cualquier actuación, buena, mala o pasable, va a ser juzgada en el futuro de acuerdo a los cánones establecidos el uno de junio. Los aficionados de ayer, por tanto, no valoran nada que no sea valorable.
Había dos formas de actuar. Una, tratando de oscurecer los albores alcanzados por Palomar, Esplá y Ruiz Miguel; otra, descubrir para siempre las virtualidades respectivas. No se dieron a sí mismos ni siquiera la ocasión. No sirven para ésto, y las gradas, incluído el señor de los tres güisquies que ayer se mudó al diez, lo atestigüaron.
Datos, seguramente conocidos ya, para que ustedes aumenten su cultura taurina. Juan Cabello, El Brujo, peón de confianza de Pedro Moya, ha sido el maestro del hoy mentado en los carteles como matador de toros. José Luis Barrero, otro miembro del staff de Moya, recibió una vez un tiro en la barriga por no creer firmemente en la veracidad de un atraco en el que, involuntariarnente, se vió envuelto. De aquel no aprendió nada; de éste, casi todo. Nadie vea doble intenciones, ni torcidas versiones. Realmente no se quiere decir nada. Pero algo hay que contar.
Para contar, "cuenta los aplausos y verás las entradas que ha regalado Manzanares". Así se expresa otro habitual de los tendidos.
No hay nada peor que una plaza de toros fría, unos aficionados con los estambres y pistilos del clavel, sea rojo o blanco, desvaídos. La plaza era ayer como un polo de limón. Nada más desanimante que un espectáculo en el que los principales protagonistas salenconvencidos de su imposibilidad y, los más listos, de su impunidad. Ni chicha ni limoná. Otra vez será. Es de suponer, algunos dirán que es de esperar, que será tarde.