Editorial:

Posiciones frente a la guerra de las Malvinas

LA APARATOSA toma de posición norteamericana en el conflicto del Atlántico Sur a favor de las tesis británicas, prometiendo apoyo logístico a Londres en caso de guerra y decretando un boicó generalizado a Argentina, constituye la radical internacionalización del tema, y lo sitúa en una perspectivaí preocupante. La cuestión de las Malvinas ofrece desde el principio confusos perfiles que dificultan un alineamiento sin matices. Por un lado, el hecho colonial y anacrónico mantenido por el Reino Unido es todo un abuso de imperialismo mordaz en los años que vivimos. No le asiste, desde el punto de v...

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LA APARATOSA toma de posición norteamericana en el conflicto del Atlántico Sur a favor de las tesis británicas, prometiendo apoyo logístico a Londres en caso de guerra y decretando un boicó generalizado a Argentina, constituye la radical internacionalización del tema, y lo sitúa en una perspectivaí preocupante. La cuestión de las Malvinas ofrece desde el principio confusos perfiles que dificultan un alineamiento sin matices. Por un lado, el hecho colonial y anacrónico mantenido por el Reino Unido es todo un abuso de imperialismo mordaz en los años que vivimos. No le asiste, desde el punto de vista del Derecho internacional, el menor atisbo de razón al Gobierno de Londres. Por el otro, la actitud de la Junta Militar argentina es recusable, no sólo por el empleo unilateral de la fuerza para resolver un contencioso sometido a un proceso de negociación diplomática, sino por la suposición fundada de que esta decisión se ha hecho de cara al consumo interno de un país asolado por un régimen odioso, que no duda en asesinar a miles dé ciudadanos como sistema único de mantenimiento en el poder de la oligarquía militar. Si los demócratas de cualquier parte del mundo no pueden aceptar un reforzamiento de la Junta, igualmente han de condenar el imperialismo desnudo y frío ejercido por el Reino Unido desde ayer, con la poderosa alianza de Estados Unidos. En esta guerra que parece que se avecina -si no lo remedia a última hora el buen sentido de alguien-, resulta así casi imposible distinguir dónde están los buenos y dónde están los malos.

La posición de España ante el conflicto está por definir, sin duda por las dificultades obvias que conlleva hacerlo. Lo que desde luego se puede adelantar ya es que el problema no es ni tan distinto ni tan distante a la sensibilidad española, como con un pretencioso juego de pala bras quiso liquidarlo el presidente del Gobierno. No es distinto; pues, aun siendo diferentes la historia y los de rechos territoriales a ejercer con respecto a Gibraltar -y de esto ya hemos hablado días atrás-, de hecho se trata de dos situaciones coloniales británicas que es pre ciso resolver. Mucho menos puede hablarse de que es -distante si se entiende que España está cruzada, y crucificada, de sentimientos en este caso: por un lado, el de ser un país europeo, con su propia tradición colonial, a punto de entrar en la OTAN, deseoso de integrarse en la CEE y aliado casi a ciegas de Estados Unidos. Por otro, Argentina es una nación hermana que mantiene sólidos lazos históricos con nuestro país. Por último, la demo cracia española abomina de regímenes como el de los militares argentinos, que han devengado miles de exiliados en nuestro propio suelo y que someten a una dictadura feroz e inhumana a sus propios ciudadanos. Cualquier opción de refuerzo de la Junta en semejante circunstancia es una opción contra los derechos humanos.

Y, sin embargo, la patata caliente está ahí. La Unión Soviética, Cuba, los regímenes de socialismo real, se han alineado lo mismo con las democracias latinoamericanas que con las dictaduras de ultraderecha del continente en su apoyo a la Junta de Buenos Aires, a la que en esta ocasión ni siquiera le ha faltado el surrealista aliento de los Montoneros. Mientras, los países europeos cierran filas en tomo a su aliado británico y, desde ayer, a su más poderoso aliado: Estados Unidos. España sólo balbucea, que sepamos. Sus sentimientos contradictorios podrían haber servido quizá para intentar una mediación, para pretender jugar un papel de paz -pudo hacerlo en El Salvador, en Nicaragua-, pero parece preferir no jugar ninguno. En la sensibilidad argentina esto es tanto como hacer el juego a los colonialistas británicos, y una actitud así se compadece mal con la presencia de una colonia extranjera en nuestro suelo (Gibraltar) y con las declaraciones puramente verbales de amor a la hispanidad.

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Sin embargo, la actitud española, aun sin ser brillante, ha resultado inteligente hasta ahora mismo. Si se suponía que un arreglo diplomático era previsible a corto plazo, ¿a qué apresurarse a estas tomas de posición?, parecían decirse nuestros diplomáticos. Desde la internacionalización definitiva del conflicto, con la intrusión abrumadora -sin duda en un esfuerzo de evitar la guerra mediante la humillación simple de los argentinos-, la neutralidad española va a tener que decantarse. No basta declarar que estamos por una solución pacífica, pues eso es obvio.

Hay preguntas dolorosas pero irremediables. Gran parte de la flota británica dispuesta a disparar hoy sobre las Malvinas partió de Gibraltar precisamente. Si un incidente armado se desata, ¿está nuestro país en condiciones de decretar algún tipo de bloqueo aéreo y naval sobre la Roca, a fin de evitar que ésta sirva de apoyo logístico en el futuro a las operaciones bélicas británicas? ¿Está dispuesto a seguir el boicó comercial europeo, o prestará ayuda material y moral a Argentina? ¿Seguirá con su postura abstencionista en el Consejo de Seguridad de la ONU, como si todo esto no fuera con nosotros? Cualquier prolongación de la duda o la ambigüedad será contemplada en adelante por los argentinos como una alineación con los intereses de sus enemigos actuales. Cualquier gesto de simpatía hacia Buenos Aires minará nuestras relaciones con Washington. La papeleta de Leopoldo Calvo Sotelo, lejos de los juegos de palabras, es entonces descubrir de dónde y hacia dónde sopla el viento de la Historia. Y reconocer los sones con que vibran el corazón y la mente de los españoles.

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