Crítica:"POP"

Una redada psicodélica

El fin de semana pasado, Madrid parecía totalmente Londres. Vainica Doble ofrecían uno de sus típicos conciertos -sorpresa (o casi) en un colegio mayor-, Flash Strato y Ramoncín andaban por Bravo Murillo, y junto a Torres Blancas se daba un concierto de presuntos psicodélicos ingleses. Un lujo.Este último lugar (el Rock-Ola) fue el escenario de lo más excitante. Ya la gente puede ir a conciertos con el atractivo adicional de una posible redada policial. Al parecer, algún vecino se ha quejado agriamente del ganado que corre a altas horas de la noche bajo sus ventanas (sin hacer mucho ruido, que...

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El fin de semana pasado, Madrid parecía totalmente Londres. Vainica Doble ofrecían uno de sus típicos conciertos -sorpresa (o casi) en un colegio mayor-, Flash Strato y Ramoncín andaban por Bravo Murillo, y junto a Torres Blancas se daba un concierto de presuntos psicodélicos ingleses. Un lujo.Este último lugar (el Rock-Ola) fue el escenario de lo más excitante. Ya la gente puede ir a conciertos con el atractivo adicional de una posible redada policial. Al parecer, algún vecino se ha quejado agriamente del ganado que corre a altas horas de la noche bajo sus ventanas (sin hacer mucho ruido, que se sepa), por lo cual la policía procedió en primer lugar a un asalto del local, poniendo a la gente contra la pared y reteniendo a algunos que poseían más chocolate del habitualmente permitido. También se retenía a los de pasaporte caducado. Cayeron así músicos, empleados del local, críticos, jóvenes y viejos. La cosa no pasó a mayores.

Con todo lo cual, el cuerpo se encontraba moderadamente dispuesto para escuchar a esos psicodélicos de opereta que nos mostraban las animosas luces del local. Eran The Talk, y lo mejor que tenían eran las camisas. Brillantes y a lunares, como debe ser. Y un estilo que no era otra cosa que pop duro americano, del tipo que pueden hacer los Beat o los Motels. Sólo que sus rostros eran notablemente pánfilos, o al menos así les hacía parecer su música.

Algo mejor resultaron los Barracudas, más siniestros, y cuyo cantante tuvo el buen detalle de montar números con el público y poner caras terribles apoyado por unos músicos algo más cáusticos que los anteriores.

David Lindley, que actuaba el sábado, es conocido por sus colaboraciones con grandes de la costa Oeste, como Crosby y Nash, James Taylor, Jackson Browne y otros varios. El suyo resultó un concierto mucho más psicodélico que el del día anterior, pero en clave tranquila, tiradita y poco estridente. Hicieron una versión preciosa del Twist and shout, cabalgaron por el reggae y por el folk, y David Lindley tocó el violín y la guitarra, y, de cuando en cuando, dejaba escapar algún aliento country. Estuvieron muchísimo tiempo, parecían divertidos, y la gente se lo agradeció. En resumen, un concierto agrada

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