Ramones, en la cárcel de Carabanchel

No fue un concierto risueño. Ni siquiera uno de esos que se pueden frivolizar para disfrute del personal. El de Ramoncín, ayer a mediodía, en la cárcel de Carabanchel, resultaba tan trágico como Viridiana (Buñuel), tan patéticamente corto como los roperos de caridad Tan así fue la cosa que al guitarrista de Ramoncín le desapareció la cartera, que le fue posteriormente devuelta, aunque con mil duros de menos. Todo un símbolo.Una emisora madrileña, Radio Centro mantiene en antena un programa llamado Disco-cross que, regentado por Mariano, que enlaza a los presos con sus fami...

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No fue un concierto risueño. Ni siquiera uno de esos que se pueden frivolizar para disfrute del personal. El de Ramoncín, ayer a mediodía, en la cárcel de Carabanchel, resultaba tan trágico como Viridiana (Buñuel), tan patéticamente corto como los roperos de caridad Tan así fue la cosa que al guitarrista de Ramoncín le desapareció la cartera, que le fue posteriormente devuelta, aunque con mil duros de menos. Todo un símbolo.Una emisora madrileña, Radio Centro mantiene en antena un programa llamado Disco-cross que, regentado por Mariano, que enlaza a los presos con sus familias, les pone discos dedicados y, en fin, ha logrado de la dirección carcelaria que puedan montarse allí festivales de música capaces de solazar el involuntario retiro de los internos.

De modo que, por turno, los presos, que ven en su cine-club películas como Warriors (Las pandillas del Harlem) o La fuga de Alcatraz, podrán contemplar por turno a rockers como Ramoncín u Obús y a otros más raciales, como los Chichos, ninguno de los cuales cobra un duro.

El concierto en sí resulta difícilmente clasificable, más que nada por el entorno. Ramoncín comenzó pasando sus emparedados a las manos del personal y siguió luego desgañitándose durante un largo rato ante el variable interés de una gente que no estaba allí por vocación o amor al rock. Ramoncín fue sacando sus canciones y hablándole al personal en un idioma que comprenden bien, pero mientras la séptima galería (políticos) se dedicaba a airear pancartas como «Música en la Provincial, palos en los celulares» o «Las cárceles no sirven, libertad», aplaudidas fervorosamente por sus compañeros.

Uno de esos compañeros salió allí a cantar un rato una pieza de dadaísmo rockero y los demás comentaban lo agridulce de todo esto: «Nos recuerdan lo que hay fuera».

Ya de salida, y tras haber pasado múltiples rastrillos enrejados, el director, don Eusebio, se despedía con rostro algo preocupado: «No se pasen ustedes, pero, en todo caso, esperamos verles pronto por aquí». La buena intención a veces finaliza en ironía dramática.

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