Crítica:"POP"

Isaac Hayes, más presencia que música

Actuaba Isaac Hayes. Era una de las últimas actuaciones en el Palacio de los Deportes, dentro del Festival San Isidro 81, y la gente medio llenaba el lugar. Antes habían pasado por el escenario Témpano y Asfalto, que no tenían nada que ver con la previsible música del inmenso negrazo que se nos iba a venir encima.Eva Gloria, presentadora de Televisión, hacía las delicias del respetable con sus invocaciones a la marchita (sic), recibiendo a cambio pitadas tan intensas como sinceras. Pero ella, como profesional, lo aguantaba todo, hasta llegar al buen Isaac.

Quien más quien menos e...

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Actuaba Isaac Hayes. Era una de las últimas actuaciones en el Palacio de los Deportes, dentro del Festival San Isidro 81, y la gente medio llenaba el lugar. Antes habían pasado por el escenario Témpano y Asfalto, que no tenían nada que ver con la previsible música del inmenso negrazo que se nos iba a venir encima.Eva Gloria, presentadora de Televisión, hacía las delicias del respetable con sus invocaciones a la marchita (sic), recibiendo a cambio pitadas tan intensas como sinceras. Pero ella, como profesional, lo aguantaba todo, hasta llegar al buen Isaac.

Quien más quien menos esperaba algo de ritmo por parte de este hombre, pero al poco quedó claro que allí no había otra forma de coger marcha que corriendo por los pasillos. Comenzó en tono lento, como de crooner afincado en Las Vegas, sólo que en calvo y lleno de reflejos. Era premioso y su voz de barítono raspaba las sensibilidades provocando una división de opiniones que se mantuvo casi todo el tiempo.

De cuando en cuando, como al comienzo de Shaft, su tema más conocido, la gente procuraba encandilarse, pero aquello no acababa de funcionar. La sección de viento no sonaba como debía, no existían contrastes, el concierto amenazaba con pasar sin pena ni gloria. Por otro lado, Isaac Hayes no renunciaba a mostrar su figura de boxeador, se movía como le permitieron sus carnes y sonreía a un coro de mujeres que también sonreían.

Pero no era eso. Era una pena ver a este hombre renunciando a su creatividad y sin aportar más que muchos músicos a los que podía haber sacado más partido. No hubo juerga, sino un nombre, un aspecto y una voz. Las opiniones, ya digo, se separaron. Era lo lógico.

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