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Mi país y sus excusas

Si algún pueblo del Estado español ha optado por la abstención respecto a la realidad, escondiendo la cabeza bajo alas míticas, tribalismo y exaltación de la demagogia, ese pueblo ha sido, desgraciadamente, el mío.Conscientes de la gravedad de la agresión golpista, el resto de los pueblos del Estado ha sabido responder masivamente. Sus instituciones autónomas se han manifestado; ya la noche de aquel lunes, el presidente de la Generalidad salía a las ondas demostrando sus dotes de estadista, a la vez que centrales sindicales y partidos se reunían en Madrid y gestaban su respuesta. Aquí, en Eusk...

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Si algún pueblo del Estado español ha optado por la abstención respecto a la realidad, escondiendo la cabeza bajo alas míticas, tribalismo y exaltación de la demagogia, ese pueblo ha sido, desgraciadamente, el mío.Conscientes de la gravedad de la agresión golpista, el resto de los pueblos del Estado ha sabido responder masivamente. Sus instituciones autónomas se han manifestado; ya la noche de aquel lunes, el presidente de la Generalidad salía a las ondas demostrando sus dotes de estadista, a la vez que centrales sindicales y partidos se reunían en Madrid y gestaban su respuesta. Aquí, en Euskadi, nada: trasiego de demagogos por la frontera de Irún, desamparo popular ante un Gobierno vasco mudo, terror y preocupación frente a lo que nos venía encima, gran complejo de culpabilidad y la más absoluta indefensión.

Quien tuviera que andar por las calles de Bilbao se daba de bruces con las falsedades erigidas por las derechas e izquierdas de este país. No existía Gobierno vasco, no existía ningún lugar de encuentro donde organizarse. Los garantes de la defensa, como ellos se llaman, de la independencia y el socialismo, ETA, caía como un ídolo de barro. Ni podían armar, ni dirigir, ni organizar al pueblo, porque jamás, al revés que los viejos revolucionarios de principio de siglo, se habían preparado para ello, Los voceros del «Euskadi no se rinde» encontraban a su país más rendido que nunca, losdel «Herri armatua inoiz ez zanpatua» («El pueblo armado jamás será vencido») encontraban a nuestro pueblo más vencido que nunca. Los mitos sacralizados yacían por los suelos, como en Roma, tras el paso de los bárbaros.

En aquellos momentos eran pocos los que dejaban de invocar el mea culpa. Se trataba de consumir, con la oreja en el transistor, el último segundo de las libertades democráticas, de la libertad de expresión, del Parlamento entonces secuestrado, de los partidos políticos, de los sindicatos. Y a fuer de ser sincero, algún izquierdoso se atrevió a dar calificativos: Juan Carlos I el bravo.

Golpe del otro lado

Pero creo que ya el martes nuestro país se excusaba de reflexionar. Había quienes no podían admitir que entre la dictadura militar y el actual sistema hay diferencias sustanciales, porque toda su estrategia se les vendría entonces abajo. No podían admitir que la sociedad civil, real, políticamente institucionalizada, existiese verdaderamente. Si Tejero y el Congreso son lo mismo, nada se había visto en peligro. Todo para demostrar la validez de la alternativa armada, de sus heroicos adalides, que en menosprecio de la sociedad civil vasca, de sus partidos, de sus instituciones, manejan la otra alternativa militarista, que lo único que consigue es el golpe del otro lado.

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Y el complejo de culpabilidad empezó a enmascararse en lo trivial o en las medias verdades: que según los mismos de antes, que no habrá un castigo hasta el final. que esta democracia tiene presos, que es el mismo sistema económico, que está claro que ETA está contra el golpe. Pero se escondía la respuesta que múltiples instituciones dieron contra el golpe, encontrando así el espaldarazo democrático. Se escondía el hecho de que la Invocación a una Euskadi desgobernada por la existencia de ETA había sido el pretexto cuidadosamente incubado desde tiempo atrás, para que determinados militares hagan el papel de Pavía. Y hubo gente que se había creído las excusas.

Es obvio la reflexión, y el tribalismo político volvió a manifestarse en el sectarismo con que empezó a gestarse la manifestación contra el golpe. El PNY, el partido del Gobierno vasco, el representante de la institución autónoma vasca, se aislaba de la convocatoria. Miedo a que su gente no acudiese porque enfrente estaba HB, y si el PNV no va, el Gobierno tampoco. Un Gobierno monocolor, hijo de su partido, con algunas ideas, pero castradas por infinidad de juntas municipales de su hetereogéneo partido. Parlamento vasco que tampoco se pronuncia, que no sirve para resoluciones políticas inmediatas, porque el Parlamento está en Vitoria y el secretario general del PNV, que ni tan siquiera es ni puede ser parlamentario, en Bilbao. Allí era absolutamente imposible el acuerdo para la manifestación contra el golpe, porque faltaba interlocutor.

Cuando los partidos se reunieron se hizo abstracción de la amenaza que había pendido -y sigue pendiendo- sobre la frágil democracia. Se hizo abstracción del golpe, se siguió haciendo electoralismo, arrinconando al otro contra las cuerdas, se optó por decir que había miedo ante las FOP y ante la manifestación convocada por HB a la misma hora y en el mismo lugar. La retirada del PNV y la confusión entre las otras fuerzas dejó a Euskadi sin voz frente a la amenaza golpista, favoreciendo así a los que dicen que no hay lugar para las masas en esta democracia, que el único proceso plausible es redimirla a través de estrategias militaristas.

Con el silencio del pueblo vasco parecía que Euskadi y Tejero estuvieran de acuerdo.

Quizá la única reflexión: la de ETApm declarando el alto el fuego, quitando de en medio uno de los pretextos fundamentales que dieron origen al pronunciamiento fracasado. La buena noticia de un mes lleno de pésimas noticias. Lo demás siguen siendo deseos: que el PNV gobierne, que la oposición sepa la responsabilidad de encauzar política y civilmente a este país, que aleje el espeluznante proceso militar, el de unos y el de otros, de esta Euskadi sumida en mitos de barro que sólo sirven para excusar las grandes tareas pendientes.

Eduardo Uriarte ex militante de ETA condenado a muerte en el proceso de Burgos, en diciembre de 1970, es en la actualidad diputado del Parlamento vasco por la coalición Euskadiko Ezkerra.

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