La larga noche del 23 de febrero

Brunete; "¡Que no es una riña, mujer, que es otro alzamiento!"

«Por favor, un valium inyectable. Es muy urgente. Mi mujer. Tiene un ataque. Rápido, por favor». La joven farmacéutica de Brunete, un pueblo fantasma, labrado por los presos con granito imperial y situado a cuarenta kilómetros de Madrid, trató de calmar a su cliente mientras le pedía la receta obligatoria.Eran casi las siete de la tarde del pasado lunes y aún olía a polvora en el Congreso de los Diputados. «Mire usted: déjese de recetas y déme, por favor, el valium para mi esposa. Soy teniente coronel». La boticaria, que no tenía conectada la radio, no acababa de entender la relación entre el ...

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«Por favor, un valium inyectable. Es muy urgente. Mi mujer. Tiene un ataque. Rápido, por favor». La joven farmacéutica de Brunete, un pueblo fantasma, labrado por los presos con granito imperial y situado a cuarenta kilómetros de Madrid, trató de calmar a su cliente mientras le pedía la receta obligatoria.Eran casi las siete de la tarde del pasado lunes y aún olía a polvora en el Congreso de los Diputados. «Mire usted: déjese de recetas y déme, por favor, el valium para mi esposa. Soy teniente coronel». La boticaria, que no tenía conectada la radio, no acababa de entender la relación entre el rango militar y el valium, hasta que el viajero se lo aclaró.«Pero ¿no sabe usted que ha habido un golpe de Estado? Ande. Déme el valium». Cuando el teniente coronel llegó a su casa, con su mujer repuesta del susto, llamó a la farmacia de Brunete para dar las gracias y tranquilizar a su dueña asegurándole normalidad en todo el país. En todo el país, menos en Brunete.

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La señora Concha corría por la calle de la Iglesia en busca de su hija. «¡Ay Dios mío! ¡Que dicen que hay tiros en la plaza! ¿Qué clase de riña es ésa?», preguntó a una vecina que asomaba media cabeza por el portón esperando ansiosa la llegada de su marido. « ¡Que no es una riña, mujer, que es otro alzamiento! ».

La señora Concha contuvo la respiración y los nervios, pero no las lágrimas, recogió a su hija y se encerró en casa. «Ni radio, ni tele, ni nada. Es mejor no saber nada de nada», ordenó a su hija.

En el bar de la plaza Mayor jugaron una partida valiente hasta las once de la noche. Eran la mayoría silenciosa de Brunete. Frente al bar brillan dos lápidas conmemorativas que recuerdan el trauma histórico de este pueblo sin resucitar y de su famosa batalla. Ningún ladrillo sobrevivió a las bombas. Todo ha sido reconstruido con granito de Chapinería por los presos de la guerra. Este pueblo-cuartel parece aún embalsamado y traumatizado. «Esta plaza perpetúa la gran victoria de la batalla de Brunete en nuestra Gloriosa Cruzada de Liberación», reza una placa. «El 18 de julio de 1946, décimo aniversario del glorioso Alzamiento, Francisco Franco, jefe del Estado y Generalísimo de los Ejércitos, inauguró esta plaza Mayor construida por la Dirección General de Regiones Devastadas», dice la otra placa. Devastadas.

«Dicen que se han reunido en casa de uno de ellos con las escopetas cargadas y son más de veinte», comentó un vecino, alarmado. Cerró sus puertas, cargó su carabina y dijo a su mujer: «De aquí no me sacan vivo los fascistas». Y aguardó pegado a la radio y a la carabina hasta el amanecer.

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En Brunete no hay más que miseria, paro, granito, viejas glorias y mucha caza. Todos los vecinos son cazadores y reúnen más de doscientas escopetas. «Nuestros padres están amargados con la política y con la guerra, comentó una joven adolescente que se queja de que no hay ni cine ni baile ni alegría en este pueblo de montescos y capuletos.

«Yo no digo que quiten la placa de los caídos ni la corona de Fuerza Nueva, sino que pongan también ahí los nombres de los muertos que faltan», declaró un joven que se va los domingos a Villanueva de la Cañada a buscar novia. «Aquí estamos aún divididos por las familias políticas que se odian. La mayoría del pueblo es de derecha, pero están dominados y asustados por unos pocos de extrema derecha. Por eso, la noche del lunes nadie se atrevía a andar por las calles».

En el cuartelillo de la Guardia Civil de Brunete recibieron, como en todos los de la 112 Comandancia, la orden de mantener acuartelada a la tropa. Así lo hicieron el sargento y los seis guardias. Era la hora llamada de Academia -para estudiar y reflexionar juntos diariamente sobre las ordenanzas y el espíritu de la Guardia Civil-, cuando los guardias de Brunete oyeron los tiros y las ráfagas de metralleta en el Congreso de los Diputados a través de la radio.

La normalidad fue absoluta en la casa-cuartel y en el pueblo. Permanecieron toda la noche escuchando la radio y la televisión y mandaron dormir a los niños. Al terminar el asalto al Congreso, unos números comentaron: «Ya se veía venir. A ver si ahora se toman en serio esto del terrorismo y no nos dejan morir como conejos».

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