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Quinto Congreso del PSUC: una situación excepcional

El PSUC, partido de los comunistas catalanes, se encuentra en una situación de excepcionalidad derivada de los resultados del V Congreso. Aspectos esenciales de la política aprobada por el congreso -fundamentalmente en el plano internacional, pero también en lo que se refiere a la estrategia política y a la concepción misma del partido- presentan contradicciones flagrantes que no permiten hablar de una línea política coherente, de un todo homogéneo, útil para todas las facetas de nuestra práctica política.¿Quiere decirse, pues, que «el PSUC ha hecho un viraje de 180 grados» (Santiago Carrillo,...

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El PSUC, partido de los comunistas catalanes, se encuentra en una situación de excepcionalidad derivada de los resultados del V Congreso. Aspectos esenciales de la política aprobada por el congreso -fundamentalmente en el plano internacional, pero también en lo que se refiere a la estrategia política y a la concepción misma del partido- presentan contradicciones flagrantes que no permiten hablar de una línea política coherente, de un todo homogéneo, útil para todas las facetas de nuestra práctica política.¿Quiere decirse, pues, que «el PSUC ha hecho un viraje de 180 grados» (Santiago Carrillo, EL PAIS de 8 de enero), o que el congreso ha supuesto «el abandono de la política seguida hasta aquí», Como sentencia la resolución hecha pública anteayer por el plenario del Comité Ejecutivo del Partido Comunista de España? No comparto esta opinión, que me parece desmesurada y, quizá, interesada. Entonces, ¿qué ha sucedido? ¿Nada, como se enpeñan en decir de manera algo vergonzante quienes consiguieron eliminar la referencia al "eurocomunismo" en las tesis? Tampoco. Esta es otra interpretación extrema que obedece también a intenciones políticas. Forma parte de una hábil estrategia de repliegue de quienes se han visto sorprendidos por la dinámica que ha desencadenado el congreso después de haberla atizado y pretenden, ahora, reducir el debate a un desquite semántico.

No se trata de una acusación gratuita ni va dirigida, por supuesto, al grueso de los 424 delegados que quisieron, por motivos muy diversos, prescindir de la definición formal "eurocomunista" de nuestra política de socialismo en libertad. Tras la mayoría de estos noes subyace un sentimiento de clase sano, un rechazo de aspectos de nuestra práctica política y de nuestra forma de hacer política en exceso «oligárquica», esto es, dirigista, de elite, poco arraigada en sus manifestaciones concretas, en el drama cotidiano de miles de trabajadores acosados por el paro y en el desamparo de miles de comunistas víctimas de la crisis de identidad que atraviesa nuestro movimiento, de la indeterminación ideológica, del pragmatismo político, sin duda útil a la estabilización democrática, pero perjudicial, a plazo medio, en la medida en que rompe la unidad entre teoría y acción, entre dirección y militancia, instituciones y sociedad civil.

Origen de los "noes"

Pero los noes no han surgido sólo de la crisis y del descontento. Sobre éstos ha operado, desde los canales regulares del partido y al margen de los mismos, una acción consciente, premeditada, destinada a socavar las bases mismas de nuestro proyecto político. Un cierto oportunismo electoral ha privado al conjunto de los militantes de un auténtico debate de fondo desde el momento en que la votación decisiva del congreso se polarizó, de forma maniquea, en tomo al mantenimiento o no de una palabra. Nadie se atrevió a proponer como cuestión básica del V Congreso la aceptación o el rechazo de expresiones mucho más ricas en contenido, como «socialismo en democracia», o «revolución de la mayoría». Es más, la enmienda en favor de la supresión del «eurocomunismo» fue defendida en nombre del «socialismo en libertad». De ahí deriva la confusión, la indeterminación de la situación actual y lo excepcional del momento. Otro gallo cantaría si quienes propugnaron suprimir la referencia al «eurocomunismo» hubieran propuesto al plenario enmiendas de fondo (presentadas en agrupaciones de base y de comités intermedios), por ejemplo, el cambio de «socialismo en democracia» por «democracia socialista», u otro ejemplo, la retirada de la crítica a la intervención soviética en Afganistán.

De haberse aprobado estas enmiendas, el quiebro sería total y, estoy convencido de ello, la dirección del PSUC seria casi toda ella distinta de la actual. De ahí que, antes de emitir un juicio definitivo sobre nuestro congreso, convenga saber, por ejemplo, que en la resolución política aprobada (con sólo dos votos en contra) se afirma: «Criticamos enérgicamente cualquier injerencia de un país en otro, incluso cuando se trata de un país socialista, y ratificamos, una vez más, nuestra defensa de la plena soberanía de todos los pueblos». O que, en el informe político presentado por Antonio Gutiérrez y aprobado con 419 votos a favor, 78 en contra y 282 abstenciones, se condena explícitamente la intervención de la URSS en Afganistán y se expresa la solidaridad de nuestro partido con la clase obrera polaca y la confianza en que el proceso de aquel país se resuelva con una mayor participación de los trabajadores en la vida pública y la consolidación del socialismo y de la paz.

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Contradicciones

Corresponde, por tanto, hablar de contradicciones, pero no se ajusta a la resultante del V Congreso decir que el PSUC de hoy es algo radicalmente distinto de aquel PSUC que luchó durante cuarenta años por las libertades democráticas y nacionales de nuestro pueblo, junto a los demás pueblos del Estado español y junto al Partido Comunista de España o del PSUC que ha cosechado reiteradamente el apoyo electoral de más de 500.000 catalanes.

Ha habido, es cierto, un intento de cambiar de raíz nuestra política, aunque éste no ha alcanzado todos sus objetivos. De ahí que comparta plenamente la preocupación de quienes, como Gregorio López Raimundo o Antonio Gutiérrez Díaz, personifican un largo proceso de renovación y de elaboración paciente de una vía propia al socialismo, basada en el pluralismo y en la plena independencia dentro del movimiento comunista. Y que sienta un profundo respeto por su decisión de rechazar cargos ejecutivos en el partido hasta que las aguas no hayan vuelto a su cauce y la indeterminación actual haya cedido el paso a una reafirmación de los principios políticos y organizativos que han hecho del PSUC la principal fuerza obrera organizada de Cataluña.

Todo el debate se ha desplazado ahora hacia el cómo recobrar esta normalización política. Y es legítimo, en función del trauma que ha supuesto el congreso, que haya militantes que reclamen de manera inmediata la celebración de un congreso extraordinario. Pero no comparto esta estrategia y temo que vaya aparejada, en algunos casos, a concepciones políticas acerca del partido y de su forma de producirse, con las que no coincido. Me explico: en el PSUC no es posible, ni deseable, modificar los resultados del V Congreso mediante una «operación de palacio», como la que reinstauró a Felipe González en la secretaría general del PSOE. El retorno de Gregorio López Raimundo y de Antonio Gutiérrez Díaz a los lugares que les corresponden en la dirección sólo puede ser obra de una profundización de la democracia, de una acentuación de todo el espíritu participativo, de la forma de hacer colectiva que se impuso en la etapa anterior bajo su dirección. Cualquier otro propósito podría sorprender a sus promotores y dar resultados políticos radicalmente opuestos a los que se pretende alcanzar. En otras palabras, que ni siquiera los peligros de involución que apuntan en algunas de las enmiendas del V Congreso pueden justificar un retorno a prácticas del pasado aquellas que están en contradicción con la voluntad de definir para nuestro país una vía democrática y participativa al socialismo.

De lo que se trata también es de aprender, y cuanto antes, de los errores cometidos. En particular, de los que han llevado a una división profunda del partido. Pero ésta debería ser una enseñanza general para todos los comunistas del Estado. En primer lugar, para confirmar la idea que muchos sostenemos de que, en una situación tan difícil como la actual, no es posible defender nuestra estrategia sin readecuarla a las exigencias del momento; esto es, a las de la tremenda ofensiva política, social e ideológica de la derecha. Para decirlo en palabras que se han utilizado estos días, sin definir un «eurocomunismo» «de izquierdas» que asegure los vínculos con nuestra tradición y nuestros orígenes, y que sirva a los trabajadores en la defensa de sus intereses y de sus derechos. Poco antes del congreso del PSUC, lo decía Berlinguer: «Se trata de recobrar la confianza perdida del militante. Con el militante, todo es posible. Sin él, a largo plazo, el desastre sería mucho mayor».

Esto supone precisar que la política de amplias alianzas no es la política de amplias alianzas no es sinónimo de abandono de nuestro carácter de partido de clase, que nuestra independencia y nuestra crítica a los países socialistas no implica romper con todo lo que hoy, con todas sus contradicciones, es el socialismo en el mundo y, también, que nuestra voluntad de caminar hacia un partido plenamente democrático, más democrático que cualquier otro partido, no suponga renunciar al único método eficaz de elaboración del pensamiento político para un partido comunista: lo que nosotros llamamos el centralismo democrático, es decir, la adopción de decisiones por mayoría y la unidad de acción, en torno a estas decisiones, de todo partido. Asegurar que este debate, que tanto necesita nuestro partido, se lleve a cabo sin limitaciones de ningún tipo en el plano de las ideas, pero con respeto a los estatutos que hemos aprobado por mayoría, es, creo yo, una de las tareas más urgentes de la nueva dirección.

Andreu Claret Serra es miembro del Comité Ejecutivo del PSUC y director del semanario Treball, órgano del PSUC.

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