Tribuna

Del silencio a la esperanza

Con la autonomía de Galicia se cierra uno de los apartados de la Constitución, concretamente su disposición transitoria segunda, que fija el acceso a la autonomía de las llamadas comunidades históricas, Euskadi, Cataluña y Galicia, pero, a diferencia de vascos y catalanes, los gallegos hemos sufrido un proceso autonómico que es fiel reflejo del olvido y marginación histórica en el que la política de Estado nos tuvo sometidos.No es momento de rememorar las amargas vicisitudes sufridas en el proceso de elaboración del Estatuto, pero, ciertamente, parte del escepticismo con que sectores de la soc...

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Con la autonomía de Galicia se cierra uno de los apartados de la Constitución, concretamente su disposición transitoria segunda, que fija el acceso a la autonomía de las llamadas comunidades históricas, Euskadi, Cataluña y Galicia, pero, a diferencia de vascos y catalanes, los gallegos hemos sufrido un proceso autonómico que es fiel reflejo del olvido y marginación histórica en el que la política de Estado nos tuvo sometidos.No es momento de rememorar las amargas vicisitudes sufridas en el proceso de elaboración del Estatuto, pero, ciertamente, parte del escepticismo con que sectores de la sociedad gallega viven el actual momento político, tiene su origen en el amargo agravio comparativo sufrido por mi país en este último año. El largo silencio a que Galicia se vio abocada desde la aprobación unilateral por UCD, en noviembre de 1979, de su estatuto discriminatorio es una página más en la incomprensión secular que hacia el problema gallego se tiene en el resto del Estado.

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Galicia, una de las nacionalidades más caracterizadas de toda España, con una realidad social. y económica genuina, acrecentada por su aislamiento físico, y con una lengua, y cultura tan propias, y, sobre todo, tan enraizadas en sus capas populares, Galicia, repito, se debatió siempre entre la necesidad de adecuar su política entre su carácter de nacionalidad y el hecho de formar parte, a diferencia de Euskadi y Cataluña, de la España pobre y emigratoria. Un dilema que la derecha gallega, encardinada en la estructura caciquil, resolvió siempre formando una clase política al servicio del centralismo, e intentando usar a Galicia como tapón autonómico, lo que folklóricamente podríamos llamar los gallegos aspirantes a ministros.

Este esquema se repitió nuevamente en la actualidad, pero fue roto por la reacción popular, que, en movilizaciones, comunicados y actos de toda índole, se negó a aceptar el Aldraxe del estatuto anterior y obligó a UCD a negociar un nuevo texto, el actual, al cual se incorporaron todas las modificaciones que hacen hoy que Galicia pueda contar con la autonomía que necesita, en niveles de igualdad y dignidad.

El gran éxito del pueblo gallego es el haber conseguido rescatar su autonomía; hoy no tenemos un estatuto concedido graciosamente, sino, al contrario, Galicia ha logrado un texto surgido del esfuerzo y el enfrentamiento, que, a la vez, sirve solidariamente para otros pueblos de España, ya que la marcha atrás del poder central en el caso gallego rompió los esquemas de la construcción de un Estado de las autonomía marcado por techos diferenciados y, por tanto, discriminatorios.

Sentido de la responsabilidad

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La victoria de las negociaciones abre hoy las puertas a la esperanza. Después del malogrado intento de 1936, por segunda vez en su historia Galicia se encuentra en los umbrales de su autogobierno. Llegamos al referéndum con una cierta desinformación y con el eterno fantasma de la abstención electoral, pero llegamos también con un claro sentido de la responsabilidad histórica de que a los gallegos de 1980 nos toque hacer realidad el deseo secular de todo un pueblo que a lo largo de los siglos supo conservar sus señas de identidad nacional.

Esta responsabilidad, y el convencimiento de que sólo a través de la autonomía, con la administración de nuestros propios recursos y la adecuación de las leyes a nuestra realidad, pienso que van a ser los motores que lleven al electorado gallego a las urnas. Además, el peso solidario que este referéndum va a tener en la consolidación de la democracia, en el asentamiento de las comunidades autónomas ya existentes, y, sobre todo, en las por venir, determinan la necesidad de una respuesta colectiva acorde, al menos, con la lucha mantenida para lograr el actual Estatuto.

Inhibición suicida

Los socialistas gallegos nos hemos vaciado, casi en solitario, en una campaña de presencia e información dirigida a nuestro electorado y a la sociedad gallega en su conjunto, porque pensamos que sólo a través de la autonomía se puede comenzar a resolver muchos de los problemas endémicos de Galicia, y, sobre todo, por nuestra propia convicción autonómica, cuya falta ha llevado irresponsablemente a otros a una inhibición suicida en la actual campaña.

El acceso a la autonomía de Galicia puede representar un factor importante de estabilidad a nivel de Estado, puesto que en su primera etapa los problemas socioeconómicos van a pesar mucho más que los políticos y, además, porque, como dije al principio, deja zanjado el reconocimiento y asentamiento de las nacionalidades históricas, contencioso importante para la consolidación de la democracia. Precisamente las opciones del no, en el actual referéndum, se reducen exclusivamente a los mismos que en su día, con su no a la Constitución, se opusieron a la construcción de la democracia en España.

Del silencio del ayer a la esperanza del mañana, Galicia puede recomenzar su andadura con una nueva estructura política, con una responsabilidad propia, que le permitan avanzar hacia su progreso y libertad. Lo cierto es que sin autonomía ni tendríamos progreso ni libertad.

Francisco Vázquez es secretario general del Partido de los Socialistas de Galicia-PSOE y diputado por La Coruña.

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