Giscard, entre la «grandeur» y la «servitude»

Giscard no ha podido superar el complejo de De Gaulle y se ha erigido, simultáneamente, en anacrónico reivindicador de la «grandeur» y en atemorizado títere de la «servitude». Si De Gaulle en 1963 se negó a aceptar el ingreso de Gran Bretaña en el Mercado Común sin más «argumentos políticos» que su anglofobia, Giscard acaba de bloquear la solicitada adhesión de España a las Comunidades Europeas sin más «motivos económicos» que su debilidad ante la servidumbre electoral de los votos de sus agricultores.Con unas elecciones a la vista, el actual presidente francés ha preferido el fácil golpe de e...

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Giscard no ha podido superar el complejo de De Gaulle y se ha erigido, simultáneamente, en anacrónico reivindicador de la «grandeur» y en atemorizado títere de la «servitude». Si De Gaulle en 1963 se negó a aceptar el ingreso de Gran Bretaña en el Mercado Común sin más «argumentos políticos» que su anglofobia, Giscard acaba de bloquear la solicitada adhesión de España a las Comunidades Europeas sin más «motivos económicos» que su debilidad ante la servidumbre electoral de los votos de sus agricultores.Con unas elecciones a la vista, el actual presidente francés ha preferido el fácil golpe de efecto de un discurso destinado a comprar votos a cualquier precio -incluso al precio de faltar a su palabra empeñada ante el Rey de España- en lugar de elegir el dificil camino de los razonamientos y las concesiones compensadoras, que es el auténtico baremo para medirla talla intelectual y política de un dirigente.

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De poco va a servir el alud de opiniones y comentarios que, sin duda, estos días va a desatar el cambio de actitud del presidente francés. Ni siquiera cabe el consuelo de tachar de optimistas a los que todo lo veían fácil. Los votos de los agricultores del «midi» pesan más en la carrera política de Giscard hacia su reelección que los logros que pudiera presentar al final de su mandato como contribución a la «Europa total» de cara al juicio de la Historia.

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Detrás de su decisión pueden encontrarse fácilmente muchas frustraciones. Las críticas americanas a sus veleidades de protagonismo como interlocutor con la Unión Soviética; el mal sabor de boca que habrá dejado entre los franceses la mayor aportación a los gastos de la Comunidad Económica Europea tras las concesiones hechas a Gran Bretaña la pasada semana; el orgullo herido ante el fracaso del Concorde; la pequeña venganza ante la política española de rechazar el sistema Secam de televisión, inventado y propugnado por Francia; las viejas rencillas por los affaires del Airbús y los Mirages. Muchos son los sinsabores políticos que pueden haber aflorado de repente hasta hacer pensar a Giscard que su decisión de impedir la entrada de España en la Comunidad -ejerciendo para ello, si llegara el momento, incluso el derecho de veto- era una oportunidad de devolver las afrentas recibidas con el efecto para la galería que supone tranquilizar a una buena parte de sus electores cobrando a cambio, en votos, lo que no ha sabido obtener en aciertos.

7 de junio

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