Tribuna:

Barclay James Harvest, mucho aparato y poca música

Según estudiosos como Gilo Dorfles y otros sabios de menor cuantía, el fenómeno del kitsch (traducible como falso, cursi y hortera) se produce en épocas como el romanticismo, en las cuales el antiguo sistema de valores ha desaparecido sin haber sido sustituido por otro nuevo.Después de ver a Queen, Supertramp, Camel o Cabellera de Berenice y de haber soportado, el pasado miércoles, en Madrid, a la Barclay James Harvest, no puede quedar ninguna duda de que estamos pasando por una época como la definida por aquellos autores.

Es cierto que dentro del kitsch existen muchas cla...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Según estudiosos como Gilo Dorfles y otros sabios de menor cuantía, el fenómeno del kitsch (traducible como falso, cursi y hortera) se produce en épocas como el romanticismo, en las cuales el antiguo sistema de valores ha desaparecido sin haber sido sustituido por otro nuevo.Después de ver a Queen, Supertramp, Camel o Cabellera de Berenice y de haber soportado, el pasado miércoles, en Madrid, a la Barclay James Harvest, no puede quedar ninguna duda de que estamos pasando por una época como la definida por aquellos autores.

Es cierto que dentro del kitsch existen muchas clases y así, hay un kitsch naif, que puede enternecer; otro lumpen, que quiere pero no puede otro, definitivamente de mal gusto, y otro más que podía calificarse como de lujo. Este es el caso de la Barclay James Harvest, un grupo inglés formado en 1967 y que durante toda su vida se ha dedicado a lo que se podía llamar rock sinfónico (más descriptivamente flash -rock), consiguiendo, si no un status de primera fila, sí una cantidad suficiente de seguidores como para poder mantenerse todos estos años sin apenas cambios en su formación.

El concierto que ofrecieron fue una especie de escaparate de recursos técnicos, a los que el grupo ponía un fondo musical sin ninguna originalidad y, además, lentísimo. Ya se sabe, volumen de sonido a tope, unas luces utilizadas sin el menor buen gusto, canciones torpes y de estructura tan semejante que siempre parecían la misma, y una pretendida sensibilidad que, sin embargo, no llegaba a notarse demasiado. Con todo, lo malo no es esto, sino que el público, efectivamente, se alucinara con aquella patochada sin sentido. Y es que hay un hecho cierto: la motivación principal en este país sigue siendo pasar por taquilla, sacarle rentabilidad de manera bien voluntarista a una inversión. Es comprensible.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Archivado En