Saura: "Hay que acabar con el divorcio entre escritores y pintores"

El pintor Antonio Saura y el poeta José Angel Valente son los autores de una obra de bibliofilia, Emblemas, cuarto título de la colección Marzales, editada recientemente en Valladolid por la galería Carmen Durango. La edición consta de 75 ejemplares, más seis con las pruebas de artista y otros diez -fuera de comercio- destinados a los colaboradores. Antonio Saura habla para EL PAIS acerca de este importante libro, al tiempo que comenta sus últimas exposiciones y la que ahora prepara para presentar en Madrid a finales del próximo mes de marzo.

Cinco terribles rostros gritan desde el sile...

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El pintor Antonio Saura y el poeta José Angel Valente son los autores de una obra de bibliofilia, Emblemas, cuarto título de la colección Marzales, editada recientemente en Valladolid por la galería Carmen Durango. La edición consta de 75 ejemplares, más seis con las pruebas de artista y otros diez -fuera de comercio- destinados a los colaboradores. Antonio Saura habla para EL PAIS acerca de este importante libro, al tiempo que comenta sus últimas exposiciones y la que ahora prepara para presentar en Madrid a finales del próximo mes de marzo.

Cinco terribles rostros gritan desde el silencio de otros tantos poemas Enlutada de gris, una carpeta acoge con dura devoción el encuentro fecundo entre imagen que pide la palabra y palabra que al punto se imagina al prójimo con mangas cuello y ojos. ¿Quién ilustra a quién?Responde así el pintor: «Esta vez, como ya ocurriera contigo en Responsos, no he tenido que ilustrar un texto, cosa habitual en este tipo de trabajos y en todas mis experiencias anteriores de bibliofilia En Emblemas ha sido también el escritor, Valente, el que ha sabido concebir un discurso poético a partir de mis propias imágenes. He vuelto a comprobar que esta forma de trabajar ofrece resultados mucho más interesantes que la típica ilustración del artista a partir de un texto clásico o moderno. Yo esta a harto de verme sometido al pie forzado. Así, en cambio, nace un texto que guarda gran independencia con el mundo de las imágenes y, a la par, se une íntimamente a ellas. Además veo que el texto esclarece situaciones, mientras que la imagen, puesta al servicio cordial de la palabra previa, termina por evadirse o, en el mejor de los casos, por forjar comentarios groseros.»

Prosigue Saura con sus reflexiones acerca del trabajo en común: «Lo que yo me temía es que el escritor, situado frente a las imágenes, se sintiese en el mismo aprieto que el pintor frente a las palabras. Pero no ha sido así. Ha habido independencia y, al mismo tiempo, coincidencia. » Pasa luego a evocar el agudo divorcio existente en España entre pintura y escritura: «Es cierto que en nuestro país no han abundado pintores y escritores dispuestos a crear en colaboración. En Francia, por el contrario, hay una sólida tradición de entendimiento entre el escritor y el artista plástico. Desde Baudelaire para acá, muchísimos son los poetas que han hablado luminosamente de la pintura. No ocurre lo mismo aquí, salvo rara excepción.» Y piensa que esa carencia se debe, para empezar, «al hecho de que en España el pintor sea un tipo muy inculto. Desde luego habría que analizar las razones de dicha incultura, pero la verdad es que el pintor español, por regla general, vive de espaldas al fluir creativo en otros campos, tiene escasas inquietudes intelectuales y lee poquísimo. Paralelamente, el escritor tiene tendencia a no considerar al pintor como a un intelectual, como a un hombre que piensa. En serio, los escritores y también los cineastas españoles suelen creer que los pintores somos una especie de bestias que pintamos y que nos manchamos al pintar. » Se ríe Saura antes de añadir: «Hay que terminar de una vez por todas con esta tragicómica situación.»

Hay que cambiar al tiempo, viene a decir, pasando ya al terreno de las exposiciones, con la manía de reservar las muestras significativas tan sólo para las grandes ciudades. Y recuerda su última exposición, en la galería vallisoletana Carmen Durango, donde acaban de descolgar sus cuadros para dejarle espacio a un conjunto de grabados recientes de Joan Miró: «Existe a menudo la tentación estúpida de echar el resto cuando uno va a ex poner en Madrid o Barcelona, enviando a las otras ciudades sola mente una serie de piezas pequeñas, una representación de obra menor. Estoy en contra de esa mezquindad. Quise, pues, que en Valladolid la calidad de lo seleccionado no ofreciera duda alguna.» El éxito de venta, tan insólito en aquel lugar, no constituyó la única sorpresa de la experiencia: «La gente me mostraba su Interés por medio de preguntas constantes. Lo curioso es que esa libertad e comunicativa, ya amputada en casi s todos los sitios de supuesta ebullición cultural, coincidía con la que encontré antes en Amsterdam y Düsseldorf. Y esto me hace pensar que en las pequeñas capitales de provincia permanece un fervor semejante al que es visible en las ciudades más familiarizadas con el arte, mientras que otros núcleos pretendidamente importantes acallan todo interrogante directo por temor a que eso no se lleve... » Amsterdam y Düsseldorf son las ciudades que han presentado una grandiosa muestra antológica, ordenada por temas de su obra.

Esa misma exposición -«salvo algunas piezas que los coleccionistas se niegan a ceder de nuevo, pero compensadas ampliamente con otras»- vendrá próximamente a Madrid. De cara a ese acontecimiento, reflexiona el artista en torno a la importancia del montaje: «Se trata de un aspecto esencial. Un montaje diferente en Düsseldorf hizo que la misma exposición le Amsterdam pareciese otra. De aquí a finales de marzo, fecha probable de la inauguración madrieña, hay que buscar eso: las zonas le actividad y las zonas de silencio más adecuadas para mi obra dentro de un espacio predeterminado, el de un nuevo edificio que el Museo de Arte Contemporáneo va a destinar a exposiciones.»

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