Moscú critica sin excesiva dureza el resultado de la "cumbre" franco-germana

La Unión Soviética reaccionó ayer a la «advertencia» que le dirigieron franceses y alemanes al final de la cumbre sobre la coexistencia pacífica de París. Moscú se manifiesta severo con los alemanes,y matiza sus críticas a Francia.Tras los votos negativos a la intervención soviética en Afganistán -primero en la Asamblea General de las Naciones Unidas, después en la reunión de los países islámiccís y, por fin, el que, en París, en forma de «advertencia común», firmaron el presidente Giscard y el canciller Schmidt-, la diplomacia de la URSS se siente «tocada», aislada en gran medida, pero...

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La Unión Soviética reaccionó ayer a la «advertencia» que le dirigieron franceses y alemanes al final de la cumbre sobre la coexistencia pacífica de París. Moscú se manifiesta severo con los alemanes,y matiza sus críticas a Francia.Tras los votos negativos a la intervención soviética en Afganistán -primero en la Asamblea General de las Naciones Unidas, después en la reunión de los países islámiccís y, por fin, el que, en París, en forma de «advertencia común», firmaron el presidente Giscard y el canciller Schmidt-, la diplomacia de la URSS se siente «tocada», aislada en gran medida, pero no arrinconada. Tal es la impresión de los analistas occidentales, que desde hace varias semanas pulsan día a día el precario estado de salud de la coexistencia pacífica.

El resultado de la cumbre franco-alemana de principios de esta semana, concluida con una armonización de la política de los dos países frente a los peligros que amenazan la distensión, parece que ha clarificado la atmósfera de «preguerra fría» que respira el mundo desde que estalló el asunto afgano. La reacción de Moscú y las reflexiones que ésta ha inspirado empiezan a poner las cosas en su sitio.

Según los órganos oficiales de la URSS, los franceses y alemanes «han juzgado erróneamente la agravación de la tensión internacional», y esto porque «la han analizado bajo el ángulo americano». En dicho sentido, Moscú critica más acerbamente a Bonn «porque ha cedido a las presiones de Estados Unidos». A Francia también se le acusa del mismo pecado, pero fundándose en la interpretación personal que hizo el señor Giscard d'Estaing del comunicado final, los soviéticos entienden que París está «amarrado a la política de distensión y que defiende su independencia».

Esa matización soviética, favorable a Francia al valorar la actitud común germano- francesa, responde a las relaciones «privilegiadas» (ahora congeladas por la crisis internacional) que desde los tiempos del general Charles de Gaulle han intentado mantener Moscú y París. Que ambos países tienen interés en no romper esos lazos nadie lo pone en duda: Moscú le ha servido a París, «contra» Washington, para perfilar su política de independencia. La URSS, por su parte, «juega» a París «contra» Estados Unidos cada vez que lo exige su diplomacia internacionalista.

¿Quiere esto decir que pasado el «bache» afgano reflorecerá la «detente» de los años setenta?

La invasión de Afganistán, seguida del confinamiento del científico Sajarov, han sido el revelador espectacular para Occidente de otro problema de fondo, a su vez asentado en la capacidad de equilibrio de los arsenales atómicos americanos y soviéticos: ese problema consiste en la interpretación radicalmente distinta que de la «detente» se hace en el Este y en el Oeste.

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Para Occidente, la distensión es indivisible; es decir, alcanza a todo el planeta. Para los soviéticos, la coexistencia pacífica se limita a los dos grupos de países encabezados por la Alianza Atlántica y por el Pacto de Varsovia. Lo contrario bombardearía el carácter «internacionalista» de su revolución.

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