Editorial:

Europa, ante la crisis internacional

SE MULTIPLICAN estos días los contactos entre Alemania Federal, Francia y Gran Bretaña, con la intención de conseguir una postura común frente a la crisis internacional. La entrevista de Giscard y Schmidt en París, mientras se celebraban también conversaciones entre el ministro francés y el inglés de Exteriores -Joxe y lord Carrington-, parecen revelar, dentro de la discreción habitual, y prescindiendo en lo posible del vocabulario prefabricadode los comunicados oficiales, dos posiciones distintas. Francia y la RFA tratarían de frenar, o de reducir, el alcance de la ofensiva de Carter, salvagu...

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SE MULTIPLICAN estos días los contactos entre Alemania Federal, Francia y Gran Bretaña, con la intención de conseguir una postura común frente a la crisis internacional. La entrevista de Giscard y Schmidt en París, mientras se celebraban también conversaciones entre el ministro francés y el inglés de Exteriores -Joxe y lord Carrington-, parecen revelar, dentro de la discreción habitual, y prescindiendo en lo posible del vocabulario prefabricadode los comunicados oficiales, dos posiciones distintas. Francia y la RFA tratarían de frenar, o de reducir, el alcance de la ofensiva de Carter, salvaguardando, al menos, las posibilidades de la coexistencia; Gran Bretaña estaría -por lo menos, en el ardor temperamental de la señora Thatcher, más que en las resoluciones tomadas hasta ahora- en la línea de Washington.Todo ello se relacionaría con dos tesis distintas. Una, la americana y la británica, es la de que la détente es indivisible y cualquier acontecimiento de envergadura que se produzca en un punto del mundo debe repercutir en los demás. Es, evidentemente, una posición que corresponde a la vocación total y global de Estados Unidos, y fue ya formulada por Kissinger (un personaje que, misteriosamente, vuelve a la moda: la clave del misterio podría estar en un impulso dado por instituciones privadas y políticas de carácter conservador). Aceptándolo así, la invasión soviética de Afganistán necesita una respuesta global.

La postura opuesta es la de considerar la détente como divisible. Tratar de estancar cada conflicto dentro de su propia naturaleza, de su propia zona. Esta era la política del propio Carter hasta su reciente conversión, hasta el suceso de Afganistán, que parece haberle iluminado, precisamente en un momento en que se encontraba en mala situación para abordar el año electoral. Esta posición franco-alemana es antigua: era la que trataba de mantener el diálogo Norte-Sur independientemente del diálogo Este-Oeste. A esta polémica se sumarla Italia; alguna otra nación europea, como Bélgica, si pudiera ir adelante, recibiría numerosas adhesiones. El intento francoalemán sería el de dejar que la URSS se pudriera en su propia acción: Afganistán se podría convertir en su Y ietnam y comprometer seriamente su política con el ámbito islámico y con el Tercer Mundo. Ya está sucediendo: la conferencia islámica de Pakistán ha sido condenatoria, Jomeini repitió el domingo la repulsa de Irán a la acción soviética y los países del Tercer Mundo no fueron favorables a la URSS en la Asamblea General de la ONU. La vietnamización de Afganistán, aparte de su producción espontánea, tiene muchas posibilidades de ser ayudada desde fuera. Es indudable que el movimiento es anterior a la invasión y es precisamente la razón de la invasión; pero ahora se refuerza desde Pakistán, desde China, desde Irán. Podría llegar a penetrar en las regiones musulmanas de la URSS. Si Estados Unidos acierta a neutralizar a la India -que en estos días es el escenario también de visitas de Estado importantes, en las que se prometen desde Occidente armas y dinero a Indira Gandhi-, la crisis podría quedar localizada en esa amplia región, sin forzar a unos movimientos globales que perjudicaran a Europa y al mismo Estados Unidos.

El obstáculo con que tropiezan Giscard y Schmidt es doble: por una parte, la presión de Estados Unidos, que en estos momentos se ejerce al máximo; por otra, sus propias oposiciones internas. Schmidt estaba amenazado ya por la democracia cristiana -la derecha- en las próximas elecciones: la campaña de miedo aumenta esa amenaza, y la democracia cristiana está haciendo hincapié en la necesidad de rearmar. Giscard tiene a su derecha todo el gran grupo degaullista, todo un complejo militar-industrial a quien el apaciguamiento no le rinde mucho. Y a su izquierda, un partido socialista que marca más y más su antisovietismo para distanciarse del PCF. Acaba de suceder el episodio de Túnez: Francia mandó una flotilla, unos aviones Mirage. Anuncia ya que va a realizar ejercicios nucleares simulados en el Mediterráneo: entiende que no puede perder su influencia en los países árabes en los que la conserva. Sin embargo, quieren hacer prevalecer la idea de que una «guerra fría» larga y dura puede dañar profundamente la economía y el ya imperfecto equilibrio social de los países europeos. Y una vieja doctrina del general De Gaulle reaparece: ¿quién garantiza que, en pleno compromiso de «guerra fríaxi, Estados Unidos no va a cambiar de actitud?

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Menos garantía que nunca hay en estos momentos, en que Carter aparece como inestable, no sólo por la rapidez de sus conversaciones políticas, sino porque a fin de año puede no ser presidente de Estados Unidos, y porque toda la inflación que se está haciendo ahora sobre la crisis internacional puede haber decaído dentro de unos meses. Sería entonces muy difícil dar marcha atrás a presupuestos de guerra, a economías de sanciones, a actitudes tomadas para largo plazo.

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