La guerrilla unificada afgana afirma que no necesita ayuda extranjera

«No nos hace falta la ayuda extranjera. Estamos acostumbrados desde hace mucho tiempo a tener en casa nuestras propias armas: desde una pistola a un antiaéreo», declaró Gul Mohamad, portavoz de Hezbi Islami Afganistan, uno de los seis grupos guerrilleros que se han unido para luchar contra la invasión soviética.

El edificio que sirve de cuartel general a la guerrilla afgana en la ciudad paquistaní de Peshawar es un espacioso y modesto chalé de dos plantas, con dos patios interiores. El barrio se encuentra casi en el límite que dividía a colonizadores y colonizados en la época del do...

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«No nos hace falta la ayuda extranjera. Estamos acostumbrados desde hace mucho tiempo a tener en casa nuestras propias armas: desde una pistola a un antiaéreo», declaró Gul Mohamad, portavoz de Hezbi Islami Afganistan, uno de los seis grupos guerrilleros que se han unido para luchar contra la invasión soviética.

El edificio que sirve de cuartel general a la guerrilla afgana en la ciudad paquistaní de Peshawar es un espacioso y modesto chalé de dos plantas, con dos patios interiores. El barrio se encuentra casi en el límite que dividía a colonizadores y colonizados en la época del dominio inglés.Uno de los patios ha sido cubierto con una gran estera y se utiliza como mezquita. En el otro se reúnen para compartir noticias los afganos de complicados turbantes que llegan a Pakistán en busca de refugio. En toda la casa sólo se ve a un hombre armado, un joven que está sentado junto a la puerta y que lleva un viejo Kalachnicov, en el que ha calado una muy usada y brillante balloneta.

Efectivamente, no es difícil conseguir armas en esta zona. Una metralleta en buen estado cuesta, en el tolerado mercado negro, unas 2.000 rupias (unas 13.000 pesetas). Muy cerca de Peshawar, en dirección a la frontera afgano-paquistaní, se encuentra la ciudad de Darraj. en la que existe un mercado de armas único en el mundo. Este mercado no es único sólo porque las armas se pueden conseguir sin ningún control, sino porque su procedencia es bien curiosa: han sido hechas artesanalmente, pieza por pieza, e imitan fielmente, hasta en la marca y en el número, a los modelos originales. Son falsas, pero funcionan tan bien como las auténticas.

Los patchun o patanes forman un curioso pueblo que se ha resistido a todas las invasiones. Desde que en el siglo pasado los colonizadores trazaron caprichosamente la línea divisoria entre lo que ahora es Pakistán y Afganistán, los patanes, divididos entre los dos países, no han tenido demasiados problemas para comunicarse. Su mítica lucha en el paso del Jabir, cercano a la actual frontera, hirió mortalmente, en su tiempo, al colonialismo británico.

Problema de los refugiados

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Ni las fronteras, ni las policías, ni los diferentes regímenes políticos han podido separarlos. La reciente invasión soviética, tampoco. Los palchun (que son mayoría en Afganistán e importante minoría en Pakistán) no han logrado ser divididos. El régimen paquistaní del general Zia ha visto con temor la invasión del país vecino, pero las necesidades de su política interna le obligan también a ser prudente. No puede hacer nada que moleste a los patanes: los problemas podrían ser graves. Ayer, el general Zia llegó a Peshawar con el fin de visitar a los refugiados.

En los últimos cinco años (desde que cayó la monarquía afgana), miles de afganos han ido acudiendo a Pakistán. Ya son más de 359.000. Utilizando todos los medios a su alcance y luchando contra la nieve, el frío, los salteadores de caminos, y últimamente contra las tropas soviéticas, el éxodo alcanzó ya unos límites que preocupan a las autoridades paquistaníes, que con la ayuda de las Naciones Unidas tan siquiera tienen para alimentar a su propia población.

Lo más sorprendente hasta el momento, han sido los triunfos parciales de la resistencia afgana. Noticias llegadas de Kabul informan que la guerrilla domina el extremo nororiental de Afganistán y que tiene en sus manos varias carreteras. Se dice también que aumentan las deserciones en el Ejército afgano, que, en buena parte, se ha resistido a ser desarmado. La cifra de desertores que abandonan el Ejército regular para ir a formar parte de la resistencia puede alcanzar, según algunas fuentes, hasta un 40%.

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