Tribuna:

El templete

Como ya creo haber contado aquí el otro día, a Tierno Galván le han robado un templete, el templete de la música de Rosales, que fue desmontado por los años cincuenta o así, y a cuyas ruinas está siguiendo Tierno la pista por saber dónde paran, moran, mueren, cual si fueran las ruinas de la patria mía. Suya.Parece que no consta. No son las ruinas de Itálica, pero el caso del templete, el robo o desaparición de un gran templete de música nos revela el desorden y estraperlo en que se vivía durante los ayuntamientos franquistas. Si un alcalde de Franco no se llevó la Cibeles a su ca...

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Como ya creo haber contado aquí el otro día, a Tierno Galván le han robado un templete, el templete de la música de Rosales, que fue desmontado por los años cincuenta o así, y a cuyas ruinas está siguiendo Tierno la pista por saber dónde paran, moran, mueren, cual si fueran las ruinas de la patria mía. Suya.Parece que no consta. No son las ruinas de Itálica, pero el caso del templete, el robo o desaparición de un gran templete de música nos revela el desorden y estraperlo en que se vivía durante los ayuntamientos franquistas. Si un alcalde de Franco no se llevó la Cibeles a su casa para ponerla en el recibidor, fue porque no quiso. Decencia ciudadana que tenían.

Durante muchos años -égida Mayalde-, en la plaza de la República Argentina, lo que hoy es bella fuente de los delfines creada por Cristino Mallo, era una tapia circular de ladrillo, fea y hermética, que yo veía siempre que iba a visitar a aquel Borbón que fue presidente de Bellas Artes (uno se ha tratado con muy buena gente, y no como ahora, que sólo sale uno con rojos y, de tarde en tarde, con Carmen Platero). Un día se descubrió que el misterioso e industrioso recinto era una herrería particular, fragua nada velazqueña de un Vulcano amigo del alcalde, que seguramente había hecho la guerra del lado bueno.

Todo podía pasar, querido Tierno, en aquellos años de la post-posguerra, y a lo mejor el templete lo robaron para cambiarlo por un kilo de café, que había gente que salía del Ministerio con una licencia para un camión y la cambiaba en la puerta por un paquete de caldo, que es como le llamaban entonces los fumadores a las nobles labores de Carmen la Cigarrera de Merimée, o sea la Tabacalera, SA., siempre monopolizada por un escritor francés o por un ministro español.

Tierno, como es un intelectual, no acaba de ver claro lo del templete, pero es posible que el templete esté en algún pueblo o cabeza de partido judicial, como ornato de la plaza y lugar de encuentros, que se dice ahora, porque desde Las noches del Buen Retiro, de Baroja, y desde antes, los españoles y las españolas de medio pelo y medio velo se han encontrado en torno al quiosco de la música, en un remolino menestral y pequeñoburgués de instrumentos de viento y perfume de barquillos que hizo nacer las grandes y funestas pasiones de nuestros padres y abuelos.

Tanto romanticismo kitsch, claro, a cambio de una pastizara que se llevarían el interesado (y no quiero calumniar a nadie) por donar generosamente al lugar un bello templete de la Corte de las Españas, porque Franco hacía repetir mucho eso de que Madrid era una Corte, para disimular que él estaba estorbando y evitando que lo fuese. Del Madrid de la Corte a checa, de Foxá, pasamos al Madrid de Corte a cachondeo de Franco, porque aquello era una Corte sin rey, pero con cortesanos, y precisamente los cortesanos son los primeros que han caído con la nueva Corte ilustrada que cita a Rousseau en Estrasburgo, para asombro de Europa y de mi querido amigo Víctor de la Serna, que lo ha subrayado aquí en las páginas amarillas, donde le doy la bienvenida.

A Jesús Aguirre, duque de Alba, que sigue llevando la cosa de la música, tenemos que preguntarle por el quiosco, querido Tierno, aunque no sé si Jesús, tan Mahler y Escuela de Francfort, entiende un música de viento. Lo que el viento se llevó es precisamente el templete de Rosales, anécdota que ha escapado a tantos anecdotarios de los cuarenta años cuarenta como se vienen publicando. Ya dijo León Felipe que ellos, los rojos, los exiliados, los vencidos, se habían llevado la canción. Pero aquí quedaba alguien que se estaba llevando la música y los templetes, que vendía o derruía Madrid en escombros y a pedazos. Y menos mal que sólo fue un templete de música. Igual podían haberse llevado el Teatro Real para cambiarlo por un haiga. Y no habría pasado nada.

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