Crítica:CINE

Perros calientes

Los pecados de lujuria cometidos con animales son tan viejos como el mundo, casi tanto como el arte de provocar al público. Bigas Luna, jugando ambas bazas a una sola mano, nos ofrece en este su segundo filme la historia de dos hermanos, algo así como el eterno triángulo clásico en el que uno de los vértices se halla ocupado por un perro, por un caniche en este caso.El hermano, sin saber por qué, nota que sus dientes crecen, sus caninos, se supone, y a la vez siente celos del perro, a quien desea suplantar en sus juegos eróticos de cama. Así, al final, convertido en perro, después de unas cuan...

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Los pecados de lujuria cometidos con animales son tan viejos como el mundo, casi tanto como el arte de provocar al público. Bigas Luna, jugando ambas bazas a una sola mano, nos ofrece en este su segundo filme la historia de dos hermanos, algo así como el eterno triángulo clásico en el que uno de los vértices se halla ocupado por un perro, por un caniche en este caso.El hermano, sin saber por qué, nota que sus dientes crecen, sus caninos, se supone, y a la vez siente celos del perro, a quien desea suplantar en sus juegos eróticos de cama. Así, al final, convertido en perro, después de unas cuantas perversiones, entre rugidos y lamentos, lleva hasta el fin su aventura con la hermana, en una apoteosis final erótico-animal-incestuosa, más bien melodramática.

Caniche

Argumento, guión y dirección: Bigas Luna. Intérpretes: Angel Jové, Consol Turá, Linda Pérez Gallardo.España, 1979. Erótica. Localde Estreno: Cine Azul.

Bigas Luna, cuya preocupación por el amor entre los humanos le llevó al éxito en su anterior Bilbao, repite ahora su interés por un cierto tipo de cine muy personal, a medias entre lo escabroso y lo fantástico. Sin embargo, el tema, que de por sí se prestaba a mucho más, no llega a alcanzar altura, en parte por lo breve del relato, estirado en exceso, y en parte también por lo elemental del tratamiento. Así se evidencia en algunas escenas donde diálogo y situaciones resultan un tanto ingenuas, o en algunos alardes innecesarios, cuya exclusiva razón de ser se justifica por el mencionado afán de provocar al público. Aunque la historia tiene a ratos rasgos de humor, y una crítica a los excesos del amor a la raza canina, sobre todo en la secuencia del cementerio, nunca llega a convertirse en sarcástica, ni la anécdota trasciende más allá del cuento negro para tomar auténtica categoría dramática.

Sin embargo, este realizador viene a ocupar un lugar poco común en el aburrido panorama del cine español actual. Sabe contar una historia con un sentido cinematográfico poco común por estas latitudes, y posee ya una técnica personal que, unida a lo peculiar de sus temas, le convierte en el más original de los realizadores catalanes. Su cine recuerda a ratos a Arrabal y a ratos al de Ferreri, en algunas de sus épocas, y no es de extrañar que éste se halle dispuesto a financiarle su siguiente película. A fin de cuentas, bien podría tenérsele por discípulo suyo, a poco que consiga en sus guiones la calidad que en tantos de su futuro productor sabe poner Rafael Azcona.

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