Crítica:CINE

El alegre erotismo de los clásicos

«La cosa acaeció en Archidona, muy cerca de donde se halla la célebre Peña de los Enamorados. Una pareja, no consta que fueran novios formales, se encontraba deleitándose en la contemplación de un espectáculo musical. La música o las imágenes debían ser un tanto excitantes porque a ella, según tiene declarado, le dio, no sabe cómo, el voluto de asirle a él la parte más sensible de su físico.»Tal es la historia, al menos en su inicio, de esta hazaña peculiar a la que el título alude, narrada por un ingenio local a Camilo José Cela y puesta en circulación por éste a lo largo de unas sabrosas pág...

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«La cosa acaeció en Archidona, muy cerca de donde se halla la célebre Peña de los Enamorados. Una pareja, no consta que fueran novios formales, se encontraba deleitándose en la contemplación de un espectáculo musical. La música o las imágenes debían ser un tanto excitantes porque a ella, según tiene declarado, le dio, no sabe cómo, el voluto de asirle a él la parte más sensible de su físico.»Tal es la historia, al menos en su inicio, de esta hazaña peculiar a la que el título alude, narrada por un ingenio local a Camilo José Cela y puesta en circulación por éste a lo largo de unas sabrosas páginas de sobra conocidas.

Hoy, cuando la pedantería inunda las pantallas con erotismo a lo Hamilton, tonto, hortera y vacío, copiado por las Emmanuelles de todas latitudes, cuando nos llega ese otro erotismo pretencioso a base de nazismo y burdel, de planetas lejanos y toda suerte de torpes variaciones, henos aquí de pronto ante ese otro hispánico de las cosas por su nombre, sano, cordial y familiar, pleno de humor, con esa vena alegre que desde nuestro insigne Arcipreste hasta Quevedo se prolonga rico y jocundo en los últimos libros de Camilo José Cela.

La insólita y gloriosa hazaña del cipote de Archidona

Según el libro de Camilo José Cela.Director: Ramón Fernández. Guión: Manuel Vidal. Fotografía: Manuel Arribas. Montaje: José Antonio Rojo. Intérpretes: Josele Román, Paco Algora. Antonio Gamero, Isabel Luque, Rafaela Aparicio, Laly Soldevilla, Manuel Alexandre. Humor. España. 1978. Local de estreno: Gran Vía y Fuencarral.

Que este tema, tratado a su manera, haya encontrado un hueco en nuestro cine actual es señal saludable del cambio de los tiempos, anos por cierto bien lejanos de aquellos otros a los que el prólogo alude en la presentación del pueblo donde la acción sucede. Es señal del fin de una moral hipócrita y a la vez del riesgo y del acierto de su realizador Ramón Fernández, que arriesgando mucho, a más de su oficio y su talento, se ha enfrentado a la prosa del autor llevándola tal cual al guión y a la vez completando la historia. Porque la historia, breve en sí, poco más que un instante, breve en lo físico que no en sus consecuencias, se ha ampliado en el guión con diálogos, personajes y acotaciones ambientales que explican acertadamente el conocido desenlace de la anécdota. Así la película aparece partida por gala en dos mitades que juntas corren y dan al filme su propia dimensión entre lo que se ve y lo que se oye, entre el cine de humor, la sátira y la mejor literatura erótica de raigambre española.

Por una de esas dos vertientes va la vena de su realizador, ya evidenciada en empeños anteriores, con pleno conocimiento de lo que debe ser el ritmo en un filme de esta clase y un dominio seguro de actores. Entre la farsa y lo real, Josele Román, Paco Algora, un Antonio Gamero excelente e Isabel Luque dan pie con su buen arte a un regocijo que a ratos trasciende más allá de sus propios cauces. Buena muestra de una joven generación de actores, compañera y a la vez afirmada por Manuel Alexandre en uno de sus mejores cometidos, Laly Soldevilla y Rafaela Aparicio, siempre seguras y eficaces en sus momentos mejores.

Este filme, a ratos berlanguiano, cuyo Plan Marshall posfranquista vendría a ser el sexo nunca mejor encarnado que en esa entrañable y estupenda compañía de revistas, encierra en su segunda parte un a modo de homenaje al escritor cuya presencia acoge el espectador con el mismo entusiasmo que la fingida historia. Dicho sea en elogio de este relato, a ratos fingido y a ratos verdadero, siempre cordial, cuya vena popular corre desde el mismo Quevedo a nuestros días.

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