Crítica

Sexo y política, un cóctel que vende

FERNANDO TRUEBATodo el cine de Eloy de la Iglesia participa de un doble servilismo, al parecer perfectamente asumido: el servilismo al cine de obligada militancia izquierdista y el servilismo al cine más ramplona y descaradamente comercial. De la Iglesia no parece dispuesto a renunciar a ninguno de estos dos ingredientes, pues en ellos está la clave de su continuidad, su oportunidad y su oportunismo. Sus defensores encuentran argumentos a su favor en una pretendida audacia que le hace no temer a ningún tema, por delicado y espinoso que éste sea. Sin embargo, nada es menos audaz y arriesgado qu...

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FERNANDO TRUEBATodo el cine de Eloy de la Iglesia participa de un doble servilismo, al parecer perfectamente asumido: el servilismo al cine de obligada militancia izquierdista y el servilismo al cine más ramplona y descaradamente comercial. De la Iglesia no parece dispuesto a renunciar a ninguno de estos dos ingredientes, pues en ellos está la clave de su continuidad, su oportunidad y su oportunismo. Sus defensores encuentran argumentos a su favor en una pretendida audacia que le hace no temer a ningún tema, por delicado y espinoso que éste sea. Sin embargo, nada es menos audaz y arriesgado que los cócteles de Eloy de la Iglesia. Ningún director español ofrece tanta carnaza en sus películas, sexo, política, homosexualidad, bestialismo, cualquier cosa con tal de atraer al público, aunque sólo sea a base de un más difícil todavía. De la Iglesia no teme incurrir en todos los excesos, no le importa ser grotesco y ridículo, de hecho siempre lo es; lo único que le importa es vender su producto y poner en él aquello que, hoy por hoy, vende: sexo y política.El diputado es un calculado, medido y maquiavélico paso hacia adelante en la ascensión comercial de Eloy de la Iglesia. El resultado de mezclar su propia fórmula, que ya empezaba a fallarle, con la fórmula Garci -Asignatura pendiente, Solos en la madrugada-, José Sacristán incluido. El diputado -filme coproducido por Zeta, editora de la revista Interviú- es la historia de un diputado de un partido de izquierda cuya homosexualidad es aprovechada por un grupo de la extrema derecha para chantajearle y, principalmente, desacreditar a su partido. Eloy de la Iglesia recurre a la utilización de fechas, momentos y personajes de nuestra historia reciente, para envolver de una forma verosímil una historia falsa en todo su desarrollo, de principio a fin. Escudado en una avalancha de consignas de izquierda, reivindicaciones evidentemente justas y datos seudo-históricos, Eloy de la Iglesia se esconde a sí mismo. Es el contenido el que pretende esconder y justificar a la forma, logrando únicamente contagiarla. El peor cine se disfraza con las consignas doctrinales del momento con la intención de hacernos creer que es lo que nunca será: cine. Personajes falsos, diálogos cómicos que se pretenden serios y una estética amorfa. Roberto Orbea, el diputado, es tan angelical como increíble, una marioneta a merced de los oscuros propósitos de su creador, un hombre que parece haberse propuesto ser el Petri o el Damiani español, pero que, de momento, ni siquiera es eso. Eloy de la Iglesia no es buen director; en su extensa filmografía no encon tramos una sola buena película, pero, además, ni siquiera es un buen tramposo.

El diputado

Director: Eloy de la Iglesia. Guión: Gonzalo Goicoechea y Eloy de la Iglesia. Fotografía: Antonio Cuevas. Música: Vivaldi y Manuel Gerena. Intérpretes: José Sacristán, María Luisa San José, José Luis Alonso, Angel Pardo, Agustín González y Juan Antonio Bardem. Española, 1978. Local de estreno: Real Cinema.

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