Cartas al director

El exilio hispanoamericano

Cuando terminó la guerra civil, tras unos meses en Francia, encontré refugio para mí y mi familia en Argentina. Pude desenvolver mi profesión de economista en ese entrañable país sin dificultades ni cortapisas y, en los primeros tiempos, recibí alguna ayuda del propietario del diario Crítica, lo mismo que otros compañeros de exilio. Tuve muchas relaciones con Uruguay en aquellos doce años y, posteriormente, fui contratado por las Naciones Unidas en su Comisión Económica para América Latina, sita en Santiago de Chile. La reunión del Movimiento Europeo de Munich, de junio, de 1962, origin...

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Cuando terminó la guerra civil, tras unos meses en Francia, encontré refugio para mí y mi familia en Argentina. Pude desenvolver mi profesión de economista en ese entrañable país sin dificultades ni cortapisas y, en los primeros tiempos, recibí alguna ayuda del propietario del diario Crítica, lo mismo que otros compañeros de exilio. Tuve muchas relaciones con Uruguay en aquellos doce años y, posteriormente, fui contratado por las Naciones Unidas en su Comisión Económica para América Latina, sita en Santiago de Chile. La reunión del Movimiento Europeo de Munich, de junio, de 1962, originó una nueva expulsión de España, pero el Gobierno de Perú no tuvo inconveniente en aceptarme como «programador general», es decir, director técnico de un grupo asesor organizado conjuntamente por las Naciones Unidas, la Organización de Estados Americanos y el Banco Interamericano de Desarrollo.Con esos antecedentes, confieso que he experimentado enorme vergüenza al informarme de las disposiciones que podrían limitar la estancia o el trabajo de los hispanoamericanos en España. Con independencia de la falta de reciprocidad y del olvido del calor con que México, Chile, Argentina, Venezuela y otros países hermanos acogieron a partir de 1939 a tantos españoles que no se sentían con vocacion para incrementar el millón de muertos, encuentro que la defensa de nuestra estirpe nos impone obligaciones que van algo más allá de las rimbombantes del antiguo Instituto de Cultura Hispánica y de sus comidas patrióticas. En la turbación que me embarga no acierto a comprender por qué trata el Ministerio del Interior a los hermanos hispanoamericanos cual si fueran terroristas de la ETA, mientras utiliza el guante blanco para relacionarse con éstos. ¡Más comprensión para aquel grupo, en general selecto, que nos ha enviado el destino desde los países que hablan en español, aun cuando no lo hagan en castellano! ¡Más caridad para quienes vienen de los países que han salvado la cultura española en el exilio durante los últimos cuarenta años!

Si pensamos -por desgracia con criterios egoístas de rendimiento, puesto que los argumentos entrañables no arrojan grandes resultados, ¡contémplese el enriquecimiento de los países hispanoamericanos con el exilio español, tan valioso en sus aportes intelectuales y desarrollo de la vida económica.

Esa ola de personas que nos llega ahora de Hispanoamérica nos enriquecerá en la misma medida, y sería ceguera increíble no reconocerlo. Por último, ¿cuándo se ha visto que la «madre patria» repudie a sus hijos?

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Considero obligación de los partidos de izquierda actuar debidamente en las Cortes para impedir la infamia de que los hispanoamericanos no sean acogidos en España en las proporciones que razonablemente pueda admitir el país; y considero que aquellos partidos debieran organizar una suscripción nacional para aliviar en la medida de lo posible la suerte de esos hermanos que se ven expuestos al maltrato de un Gobierno que nunca puso trabas a los Perón, los Batista, los Trujillo y otras muestras bien inaceptables de lo que es Hispanoamérica, mientras crea dificultades a personas que sufren un exilio, desprovisto de medios, originado por un cariño a sus patrias y una categoría moral que no es observable en aquellos dictadores.

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