Crítica:CINE

El turismo del sexo

Francois Reichenbach es conocido de los aficionados al cine documental, sobre todo por sus trabajos sobre Estados Unidos de América. En ellos, sin olvidar condicionamientos estéticos, suele plantear a nivel de encuesta no demasiado rigurosa cierto tipo de problemas sugeridos por la moda o la actualidad, cuando no por un claro oportunismo. Tal es el caso de este nuevo paseo por las grandes ciudades de América, en el que razones de índole moral a favor o en contra de una nueva sexualidad más consciente, libre o espontánea, se mezclan desordenadamente.Por un lado se nos ofrece esa nueva sexualida...

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Francois Reichenbach es conocido de los aficionados al cine documental, sobre todo por sus trabajos sobre Estados Unidos de América. En ellos, sin olvidar condicionamientos estéticos, suele plantear a nivel de encuesta no demasiado rigurosa cierto tipo de problemas sugeridos por la moda o la actualidad, cuando no por un claro oportunismo. Tal es el caso de este nuevo paseo por las grandes ciudades de América, en el que razones de índole moral a favor o en contra de una nueva sexualidad más consciente, libre o espontánea, se mezclan desordenadamente.Por un lado se nos ofrece esa nueva sexualidad; por otro, yuxtapuestos, sus resultados en condenas que van de los tres a los treinta años de prisión. Entre una y otros, ninguna razón, sólo unas cuantas imágenes preparadas de antemano y vagas generalizaciones.

Sex O'Clock USA

América, de noche prohibida. Guión y dirección de Francois Reichenbach. Documental. Color. Francia. Local de estreno: Torre de Madrid

Encuestas de toda índole, de valor casi siempre puramente individual, se rechazan o confunden entre sí, incluidas de improviso, sin orden previo, sin razón alguna, en el contexto de un proceso que nos va mostrando una serie de variaciones sexuales más o menos antiguas o modernas, más o menos sofisticadas o técnicas, realizadas y filmadas de forma nada espontánea.

Reichenbach, a pesar de las imágenes de los jóvenes que con su condena abren y cierran la película, a pesar de su falta de fe en la justicia, su indiferencia o fatalismo, se mueve en el universo del sexo como un turista más a la caza de lechos, calles y hogar es que ofrecer a sus espectadores. Como en el turismo de cualquier categoría, en este tour erótico parece desterrado el humor, salvo en alguna que otra secuencia, como la del realizador de filmes pornográficos, que justamente por darse como tal, como no espontánea, resulta más real que las demás pretendidamente auténticas. Ella y alguna que otra dedicada a la fabricación y venta de objetos son quizá de las pocas que llevan a convencer al público, una masa anónima de hombres maduros sobre todo, que desde la oscuridad de sus butacas intentan hallar en la pantalla soñadas fantasías de las mil y una noches.

Reichenbach, realizador antaño de ensayos hasta cierto punto polémicos, como América vista por un francés, con un Oscar en su haber por su filme sobre Arturo Rubinstein y algún otro sobre Von Karajan; antiguo compositor a su vez y tiempos crítico de arte, nos ofrece casi diez años más tarde un reportaje sobre el sexo en el que su propio parecer se halla ausente, impersonal y reiterativo a ratos, demasiado mal ordenado como para excitar, emocionar o conmover.

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