Un enfermo de gangrena espera un mes para encontrar cama en la Seguridad Social

Un anciano de 74 años, con el cuerpo gangrenado y en estado de putrefacción, ha tenido que soportar un mes de burocracia oficial y aplazamientos de todo tipo hasta encontrar una cama libre en el Gran Hospital ayer por la mañana. Durante un mes el cuerpo de este hombre ha sido curado por su nuera y sus tres nietos.Eduardo de la Prida Hernando, de 74 años, jubilado de Aviación Civil, fue ingresado en la mañana de ayer en el Gran Hospital, de Diego de León. El ingreso se producía después de que el señor de la Prida, ante la falta de camas de los centros de cuidados mínimos de la Seguridad Social ...

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Un anciano de 74 años, con el cuerpo gangrenado y en estado de putrefacción, ha tenido que soportar un mes de burocracia oficial y aplazamientos de todo tipo hasta encontrar una cama libre en el Gran Hospital ayer por la mañana. Durante un mes el cuerpo de este hombre ha sido curado por su nuera y sus tres nietos.Eduardo de la Prida Hernando, de 74 años, jubilado de Aviación Civil, fue ingresado en la mañana de ayer en el Gran Hospital, de Diego de León. El ingreso se producía después de que el señor de la Prida, ante la falta de camas de los centros de cuidados mínimos de la Seguridad Social pasara el mes de agosto encerrado en una habitación de una modesta vivienda de la colonia de Aviación, al cuidado de su hijo, su nuera y tres nietos de siete, doce y catorce años, en tanto su carne, gangrenada, se caía a trozos. Aunque se había dicho a los familiares que esperaran al mes de septiembre, ayer se encontró casualmente una cama en el Gran Hospital, cuando éstos manifestaron en el ambulatorio de la zona que un redactor y un fotógrafo de EL PAIS habían sido llamados para cubrir la información.

«Todo comenzó el 21 de diciembre pasado cuando al abuelo le dio una trombosis; estuvo en el Hospital Clínico hasta el dos de febrero, fecha en la que fue enviado a casa con el lado izquierdo semiparalizado y en un estado que se podía calificar como estable.» Matilde Escámez, nuera del enfermo y persona que con mayor dedicación se ha cuidado de él, narra a EL PAIS la historia.

«Al principio estaba intranquilo, nervioso y alternaba estos momentos con otros de lucidez y tranquilidad. Una vez al mes venía una doctora del ambulatorio y nosotros íbamos a por los medicamentos. Sin embargo, poco a poco le fueron saliendo bolsas de agua blanquecina y costras en la espalda y en la rabadilla. Nos dijeron que era de estar en la misma postura y que le rociaramos con alcohol; la carne todavía no estaba muerta.» Según la señora Escámez, la enfermedad se agravó a principios del mes de agosto. «El día siete vino la suplente y se echó las manos a la cabeza al ver cómo se encontraba. Ordenó el ingreso y en una ambulancia le trasladamos al Hospital Clínico, donde dijeron que el enfermo pertenecía al Primero de Octubre. Allí le tuvieron desde las doce de la mañana hasta las seis de la tarde, hora en la que dijeron que lo trajeramos de nuevo a casa y nos dieron un papel con el tratamiento que le teníamos que aplicar. Siete días después mi hijo de catorce años le fue a curar y se encontro varios gusanos que le salían del tobillo. Le quitamos el vendaje y vi cómo de una fisura del talón salían los gusanos. Entonces tiré del talón y me quedé con él en la mano.»

A partir de este momento los familiares solicitaron de nuevo el ingreso. La médico suplente dio un nuevo volante el día 16 y aconsejó a los familiares que bajaran a hablar con el inspector de la zona «a ver si él podía hacer más fuerza». Me dijo que me daría un volante de ingreso y que tenía que ir al Instituto Nacional de Previsión de la calle Sagasta. Lo único que consiguió mi marido fue hablar con una señorita que le enseñó un libro muy grueso y le dijo que tenían muchos casos peores que el de su padre, ya que por lo menos tenía alguien que le cuidara. Después le dijeron que esperara a pesar de que ya se hablaba del avanzado estado de putrefacción en el volante. Dijeron que quizá a primeros de mes podrían hospitalizarle en un centro de cuidados mínimos que iba a ser abierto».

Entretanto la señora Escámez termina el relato manifestando que el practicante que es enviado por el ambulatorio exige guantes para hacer las curas. «El martes llegó y le lavó con agua oxigenada y poca cosa más. Por eso le dije que yo lo hacía mucho mejor. »

Según manifestó a EL PAIS el inspector de la zona «no sé de que enfermo me habla. Tenga en cuenta que recibo cuarenta o cincuenta visitas diarias. Pero si se trata de un enfermo en el estado que dice es la Subdirección médica la que debe dar el ingreso en un centro de cuidados mínimos». Julio Sierra, subdirector técnico del INP, declaró: «Si lo que pregunta son las plazas existentes en este tipo de centros o la demanda por parte de enfermos incurables envíeme el cuestionario; si se trata de este enfermo en particular voy a ponerme en contacto con el inspector jefe para que encuentre o se invente los medios para hallar una cama.» Dos horas después, y tras varias llamadas del inspector de zona, realizadas ante la señora Escámez, se encontraba una cama. Entretanto, un número indeterminado de enfermos «en peores condiciones», espera la creación de un centro.

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