Crítica:

Buen humor francés

Bertrand Tavernier es uno de los directores franceses más interesantes de las últimas generaciones. Los espectadores españoles han podido comprobarlo recientemente pues su breve obra ha llegado hasta nosotros casi en aluvión desde El juez y el asesino hasta El relojero de Saint Paul.Aparte de su estilo peculiar, en el que la ironía viene cargada muy a menudo de una vaga poesía que alude a lo vulgar o cotidiano los filmes de Tavernier siempre suponen una indagación en la sociedad que de algún modo nos atañe, ya se trate de relatos actuales o de películas históricas. Sus filmes nun...

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Bertrand Tavernier es uno de los directores franceses más interesantes de las últimas generaciones. Los espectadores españoles han podido comprobarlo recientemente pues su breve obra ha llegado hasta nosotros casi en aluvión desde El juez y el asesino hasta El relojero de Saint Paul.Aparte de su estilo peculiar, en el que la ironía viene cargada muy a menudo de una vaga poesía que alude a lo vulgar o cotidiano los filmes de Tavernier siempre suponen una indagación en la sociedad que de algún modo nos atañe, ya se trate de relatos actuales o de películas históricas. Sus filmes nunca son gratuitos. Así, en este último también la anécdota trasciende más allá del amor hasta la soledad más allá de los problemas de un grupo de inquilinos explotados hasta las luchas contra lo que uno de ellos llama muy certeramente el urbanismo del desprecio.

Los inquilinos

Dirección: Bertrand Tavernier.Intérpretes: Michel Piccoli, Christin Pascal, Michel Aumont. Francia. Humor. 1977. Local de estreno: Cine Gayarre.

Este urbanismo asolador de espacios verdes barrios tradicionales o indefensos vecinos alejados con diversos procedimientos administrativos para edificar nuevos inmuebles es el tema de una parte del filme, tema bien cercano a nosotros por cierto, aunque en nuestras ciudades adquiera características particulares.

La otra cara del filme aquella que enfrenta al realizador de cine con esos mismos inquilinos en riesgo de ser expulsados y que alude a su amor con una de las jóvenes vecinas, a pesar de sus buenos momentos de humor, flaquea en lo que se refiere a tales relaciones, sobre todo en el personaje femenino. Hay algo falso en ese amor, en la mujer del director que enseña a hablar a niños subnormales tanto como en el trabajo del director en el piso alquilado para tal propósito y que sabemos no llevará adelante. Sin embargo las relaciones con el guionistas los problemas con los otros inquilinos, las juntas de vecinos, las comisiones y propuestas están vistas con ironía de buena ley con un humor muy difícil de hallar en el cine francés actual y que revelan la sabia mano como realizador guionista de Tavernier.

Los problemas con el dueño del inmueble quedan un tanto aparte, como si se tratara de otro filme, sobre todo en momentos extremos. como el del suicidio del que se niega a marchar o algún que otro momento en que la historia se pierde. Toda esta parte del filme, así como la aventura de su protagonista femenina, sus confesiones de cómo se inició en el amor o sus recuerdos familiares hacen de la película un mosaico mal compensado en el que a ratos unas acciones se combinan sólo a medias con las otras. Tavernier resuelve a veces los tiempos perdido de la narración con una voz en off que es a la vez opinión y resumen procedimiento muy del gusto del cine francés y al que él sabe sacar buen partido con alusiones a determinados poetas.

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