Los vascos, héroes del pasillo

Cuando el diputado Heribert Barrera anunció que iba a defender su última enmienda, un aura de felicidad, como la que hincha los visillos a la hora de la siesta, oreó la dormición del hemiciclo. Barrera ha terminado por caer simpático, con ese aire de montañero extraviado que ha confundido el Guadarrama con el Canigó. Anda perdido por el Congreso con su macuto de excursionista lleno de esquejes republicanos preguntando con exquisita urbanidad por el atajo o por la salida. Tiene una inocencia preternatural anterior al Movimiento que en estos medios resabiados opera como una provocación francisca...

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Cuando el diputado Heribert Barrera anunció que iba a defender su última enmienda, un aura de felicidad, como la que hincha los visillos a la hora de la siesta, oreó la dormición del hemiciclo. Barrera ha terminado por caer simpático, con ese aire de montañero extraviado que ha confundido el Guadarrama con el Canigó. Anda perdido por el Congreso con su macuto de excursionista lleno de esquejes republicanos preguntando con exquisita urbanidad por el atajo o por la salida. Tiene una inocencia preternatural anterior al Movimiento que en estos medios resabiados opera como una provocación franciscana. Su empeño político tiende a un absurdo amable y botánico. El trata de encontrar setas en julio, predica una República que ahora suena a forestal, con la coherencia y la lucidez que da la dieta de ensalada, después de azotarse con un látigo de acelgas.Sus primeras intervenciones en la Comisión sonaban como insultos en los oídos todavía impuros de la concurrencia. Pero ayer fue despedido con aplausos por toda la Cámara. Alvarez de Miranda también aprovechó la ocasión para corregir la pifia anterior y le ofreció unas palabras de gratitud, a modo de confitura casera, que Heribert Barrera aceptó de pie sobre la alfombra patrimonial con una sonrisa de conejo. Las ideas de este disputado poseen esa cosa inofensiva de la pureza. Por eso le aplaudieron todos.

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Aparte de esto, lo que sucede en el hemiciclo ya no es más que un pequeño drama dialéctico accionado por pilas. La acción contradictoria del texto constitucional se agotó en los debates de la Comisión a la sombra de aquella barriga hortelana del señor Attard. Pero el nacimiento de una Constitución requiere un espacio magnético adecuado, necesita un ritmo psicológico creciente, andante con moto, hasta llegar a un final majestuoso. En este sentido, el Pleno del Congreso debió quedar reducido a unos discursos solemnes, a unos debates simbólicos sobre los puntos más polémicos para consagrar la tarea constituyente con la formalidad de un retablo oral. El debate sólo ha sido una pequeña gresca técnica de penenes, entre la cadencia herbolaria de Barrera y el puntillo herido de Fraga. Pero ahora a grandes zancadas electrónicas se avanza hacia el final. Y todos esperan que el tema de las autonomías sirva de remate a gran orquesta para que la Constitución coja el gran sonido, con el pueblo vasco en llamas. Alianza Popular espera su momento. Y los héroes del pasillo se llevan a los vascos hacia el rincón de las ofertas para formalizar las permutas. Mientras en el hemiciclo el sopor va cogiendo una paulatina solidez, cada ángulo oscuro del salón es un mercado de pactos, promesas, espectativas, rumores y entrevistas. Se trata de atornillar el problema dialéctico de las autonomías. Y los vascos son empujados hacia el sofá por Abril Martorell con lágrimas en los ojos, mientras Fraga allá arriba en el escaño, se afila las uñas con una navaja.

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