Editorial:

La bomba de neutrones y la escalada nuclear

YA ESTA: tenemos en puertas el arma perfecta, la bomba por excelencia, la que mata sin dejar huellas. La carrera de armamentos ha desembocado, por ahora, en un producto refinado, capaz de controlar la destrucción hasta sus debidos límites: esto es, hasta llegar a la total destrucción de lo esencial. El resto es pura anécdota. Para detener una división de carros blindados basta con fulminar simplemente a sus conductores y ocupantes: el mundo exterior y hasta los propios carros quedarán intactos. Pues estos son simplificadamente los efectos de la temible bomba de neutrones: destruye los seres vi...

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YA ESTA: tenemos en puertas el arma perfecta, la bomba por excelencia, la que mata sin dejar huellas. La carrera de armamentos ha desembocado, por ahora, en un producto refinado, capaz de controlar la destrucción hasta sus debidos límites: esto es, hasta llegar a la total destrucción de lo esencial. El resto es pura anécdota. Para detener una división de carros blindados basta con fulminar simplemente a sus conductores y ocupantes: el mundo exterior y hasta los propios carros quedarán intactos. Pues estos son simplificadamente los efectos de la temible bomba de neutrones: destruye los seres vivos, pero no las cosas. El presidente Carter parece vacilar antes de dar definitiva luz verde a la fabricación masiva de la bomba de neutrones. Vacilación que le sirve al mismo tiempo de concesión a los sectores liberales de su Administración y de baza escondida en la bocamanga frente a los soviéticos en las conversaciones SALT-II. Pero Alemania Federal y Gran Bretaña parecen ya dispuestas a dar su aprobación para almacenar en Europa en territorio germano, a la exquisita y diminuta superbomba.El problema de la bomba de neutrones no es comprensible si no se integra en el panorama general del control de armas nucleares. Control que, por ahora, ha alcanzado escasos resultados y que se desarrolla en tres ámbitos paralelos y diferentes. En primer lugar, a escala bilateral entre la Unión Soviética y Estados Unidos, ha habido las concluidas conversaciones SALT-I, cuyo acuerdo sobre armamento defensivo ha expirado, pero sigue implícitamente prorrogado, y que fueron completadas en el acuerdo de Vladivostok, entre Gerald Ford y Leónidas Breinev, sobre limitación de la producción de armas ofensivas. En las SALT-II, actualmente en curso, el presidente Carter quiere introducir una nueva noción, no solamente limitativa, sino reductiva. Y su decisión sobre la fabricación de la bomba de neutrones es una baza frente a la URSS, para lograr este comienzo de reducción; esto es, de destrucción de depósitos de armamento nuclear.

Este control nuclear continúa en otros dos ámbitos: en las conversaciones de Ginebra entre las grandes potencias nucleares, en el seno de las Naciones Unidas, que apenas progresan y que cuentan desde el principio con la desafección de París y Pekín. Y en las conversaciones europeas denominadas «MBFR» -sobre reducción equilibrada de fuerzas-, que tienen lugar en Viena, entre los países del centro de Europa y todos aquellos que poseen armas o fuerzas en la zona, pero que tampoco han progresado de manera sustancial, y que sólo tocan el tema nuclear en lo que se refiere a armamento táctico de corto alcance.

Estados Unidos ha llegado a ponera punto la bomba de neutrones después de veinte años de investigaciones, cuando los propios soviéticos habían desistido de un intento que parecía imposible. No se trata de un arma sustantivamente distinta a las existentes: simplemente es un producto más perfeccionado. De los tres niveles en los que actúa la destrucción de toda bomba nuclear, el flisico, el mecánico y el radiactivo, la de neutrones reduce el ámbito primero para extender hasta la locura el tercero. Limita las destrucciones físicas y mecánicas para centrarse en la pura y simple destrucción por la radiactividad. Mata a los hombres y no a las cosas, podría decirse en una simplificación aterradora. En una zona provoca la destrucción instantánea, en otra a las 48 horas, en otra más en una o dos semanas y, después, mucho más allá, hace sentir los clásicos efectos: cánceres, tumores, leucemías y trastornos genéticos. Frente a la clásica bomba «sucia», que destruye indiscriminadamente, ésta es una bomba «limpia», que sólo mata a los seres vivientes. El colmo de la perfección: todos los atentados convertidos en asesinatos, todos los accidentes en muertes.

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Dicen los estrategas y hasta algunos moralistas que se trata de un avance, de una especie de control; que si fuera depositada sólo en Europa, en manos de la OTAN y sólo para ser utilizada contra las tropas del Pacto de Varsovia, sería la disuasión perfecta. Equilibraría la supremacía de los países del Este en materia de carros de combate, y sería la amenaza suprema. Siempre se llega al único argumento verdadero que es el del equilibrio del terror. No se trata, pues de un nuevo concepto de guerra, ni de una etapa «nueva» en la tremenda escalada nuclear, ni siquiera de una bomba diferente. Es siempre la misma bomba, la misma guerra, la misma locura planetaria. Frente a ella, los soviéticos no pueden responder -por el momento- con un arma similar. Pero pueden hacerlo con otras que ya tienen en preparación, desde el famoso SS-20, el missil intercontinental, o con la guerra bacteriológica. ¿Y cómo se responde ante una epidemia prefabricada de peste bubónica?

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