Reportaje:

Mongolia Exterior, colonia de la Unión Soviética

El pueblo ruso, cuyo sentido del humor es bien conocido, comenta que uno de los problemas que aún no ha resuelto el Kremlin es saber cuál es su república número dieciséis, honor que se disputan Bulgaria y Mongolia. El recorrido, durante una semana, por este último país, no deja lugar a dudas. Ulan Bator podría, muy bien, ser la capital de la dieciséis república de la URSS.No es extraño el interés de los dirigentes soviéticos por este país, con una extension cinco veces superior a la de España, y cuya población no pasa del millón y medio de habitantes. Sus fronteras lindan al Norte durante más ...

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El pueblo ruso, cuyo sentido del humor es bien conocido, comenta que uno de los problemas que aún no ha resuelto el Kremlin es saber cuál es su república número dieciséis, honor que se disputan Bulgaria y Mongolia. El recorrido, durante una semana, por este último país, no deja lugar a dudas. Ulan Bator podría, muy bien, ser la capital de la dieciséis república de la URSS.No es extraño el interés de los dirigentes soviéticos por este país, con una extension cinco veces superior a la de España, y cuya población no pasa del millón y medio de habitantes. Sus fronteras lindan al Norte durante más de 3.000 kilómetros con pueblos soviéticos; al Sur y al Este, 4.600 kilómetros de territorio están en vecindad con la República Popular China. Para la Unión Soviética este antiguo país de pastores nómadas supone un poderoso muro de contención ante los chinos. Un par de cifras expresivas: mientras el ejército mongol está compuesto de 28.000 soldados, existen casi otros tantos soviéticos, 25.000, distribuidos por el país.

En el avión que nos traslada desde Moscú a la capital mongola, Ulan Bator, viajan militares soviéticos de alta graduación. Nos han dicho que esto es habitual. Les acomodan en una parte especial del avión, en un lugar donde no tienen contacto con los extranjeros. Si alguien se les acerca, evitan cualquier conversación. Sin embargo, en Ulan Bator, ciudad alejada de las fronteras, no es fácil tropezarse con militares por las calles.

Los silencios del ministro

Nuestra primera gestión al llegar a Ulan Bator consiste en tomar contacto con el ministro de Asuntos Exteriores de la República Popular de Mongolia, señor Dugersuren. Tuvimos que enviarle un cuestionario con las preguntas. Días después, a través del jefe del departamento de prensa del ministerio recibíamos la respuesta: «No es posible la entrevista porque el señor ministro considera improcedente alguna de sus preguntas.» Luego supimos que no le había gustado que le interrogásemos sobre la dependencia de su país respecto de la Unión Soviética, y tampoco deseaba contestar a los problemas actuales de Mongolia con la República Popular China. Alguien nos apuntó que dado los pocos días que nosotros íbamos a permanecer en Ulan Bator, el ministro no tenía tiempo material para consultar con los dirigentes soviéticos las respuestas que debía darnos.

Gracias a un folleto recién editado pudimos conocer el pensamiento de Dugersuren en los dos principales temas de la política exterior mongola: «Aceptamos la política exterior leninista de la Unión Soviética -afirmaba el ministro mongol-, y su potencial económico y militar porque son fuerzas decisivas para proteger a los países socialistas de los ataques de las fuerzas imperialistas.» En otro párrafo expresaba sus quejas por las poco amistosas relaciones con China: « Las relaciones han sido quebrantadas por culpa de los dirigentes chinos que trataban de presionar política y económicamente a la República Popular de Mongolia, para imponerle puntos de vista y disposiciones antimarxistas y chovinistas referentes a la vida internacional y al movimiento comunista internacional.»

En la primera entrevista que mantuvimos con el jefe de prensa del Ministerio de Asuntos Exteriores nos deseó feliz estancia en Mongolia y nos aconsejó que fuésemos objetivos en nuestros posteriores comentarios, ya que, en caso contrario, se verían obligados a hacer como con un periodista americano, que la segunda vez que pidió visado para entrar en la República le fue denegado. También fuimos informados que cada año no dejan pasar más de diez o doce periodistas occidentales.

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Un país sovietizado

Al recorrer las calles de Ulan Bator, en su centro comercial moderno, comprobamos que no difiere en absoluto de cualquier población soviética de medio millón de habitantes. Las construcciones oficiales, comercios y viviendas son similares a las de Murmanks o Javarovsk, por citar dos ejemplos distantes dentro de la Unión Soviética. La propaganda machacona en eslóganes y dibujos sólo se diferencia en los rasgos orientales con que aparecen los retratos de Lenin y Brejnev. En la plaza principal, donde se encuentra el palacio presidencial, han construido un mausoleo, réplica del de la plaza Roja de Moscú. Lenin y Stalin tienen estatuas en los principales parques de la ciudad. Si nos alejamos del centro de la población, la mayor parte de sus habitantes aún viven en las yurtas, tiendas de campaña hechas de pértigas y cubiertas de fieltro.

En contraste con las casas modernas construidas por el socialismo, uniformes y severas, podemos encontrar en cualquier lugar de la ciudad la peculiar arquitectura de los exóticos templos budistas, que se conservan cerrados. La Iglesia fue suprimida en 1930, y sólo permiten que funcione, en todo el país, un monasterio en Ulan Bator, donde el número de lamas no sobrepasa el medio centenar. Allí aún es posible presenciar a primeras horas de la mañana las ceremonias donde los cánticos, ofrendas y rezos conservan su autenticidad. A la entrada, algunos fieles, en su mayoría de avanzada edad, pasan por una especie de tornos y dan varias vueltas mientras suenan unas campanillas, en solicitud de favores, y dejando escritas en pequeños papeles las peticiones.

Un imperio sometido

El que fue en los siglos XI y XII el imperio más grande que ha conocido la historia de la Humanidad, se mantenía a principios del siglo XX sometido a los usureros chinos, funcionarios manchúes y nobles mongoles. La población, en su mayor parte privada del ganado, vagaba alrededor del país e instalaba sus yurtas junto a los monasterios de los lamas, donde vivían. El lamaísmo había sido introducido en el siglo XIII, como una variante del budismo. Su expansión entre los mongoles fue rápida. La Iglesia lama acumula, al mismo tiempo, el poder espiritual y el temporal. De introducción aristocrática, el lamaísmo se da por el juego de reencarnaciones provinciales, de jefes salidos exclusivamente de la más alta nobleza.

La prosperidad de los monasterios se produce como consecuencia de las donaciones que reciben de los siervos, quienes les ofrecen parte de su ganado, y de los privilegios del clero, que están exentos de cualquier tipo de carga. La Iglesia se convierte pronto en la más grande propietaria de rebaños y en la principal potencia de Mongolia, desinteresada, por supuesto, de los problemas políticos del país.

A principios de siglo, la población no llega a los 600.000 habitantes. Más del 40% de los hombres había hecho voto de castidad, lo que suponía un importante motivo para la baja población.

Iniciada la revolución popular por Suje Bator, en 1921, se pasa del feudalismo al socialismo leninista, sin tránsito por el capitalismo. Millares de monjes que se habían refugiado en los templos lamas vuelven a la vida laica, y se mejora el nivel de vida y el estado sanitario del pueblo. Como consecuencia de estos factores se produce una fuerte elevación de la natalidad y en los últimos cincuenta años Mongolia llega al millón y medio de habitantes.

El apoyo de la Unión Soviética

El proyecto «Erdenet» es la gran obra de ayuda mutua. Los geólogos mongoles, soviéticos y checoslovacos descubrieron un enorme yacimiento de cobre y molibdeno, que es el más grande de Asia y uno de los diez primeros del mundo. El combinado minero producirá al año dieciséis millones de toneladas de mineral enriquecido, y deberá empezar a funcionar en el curso del presente año.

En resumen, la Unión Soviética monopoliza el 80% de la producción mongola, exporta a este país todos los años alrededor de 40.000 tipos de mercancías, en la que participan cerca de 3.000 empresas soviéticas. Con estas importaciones, la República Popular de Mongolia cubre casi el 100% de sus necesidades de combustible, el 85% de maquinaria y equipos, y el 50% de artículos de consumo. Por tanto, el interés económico, unido a la necesidad de defensa militar, coinciden en ambos países. Mongolia es un enclave fundamental para la URSS en su dispositivo asiático.

China, que había colonizado la Mongolia interior, y Japón, que siempre mantuvo apetencias sobre este vasto y despoblado país, son desplazados definitivamente por la URSS, quien ejerce su plena influencia desde el primer tratado concertado en pie de «igualdad», en 1921, con la intervención directa de Lenin y Suje Bator. A partir de 1950, Pekín y Moscú reconocen la independencia de Mongolia exterior.

Esta independencia será puesta en duda por un observador objetivo que escuche las palabras del propio presidente de la República, Yu Tsedenbal: «La ayuda que la Unión Soviética viene prestando a Mongolia ha sido y sigue siendo universal, se extiende a todos los ámbitos de la vida social en nuestro país -afirmaba en 1976-. En rigor, no hay rama alguna de la economía nacional y la cultura que se desarrolle sin la ayuda proveniente de la URSS. En nuestra República no hay rincón alguno donde haya dejado de percibirse la ayuda fraterna del pueblo soviético.»

Después del protocolo de ayuda mutua firmado en 1936, la Unión Soviética acudió con sus tropas, en 1939, a la zona del río Jaljin Gol, con motivo de la invasión militar japonesa. La ayuda económica tuvo mayor efectividad a partir del ingreso de Mongolia en el Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME), en 1962. El propio Brejnev ha visitado Ulan Bator en los últimos años un par de veces.

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