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Sadoaburrimiento

«Dichosa edad y dichosos siglos aquellos -dijo el clásico-, a quien los antiguos pusieron nombre de dorados. Entonces sí que andaban las simples y hermosas zagalejas de valle en valle y de otero en otero, en trenza y cabello, sin más vestido de aquellos que eran menester para cubrir honestamente lo que la honestidad quiere y ha querido siempre que se cubra.»Dichosa edad -añadimos nosotros-, y felices amores en los que los humanos y los dioses inventaron todo cuanto hoy sabemos, estudiamos y exhibimos sobre tal materia, todo aquello que rige y mide las complicadas órbitas del planeta del sexo. ...

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«Dichosa edad y dichosos siglos aquellos -dijo el clásico-, a quien los antiguos pusieron nombre de dorados. Entonces sí que andaban las simples y hermosas zagalejas de valle en valle y de otero en otero, en trenza y cabello, sin más vestido de aquellos que eran menester para cubrir honestamente lo que la honestidad quiere y ha querido siempre que se cubra.»Dichosa edad -añadimos nosotros-, y felices amores en los que los humanos y los dioses inventaron todo cuanto hoy sabemos, estudiamos y exhibimos sobre tal materia, todo aquello que rige y mide las complicadas órbitas del planeta del sexo. Lo inventaron y practicaron con un alegre afán que engendraba otros alegres dioses bullidores, sin torvo ademán, sin tedio melancólico y sobre todo, sin monotonía. Es decir, exactamente lo contrario de lo que nos ofrece Historie d'O, novela clave del erotismo moderno.

Historia de O

Según la novela de Pauline Reage. Guión de Just Jaeckin y Sebastián Japrisot. Dirección: Just Jaeckin.Intérpretes: Corinne Clery, Udo Kier, Anthony Steel. Francia. Erótica, 1975. Locales de estreno: Fuencarral, Juan de Austria, Cid Campeador.

Estudio clínico sobre el amor, para unos, análisis paradójico de la pureza, para otros, es posible que su auténtica significación quede en el aire durante mucho tiempo, como la filiación concreta de su autor, que para tal empeño prefirió quedar hasta hoy en el anónimo.

Como tantos libros que le precedieron, con mayor o menor fortuna, este relato pornográficamente ambiguo, adobado con ceremonias sadomasoquistas, no oculta sin embargo sus raíces románticas, escondidas bajo un manto de supuesta trascendencia. Aburrido más que melancólico, triste y reiterativo en su mecánica, olvidando las pasiones en beneficio de los ritos, manual de perversiones un tanto simples para público elemental en busca de pornografía consentida legalmente, lejos de los recitales privados habituales, Just Jaeckin nos retrata la novela, como sus obras anteriores, envuelta en esa peculiar fotografía, en esos decorados selectos que ya parecen inevitables en tales empeños pseudofotográficos.

La protagonista, de la que tampoco llegamos a conocer el nombre, se abandona, como se sabe, por amor, al placer de la esclavitud, pasa de mano en mano para ser maltratada, fustigada, sodomizada o marcada en las ancas como una hermosa res en cualquier tentadero de lujo. Todo lo acepta por amor; quien no lo acepta de tan buen grado es el público, que en los momentos clave comenta tal insistencia en asumir humillaciones con sabrosos e inesperados comentarios.

Tan trabajoso y reiterativo ceremonial a base de correas, cadenas, candados y azotainas; tanto vestirse para al punto desnudarse de nuevo, hace caer al filme en una especie de frustración especial bien distinta de la que sus protagonistas pretenden mostrarnos. Todo resulta vacío y aséptico, a pesar de sudores, sollozos y jadeos. Los personajes más parecen juguetes eróticos de esas famosas colecciones secretas hoy tan en boga, que seres en busca del placer por los caminos inusuales puestos de moda hoy otra vez por la prosa tremendista de Pauline Reage.

En el centro de esta tediosa fiesta, Corinne Clery nos muestra sus encantos evidentes y sus dotes de actriz amateur. Udo Kier es su novio complacido y a veces complaciente. En cuanto a Anthony Steel, altiva cornucopia de cabello gris y modales británicos, vive su vida errante, en plan carroza a un tiempo víctima y verdugo, como rey sin trono al que su reino del amor le viniera demasiado grande.

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