TEATRO

Hoy se estrenan dos esperpentos de Valle Inclán

Bajo la dirección de Manuel Collado, la compañía de María José Goyanes, encabezada por Pepe Calvo, Manuel Galiana, Margarita García Ortega, Encarria Paso e Ismael Merlo presenta, esta noche, en el teatro María Guerrero, los esperpentos de Valle-Inclán Las galas del difunto y La hija del capitán.De «teatro para intranquilizar» califica a las dos piezas de Valle, que hoy se presentan, Eduardo Haro Tecglen, de quien se recoge en un importante programa de mano su opinión sobre el teatro de Valle, junto con las de Vicente Aleixandre, Blanco Amor, Juan Antonio Hormigón así como una ant...

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Bajo la dirección de Manuel Collado, la compañía de María José Goyanes, encabezada por Pepe Calvo, Manuel Galiana, Margarita García Ortega, Encarria Paso e Ismael Merlo presenta, esta noche, en el teatro María Guerrero, los esperpentos de Valle-Inclán Las galas del difunto y La hija del capitán.De «teatro para intranquilizar» califica a las dos piezas de Valle, que hoy se presentan, Eduardo Haro Tecglen, de quien se recoge en un importante programa de mano su opinión sobre el teatro de Valle, junto con las de Vicente Aleixandre, Blanco Amor, Juan Antonio Hormigón así como una antología sobre el tema que va desde Ramón Gómez de la Serna hasta Ricardo Domenech, pasando por Unamuno, Azorín, Machado, Benavente y Juan Ramón Jiménez.

«Parece inútil -escribe Haro Tecglen- buscar una actualidad inmediata en estos dos esperpentos de Valle-Inclán: no la tienen, ni vienen a informarnos sobre nada que esté pasando o pueda pasar ahora. Pero sería también un error considerarlos fuera del tiempo o de nosotros mismos, piezas de museo o evocación de otros tiempos, porque, el calambre sigue actuando sobre el tejido nervioso de la sociedad -o de las, sociedades- española. La incomodidad que se siente viendo o escuchando estas obras será, sin duda, activa. Tienen la virtud del gran teatro, o de la gran literatura; la virtud que tenían los griegos: no dejarnos en paz, no dejarnos tranquilos. Es un teatro para intranquilizar. Lo hubiera conseguido en su época -lo consiguió, sin que se le permitiera llegar al público- y tiene que conseguirlo también en ésta.»

De modo similar, en cuanto a la vigencia de las piezas de Valle que hoy se presentan en el María Guerrero, se expresa el director y último responsable del espectáculo, Manuel Collado, quien ha dicho a EL PAÍS que «en ningún momento he querido hacer un espectáculo con pretensiones de actualidad, dentro de ese estilo provocador muy en boga. Valle-Inclán recoge unos sucesos callejeros y los pone en el escenario. Las circunstancias históricas en que se enmarcan esos sucesos no son las de hoy. Lo que sí sucede es que, si bien cambia ese marco histórico, lo que no se modifica casi nunca es la idiosincrasia de los pueblos. En esa medida, los personajes de Valle siguen siendo actuales y yo los he puesto en el escenario respetando la concepción que el autor tiene del espacio escénico. Él veía a sus personajes desde arriba, y así hemos intentado verlos nosotros. Nada, pues, de una visión naturalista, porque no hemos concebido nuestro trabajo como una subida al escenario de los personajes de la calle, sino como una verdadera representación teatral. En todo momento se deja ver una función de teatro».

En cuanto a las peculiaridades del montaje de unos esperpentos de Valle, en relación con los más o menos recientes de otras muestras de este género, Collado señala que no ha pretendido dar ninguna lección sobre cómo debe montarse a Valle. «En la medida en que yo concibo el trabajo de un director teatral como una labor de recreación artística, respeto la subjetividad de todos los directores y, desde luego, es lógico que también el mío resulte un trabajo subjetivo. Llevo siete meses trabajando sobre este espectáculo, pensando en este montaje, y, como siempre, me he planteado mi labor como un verdadero serninario de estudio que puede y debe dar sus frutos en laboresposteriores. Para mí, la puesta en pie de una obra dramática tiene sentido únicamente desde ese ángulo. Lógicamente, cada estreno tiene, de manera inevitable, para público y crítica, el sabor de un examen. Todos esperan una obra acabada y perfecta, y desde esa perspectiva lajuzgan. Pero los que estamos detrás del espectáculo, sus responsables, tenemos la obligación de considerar cada representación como un momento más de ese proceso de continua autoformación y de estudio. En cualquier caso, si los críticos me suspenden, el trabajo habrá sido rentable para mí, interiormente. Y, desde luego, si así fuera en este caso, yo siempre estaría dispuesto a acudir a una nueva convocatoria.»

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