Reportaje:Yugoslavia, 34 años con Tito/ y 2

La sucesión de Tito, presente y futuro

«Puedo marcharme en cualquier momento y nada cambiará», declaró Tito al Sunday Times a principios de 1976. La nueva Constitución (1974) le otorgó todos los poderes, si bien los ejercería de manera nominal. Su personalidad garantiza la unidad y la paz.El problema económico interregional dio un importante paso adelante aquel mismo año constitucional con la puesta en vigor de las medidas descentralizadoras de Kardelj y la creación del Consejo Consultivo Federal. Tito podía estar seguro de que, tras su desaparición, la federación yugoslava no se desintegraría. La producción industrial creci...

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«Puedo marcharme en cualquier momento y nada cambiará», declaró Tito al Sunday Times a principios de 1976. La nueva Constitución (1974) le otorgó todos los poderes, si bien los ejercería de manera nominal. Su personalidad garantiza la unidad y la paz.El problema económico interregional dio un importante paso adelante aquel mismo año constitucional con la puesta en vigor de las medidas descentralizadoras de Kardelj y la creación del Consejo Consultivo Federal. Tito podía estar seguro de que, tras su desaparición, la federación yugoslava no se desintegraría. La producción industrial creció en el primer semestre de 1977 el 11 % en relación con el mismo período de 1976. Eslovenia y Croacia, las dos repúblicas más desarrolladas, experimentaron un retroceso en su crecimiento a favor de las más pobres.

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Sin embargo, Yugoslavia, «un Estado que no es totalitario ni completamente liberal», según la expresión del disidente Djilas, está lejos de haber conseguido el equilibrio económico. El comercio con Occidente ha colocado al Estado federal ante una deuda que sobrepasa los 125.000 millones de pesetas, unos 700.000 parados, de una población activa de cinco millones, y una inflación entre el doce y el 15%.

La sombra de la URSS

La autonomía comercial otorgada a las repúblicas después de 1974 hace pensar que Tito puede tener razón en decir que con el nuevo sistema el problema de la disgregación del Estado Ira quedado resuelto durante mucho tiempo. Pero la desaparición del anciano líder lleva indefectiblemente unida la cuestión de una eventual interv_ ención soviética.

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Todos los círculos oficiales yugoslavos reconocen que la Unión Soviética no ha perdido interés por Yugoslavia, si bien su actuación se diferenciaría de la que llevó a cabo en Hungría (1956) y Checoslovaquia (1968). Un ataque está descartado, no tanto porque el general Stev Ilic mantenga que «los ocho millones de yugoslavos que integran la defensa popular equivalen a una bomba nuclear», sino más bien porque el movimiento comunista saltaría hecho pedazos y Estados Unidos intervendría de una forma u otra en el conflicto, de acuerdo con recientes manifestaciones de la Administración Carter, que no ha variado la política de Dean Rusk del año 68 tras el ataque a Checoslovaquia.

En el ámbito político, la URSS cuenta con sus simpatías en Yugoslavia a través de los grupos kominformistas, incluso el Kremlin tiene en el secretario del PC yugoslavo pro soviético, Mileta Perovic, con residencia en Kiev, un posible hombre de recambio. «Los kominformistas no tienen arraigo -nos declara el primer representante diplomático yugoslavo en Madrid, Cacinovic-, y si algún grupo tiene relevancia es debido al claro apoyo de una superpotencia», que no es otra sino la URSS.

En la década de los cincuenta y sesenta Moscú mantuvo contactos con los grupos más reaccionarios opuestos a Tito, incluidos los ustachis croatas. Hoy no se puede descartar que los soviéticos persiguen la captación de miembros de la Liga de los Comunistas, especialmente en el PC servio, explotando posibles añoranzas de la rusofilia de los adeptos al antiguojefe de la policía política yugoslava, Rankovic.

La contestación política crece

A pesar de sus discrepancias con Moscú, Yugoslavia sigue los esquemas marxistas-leninistas de un único partido en el poder; las «reformas a la checoslovaca» de servios y croatas en los años 1971 y 1972 amenazaron con trastocar de manera rápida todo el sistema yugoslavo. Si Tito consiguió manejar con su sola presencia a los estudiantes en 1968, que se lanzaron a la calle en petición de una mayor democratización, en los años 1971-1972 el poder central tuvo que recurrir a las depuraciones de altos cargos en los respectivos partidos comunistas de Servia y Croacia. La Constitución de 1974 fue una concesión relativa de aquellas aspiraciones de descentralización, pero también una entente obligada de servios y croatas de cara a la sucesión de Tito. La calma se rompió en 1975, cuando la facultad de Filosofía de Liubliana y la revista intelectual marxista Praxis volvieron a sufrir los rigores de la censura cuando los profesores de aquélla y escritores de ésta volvieron a plantear más democratización y una denuncia de la burocracia imperante.

¿Después de Tito?

«Nadie puede sustituirle», se dice en Belgrado. Al viejo mariscal le sucederá una institución de personas, y ninguna de ellas con el carisma suficiente como para obtener el puesto que ocupa Tito. Sí puede decirse que el poder real estará en manos de quien acceda a la presidencia del partido o Liga de los Comunistas. Hoy los candidatos posibles garantizan el titismo, pero ¿las discrepancias nacionalistas que subsisten serán arregladas sin la presencia del líder respetado? La liberalización en los medios intelectuales será un hecho después de Tito, mantiene Djilas. Su extensión a la vida política llevaría a acontecimientos similares a los del año 1971, entonces ya no existiría la autoridad de Tito para ordenar la suspensión inmediata de la experiencia.

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