Tribuna:

Un reto histórico para la medicina española

La medicina se ha convertido en un tema polémico, que ocupa casi diariamente la atención pública, a través de los medios informativos. Es natural que suceda así, por dos motivos: la importancia objetiva de la medicina en la vida de una nación y los desencadenamientos subjetivos que la enfermedad produce en los habitantes de ese comunicado. Ambos factores combinados favorecen, además, que en el tratamiento de un problema tan delicado y complejo se introduzcan con harta frecuencia elementos perniciosos: intereses económicos, intereses políticos, intereses sindicales, intereses de grupo... Todo e...

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La medicina se ha convertido en un tema polémico, que ocupa casi diariamente la atención pública, a través de los medios informativos. Es natural que suceda así, por dos motivos: la importancia objetiva de la medicina en la vida de una nación y los desencadenamientos subjetivos que la enfermedad produce en los habitantes de ese comunicado. Ambos factores combinados favorecen, además, que en el tratamiento de un problema tan delicado y complejo se introduzcan con harta frecuencia elementos perniciosos: intereses económicos, intereses políticos, intereses sindicales, intereses de grupo... Todo ello favorece el tratamiento demagógico de un problema que, en todo momento, pero mucho, más en la crítica coyuntural actual, exige un análisis frío y lúcido, si es que de verdad se quieren hallar soluciones válidas.Ambos fueron, en realidad, los objetivos primordiales que movieron al profesor Jiménez Díaz a crear su Fundación, hoy en día en vanguardia experimental de técnicas docentes e investigadoras.

Jefe de Docencia de la Fundación Jiménez Díaz

Guión de Frank de Felitta, basado en su propia novela. Dirigida por Robert Wise. Folosofía de VictorJ. Kemper. Músíca de Michael Small. Intérpretes: Marsha Mason, Anthony Hopkins, John Beck y Susan Swift._ Norteamericana, 1976. Local de estreno: Capitol.

La formación médica en España adolece, ciertamente, de no pocos males. Pero conviene precisar que no es ¡á nuestra una medicina ' deleznable, de la que debemos avergonzamos. Es cierto lo que afirmó el doctor Hans-Joachim Kraemer, director del Instituto de Exámenes para Medicina y Farmacia de la República Federal de Alemania: «La medicina en España tiene un nivel que, según mi impresión, no está por debajo de los demás países desarrollados.» Los problemas de la medicina en España no son muy distintos de los que tienen planteados las restantes medicinas europeas, sobre todo en lo que se refiere a docencia e investigación. Son problemas, en su mayor parte, derivados de la crisis del cambio histórico de. una sociedad industrial a una sociedad científica, acaso la más profunda y radical que ha conocido el hombre en toda su historia.

Los españoles, al igual que las demás comunidades humanas, nos vemos apremiados a revisar, con realismo y con espíritu renovador, el marco tradicional de la docencia y la investigación médicas. En este punto no debemos ser pesimistas. Contamos con profesionales capaces para el intento. Pero, además, disponemos de una infraestructura sanitaria importantísima. El ahorro social de los empresarios y trabajadores españoles ha permitido construir una vasta red hospitalaria que, además, ha estimulado a otros, sectores, especialmente a la Administración local, a seguir el ejemplo de la Seguridad Social. Es evidente que en este campo, como en muchos otros aspectos de la vida nacional, España ha dado en relativamente pocos años un salto prodigioso, desde el subdesarrollo al nivel de las naciones desarrolladas. Pero este avance, por su rapidez, por la idiosincrasia compartimental de los españoles, se ha producido de manera heterogénea y anárquica. Por ello, hemos de proceder a una reorganización armónica del sistema con criterios modernos, en que se combinen dos factores de no fácil ni cómoda soldadura: la unidad científica y la autonomía funcional. La creación del Ministerio de Sanidad constituye una medida esperanzadora en tal sentido, pero también un peligro que ya se deja ver en una doble vertiente: burocracia y uniformismo imperativo.

La formación del médico

Para una correcta formación permanente de los médicos en ejercicio y la formación básica de los futuros médicos, resulta imprescindible la existencia de unas plataformas de cooperación funcional entre la Universidad, las estructuras hospitalarias, las cooperaciones profesionales médicas y la Administración, sin que ninguna de dichas instancias pretenda atribuirse un protagonismo decisorio. Es decir, en un plano de abierta colaboración y con respeto exquisito hacia las esferas de actuación de cada una de las partes. Pero importa sobre todo admitir, desde un principio, que la Universidad tiene como misión fundamental el cumplimiento de sus fines académicos. La Universidad no es una fábrica de títulos profesionales, sino centro de titulaciones académicas. El día en que las corporaciones profesionales asuman plenamente la función garantizadora del ejercicio profesional y de los requisitos exigibles para el acceso al mismo, se habrá descargado a la Universidad de una losa, que condiciona pesadamente sus proyecciones docentes y de investigación. La Universidad, por consecuencia, y en lo que a Medicina se refiere, debe plantearse en relación con el alumnado tres cuestiones básicas: una exigente selección de acceso, una formación adecuada y una titulación académica que corresponda a unos niveles docentes idóneos.

La ideología bajo la cual están organizados el servicio médico y la enseñanza en una nación, conlleva unas soluciones específicas al problema general de la respuesta social a las necesidades de la docencia en medicina. No es lo mismo un régimen de seguro libre y de libertad para la creación de Universidades, que un sistema de seguridad fuertemente socializado y una enseñanza estatal única. En cualquiera de los casos, sin embargo, son aplicables tres criterios insustituibles para un buen nivel formativo de los profesionales de la medicina: educación integrada, responsabilidad progresiva y formación a nivel docente y discente.

Consideramos que las pruebas de acceso a las facultades de Medicina, las evaluaciones en el interior de las mismas, las de licenciatura y, en fin, las pruebas de adjudicación de las plazas de residentes deben tener carácter homogéneo. Las pruebas de selección, en definitiva, deben estar programadas por una institución específica. En cuanto a la adjudicación de las plazas de residentes, la prueba debe ser nacional y única, en colaboración estrecha con otras instituciones extranjeras de máxima solvencia y experiencia en este aspecto.

Existe otro problema que frecuentemente se desenfoca, al ser tratado con una cierta inclinación demagógica y poco sosiego. Me refiero al tema de los estudiantes hispanoamericanos. La cuestión ofrece vertientes muy sugestivas para su tratamiento. España no puede ceder a ninguna nación anglosajona, latina u oriental las funciones de primacía o colaboración que su emplazamiento en el área cultural hispanoamericana le exigen. Esa dejación histórica constituiría un suicidio y una solemne estupidez. Lo correcto sería exigir a los estudiantes hispanoamericanos que pretenden cursar Medicina en España, a cualquier nivel, una prueba única para todos ellos, similar a las establecidas en el correspondiente nivel para los españoles. En este sentido la Fundación Jiménez Díaz, en lo que a ella se refiere, mantiene una estrecha relación con los dirigentes del Centro Iberoamericano de Cooperación, encaminada a establecer fórmulas válidas de aplicación. Y, asimismo, para perfeccionar las relaciones que se mantienen con importantes instituciones docentes y de investigación de Hispanoamérica, en orden al establecimiento de criterios y sistemas comunes. Ello permitiría intentar un prometedor esfuerzo de aproximación de niveles básicos en el plano de la discencia primero y de la ciencia médica después, y la creación, en fin, de una medicina avanzada para una misma conciencia cultural y hablada en una misma lengua por una población que en el año 2000 tendrá por lo menos quinientos millones de seres.

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