Ofrecimiento para dar a conocer en España el teatro japonés

Las autoridades culturales rechazaron la propuesta

Dos de las más importantes expresiones de la cultura japonesa, cuya presencia en España fue ofrecida a nuestras autoridades, en el pasado mes de abril, por el gobernador de la Prefectura de Hyogo, podrían quedar inéditas para el público español, si los organismos competentes no prestan mayor atención que la que, al parecer, han venido manifestando hasta ahora en relación con la interesante oferta japonesa.

En concreto, el gobernador japonés propuso presentar en Madrid o en Barcelona, el Bunraku, espectáculo japonés de marionetas y, posteriormente, a la vista del interés que este ...

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Dos de las más importantes expresiones de la cultura japonesa, cuya presencia en España fue ofrecida a nuestras autoridades, en el pasado mes de abril, por el gobernador de la Prefectura de Hyogo, podrían quedar inéditas para el público español, si los organismos competentes no prestan mayor atención que la que, al parecer, han venido manifestando hasta ahora en relación con la interesante oferta japonesa.

En concreto, el gobernador japonés propuso presentar en Madrid o en Barcelona, el Bunraku, espectáculo japonés de marionetas y, posteriormente, a la vista del interés que este espectáculo suscitase, dar a conocer, también, el teatro Nô, la más genuina expresión del teatro clásico del Japón.Esta embajada cultural japonesa se hallaría inscrita en el marco de los proyectos que tiene la Fundación del Japón, entidad que se ocupa de estrechar las relaciones culturales de este país con todas las naciones del mundo, para desarrollar el próximo año, en diversos países europeos, y en concreto, en Francia, Inglaterra, Italia y España.

Por lo que respecta a España, la oferta se produjo con ocasión de la visita que el gobernador de Hyogo hizo en el mes de abril, al entonces ministro de Educación y Ciencia, Aurelio Menéndez, para agradecerle el haber posibilitado la exposición de pintores españoles que con enorme éxito se celebró en tres localidades japonesas, entre los meses de septiembre, del pasado año, y enero del presente.

Más de 180.000 japoneses acudieron a aquella muestra de pintura española, desde el Renacimiento hasta nuestros días, que tuvo lugar en las localidades de Hyogo, Tokyo y Kitakyûshû por iniciativa del gobernador de la primera de estas poblaciones, personalidad profundamente interesada por la cultura española.

Consultados por EL PAIS diversos organismos oficiales que podrían ser los encargados de canalizar la realización práctica de este proyecto de presencia cultural japonesa en España, nadie ha sabido dar noticias concretas al respecto. Ni el organismo autónomo de Teatros Nacionales y Festivales de España, ni la Dirección General de Teatro tienen conocimiento del ofrecimiento del Japón, ni tampoco fue posible hallar indicios de que dicha oferta vaya a materializarse en un futuro más o menos próximo, en los distintos departamentos de relaciones culturales del Ministerio de Asuntos Exteriores, a cuyo director general también visitó el gobernador de Hyogo.

Esta ausencia de noticias es lo que nos hace temer que el público español pueda verse privado de conocer estas manifestaciones del teatro japonés que tan decisiva importancia han tenido en la evolución del teatro contemporáneo.

Artaud, Brecht, Claudel y, por supuesto, Marcel Marceau han encontrado en el antiquísimo teatro japonés, a través de sus tres manifestaciones más características, el Bunraku, el Nô y el Kabuki, una fuente inagotable de inspiración. Inevitablemente, también el movimiento del Living Theatre encontró en el teatro japonés, aquella mística oriental que caracterizó su periodo artaudiano que comienza con The Brig (La prisión), de Kenneth Brown y culmina en Paradise Now.

Antonin Artaud desarrolló a partir de su profundo. conocimiento del teatro oriental, sus teorías metafísicas sobre el arte dramático como única fórmula de superación de la dramaturgía occidental «un teatro de idiotas, de locos, de invertidos, de gramáticos, de especieros, de antipoetas, de positivistas». Se trataba de la definitiva superación del teatro de la palabra, que Artaud proponía en su obra El teatro y su doble, con la que señaló, de modo decisivo, el camino que habría de recorrer posteriormente todo el teatro contemporáneo.

El Bunraku es un espectáculo con muñecos de una exquisita elegancia en la forma y de un extraordinario refinamiento en el arte de su funcionamiento, con una larga e interesante historia que le remonta a los siglos VII y VIII.

Consta de tres elementos humanos: el Tayu o recitador del Joruri, forma poética con reminiscencias de drama épico; el intérprete de Shamisen, quien, con un instrumento de tres cuerdas proporciona el acompañamiento musical para el recitado, y el manipulador de muñecos. La historia narrada por el Tayu es un poema épico escrito en cierta forma dramática; el Shamisen, a la vez que acompaña la narración, crea una atmósfera musical para la obra, y los muñecos, concebidos para actuar de acuerdo con el canto y el acompañamiento musical, producen un efecto combinado semejante a una presentación de ópera.

En realidad, el Bunraku es una trilogía artística integrada por esos tres elementos y aquél depende de la perfecta armonía de todos ellos. El Tayu y el Shamisen desempeñan el papel de un narrador; pero el Joruri no es una simple canción con melodía y ritmo, ya que explica simultáneamente, por medios musicales, los elementos dramáticos, es decir, el desarrollo de la historia, la descripción de la escena y el movimiento, personalidad y sicología de los personajes. El Tayu debe conducir todo esto por sí mismo y diferenciar los tonos de voz para distinguir un hombre de una mujer, un joven de un viejo y un bueno de un malo, así como también usar acentos y entonaciones diversas en su recitación para representar los caracteres, sentimientos y emociones de los personajes y para describir los cambios en la escena.

Al leer, por ejemplo, una línea de sólo cinco o seis palabras indicando un movimiento, debe prestar debida atención a la sicología y emoción del personaje en ese preciso momento. El Joruri, pues, va más allá de los límites de la sola música, diferenciándose del concepto occidental de la misma.

Sería muy de agradecer que las actuales autoridades y organismos responsables de la difusión de la cultura en nuestro país no dejaran caer en el olvido la interesante iniciativa a que nos venimos refiriendo, que permitiría enriquecer un poco el desolado panorama de nuestro mundo teatral.

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