Crítica:CINE

Otoño en la edad media

Robin y Marian supone la vuelta al cine, tras ocho años de ausencia, de Audrey Hepburn, la eterna adolescente de los años cincuenta. Se trata de una historia romántica y a la vez desmitificadora, muy dentro del estilo de Richard Lester, y también otoñal, de amor en el medievo, cuando sus héroes, a la vuelta de Las Cruzadas, se hallan cansados, aunque no viejos. Mas el caballero que en esta ocasión retorna a su país y su bosque de Sherwood no es el de Bergman y su Séptimo Sello, sino el mismo Robin Hood que también a su manera se pregunta acerca de su propio destino, con media vida dejada a...

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Robin y Marian supone la vuelta al cine, tras ocho años de ausencia, de Audrey Hepburn, la eterna adolescente de los años cincuenta. Se trata de una historia romántica y a la vez desmitificadora, muy dentro del estilo de Richard Lester, y también otoñal, de amor en el medievo, cuando sus héroes, a la vuelta de Las Cruzadas, se hallan cansados, aunque no viejos. Mas el caballero que en esta ocasión retorna a su país y su bosque de Sherwood no es el de Bergman y su Séptimo Sello, sino el mismo Robin Hood que también a su manera se pregunta acerca de su propio destino, con media vida dejada atrás entre hazañas y aventuras.Como siempre sucede, en los filmes de Lester, a pesar de su peculiar tratamiento de mitos Y héroes, esta historia va dedicada, en teoría al menos, al gran público, sirviéndole una versión nueva de sus propias leyendas, muy de acuerdo con la forma de pensar en estos tiempos. Aplicar la moral de hoy a hechos y actitudes de hace siglos tiene el riesgo de caer en falsos juicios morales, a veces buscados conscientemente.

Robin y Marian

Dirección, Richard Lester. Guión, James Goldinan. Fotografía, David Watkin. Intérpretes: Sean Connery, Audrey Hepburn, Robert Shaiv, Nicol Williamson, Richard Harris. Gran Bretaña. Aventuras. 1976. Local de estreno: Gran Vía.

De un modo u otro, James Goldman, autor también de Un león en invierno, pasado por las pantallas de televisión recientemente, ha tenido el acierto de tomar a su protagonista a la vuelta de Las Cruzadas, haciéndole encontrar a su perdido amor convertida en madre abadesa, dedicada a los enfermos y a los pobres. Ninguno de los dos son jóvenes ya, pero a pesar de sus cabellos grises aún perdura el rescoldo de viejos sentimientos. Así, el amor vuelve en los mejores momentos de la película como eficaz contrapunto a los enfrentamientos del héroe con las tropas reales en sus ya conocidas peripecias.

Respetadas, pues, en parte, las aventuras de Robin Hood y enriquecido él mismo en el amor y la lucha contra los poderosos, el filme presenta diversos perfiles, no todos demasiado explícitos ni totalmente conseguidos, pero, al menos, apuntados para aquellos que gustan de leer entre líneas el sentido de tales ensayos cinematográficos.

Entre el humor y la melancolía, la aventura, llevada con gran realidad en lo que se refiere a duelos y asaltos, entre la moral y la interrogación al más allá ímplicita en el funeral del rey, y el sentido de la vida y la muerte, el personaje de Robin se trasforma y toma vuelo distinto despegándose de aquel otro Robin Hood de los sueños y lecturas infantiles.

Audrey Herpburn, en su papel de Marian, con su rostro donde la edad no cuenta, enriqueciéndole con un cierto patetismo, se muestra a sus casi cincuenta años como una actriz madura bien distinta de aquel «Tesoro de América» con sus vacaciones romanas y sus Oscar.

Rodada casi íntegramente en España, nuestros paisajes y castillos prestan presencia y tono a Bretaña e Inglaterra. No, en cambio, alguna que otra de nuestras actrices, en fugaces apariciones cumplidas apresuradamente, entre tiendas, caballos y preseas. Así, este Robin Hood desmitificado al gusto de hoy, cargado de pensamientos y empresas importantes y su Marian huida con sus hermanas del convento, llenan con su aventura unas horas de este verano que, al igual que el medievo, no acaba de cuajar del todo, entre truenos de guerra y relámpagos de amor en los que se adivina, entre ciertas vacilaciones de la narración, la buena condición de un puñado de actores excelentes.

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