Crítica:CINE

El ángel desmitificador

Como se sabe, cada sociedad, cada país, cada época, tienen su propia moral. Cada cual considera la suya la mejor, por no decir la única y, como tal, acaba por tratar de imponerla a los otros. Cualquiera que lance una mirada atrás, sobre todo en lo que a la juventud se refiere, podrá hacer un balance bastante aproximado de la larga lista de prohibiciones y tabúes caídos, olvidados, borrados, en un plazo relativamente corto. Por si ello fuera poco, es éste un tiempo en el que esa misma juventud pasa por principal protagonista, lo que arrastra consigo la imitación constante de aquellos otros meno...

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Como se sabe, cada sociedad, cada país, cada época, tienen su propia moral. Cada cual considera la suya la mejor, por no decir la única y, como tal, acaba por tratar de imponerla a los otros. Cualquiera que lance una mirada atrás, sobre todo en lo que a la juventud se refiere, podrá hacer un balance bastante aproximado de la larga lista de prohibiciones y tabúes caídos, olvidados, borrados, en un plazo relativamente corto. Por si ello fuera poco, es éste un tiempo en el que esa misma juventud pasa por principal protagonista, lo que arrastra consigo la imitación constante de aquellos otros menos jóvenes que, a la busca de un tiempo malgastado o perdido, tratan de hallar una última oportunidad, adoptando nuevas modas en el decir, el hablar o definirse.Que lo que un día fue pecado hoy pase por un juego más, que el público acepte e incluso exija hoy imágenes, humor, vocabulario, vetados hasta hace poco, viene a ilustrarnos acerca de la existencia de una doble moral: la pública -por llamarla de algún modo-, y la de alcoba pre o posmatrimonial, reservada a círculos más o menos restringidos, incluso familiares, a horas en las que esa moral convencional se borra dejando en la oscuridad del lecho, de la conversación o el escenario, una tierra de nadie donde todo está permitido, donde todo sucede, se adivina o realiza.

Lenny

Dirección: Bob Fosse. Guión: Julian Barry, basado en su propia obra. Fotografía: Bruce Surtees. Intérpretes: Dustin Hoffman, Valerie Perrine, Sally Marr, Artie Silver. EEUU. Blanco y negro. Biografía. 1975. Local de estreno: Alexandra.

Lenny Bruce fue, al parecer, una especie de angel desmitificador, una especie de Savonarola hiriente que, noche tras noche, se dedicó a escupir a la asombrada y complacida sociedad americana sus pecados y sus hipocresías, con una saña mezcla de acre predicación y propio regocijo. Como siempre sucede en tales casos, nunca se sabrá cuánto hubo en él, de acusador y cuánto de propia víctima en su camino a través de la droga, la soledad en la cima del éxito y su suicidio o rnuerte prematura.

Hay hombres que se crecen en el castigo y los hay que sucumben en él. Lenny Bruce -tampoco se sabrá si para bien o para mal- debió tener bastante de unos y de otros. Quizá esa misma burguesía a la que hizo reír, pensar o aplaudirle cada noche, le empujó hasta ese cuarto de baño donde se le halló muerto. Tal vez su propia vocación y carácter encaminaron sus pasos, pero de todos modos, es cierto que hoy sus palabras, sus bromas y sus actos llenan secuencias enteras del cine y los musicales americanos, ese cine que hoy le dedica su propia biografía como homenaje póstumo realizado por Bob Fosse.

Su tono agresivo, su especial habilidad para hurgar en el sórdido fondo de cierto público que gusta de verse invadido, expoliado, convertido en espectáculo, no más allá de las luces de la pantalla o del escenario, fueron las llaves de oro que llegaron a convertirle de cómico frustrado en fenómeno social con su rostro en ese cuadro de honor que suponen en América las grandes revistas gráficas.

Sin embargo, esa misma burguesía suele cobrarse caros, y no siempre a la larga, sus favores. Así, su angel exterminador, particular víctima de su nova más cotidiano, acabaría por caer a los pies de su mismo público a la vez amigo y enemigo, capaz a un tiempo de acusarle y aplaudirle.

Como a todos los hombres, como a todos los angeles, poco de este mundo le debió ser ajeno en esta vida que se nos cuenta aquí. En el oscuro laberinto de sus días que su madre y su mujer nos narran a modo de encuesta, sólo aparece una línea quebrada y amarga que recuerda, sin saber por qué, la que rigió hace un siglo la otra vida de los viejos poetas malditos.

Bob Fosse la ha recreado con una ambientación perfecta, dos excelentes protagonistas y una pasión por los primeros planos que no siempre salvan al filme de ciertos tiempos muertos en encuestas, palabras e imágenes.

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