Crítica:CINE

España desde fuera

El exilio envejece a los hombres y sus obras más a prisa que su propio país. El tiempo se diría que corre por senderos diferentes, que, al ir borrando la realidad lejana, reduce historias y acontecimientos a la categoría de vagos recuerdos cuando no los convierte en pura arqueología.Este activista español, que no estuvo en Teruel ni en la batalla del Ebro, que va y viene de España a Francia en los duros años sesenta, que vacila y ex presa sus dudas muy razonadamente con mayor grado de lucidez que sus compañeros, viene a ilustrar un postrer capítulo de nuestro exilio en Francia, continuado a lo...

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El exilio envejece a los hombres y sus obras más a prisa que su propio país. El tiempo se diría que corre por senderos diferentes, que, al ir borrando la realidad lejana, reduce historias y acontecimientos a la categoría de vagos recuerdos cuando no los convierte en pura arqueología.Este activista español, que no estuvo en Teruel ni en la batalla del Ebro, que va y viene de España a Francia en los duros años sesenta, que vacila y ex presa sus dudas muy razonadamente con mayor grado de lucidez que sus compañeros, viene a ilustrar un postrer capítulo de nuestro exilio en Francia, continuado a lo largo de nuestra historia y que tiene su culminación a partir del siglo XIX.

Mas sin llegar a antecentes tales y ciñéndonos al relato, no necesariamente nuevo, es preciso apuntar, sobre todo. hacia la especial dicotomía que separa la historia misma del modo de contarla o si se quiere, entre forma y fondo.

La guerre est finie

Dirección, Alain Resnais. Escrita por Jorge Semprún. Intérpretes: Yves Montand, Ingrid Thufin, Genevieve Bujold. Francia-Suecia. Dramática. Blanco y negro. Versión francesa subtitulada. Local de estreno: Alexandra.

Este fragmento del fondo histórico de España se nos cuenta desde el otro lado de los Pirineos, es decir, desde fuera. Las constantes alusiones a nuestra realidad, a la de aquellos años, son más bien nombres, noticias, miedos, informes, algo que se refiere a un acontecer a la vez cerca y lejos y que al final se queda como en segundo plano cuando la anécdota del protagonista, sus mujeres, sus camaradas y sus jefes ocupan puesto de primacía en el relato.

Para dar vida a este activista español sin nombre, cualquier actor anónimo hubiera sido mejor que Montand, cuya pose de antidivo revela su condición de tal, de igual modo que Ingrid Thulin, con su rostro andrógino impuesto por necesidades de coproducción. La verdad es que ninguno de los dos, en su mutuo interés por las cuestiones españolas, ni sus encuentros amorosos, dignos de las canciones de Bilitis, ni esos otros camaradas que a ratos hablan perfecto francés y a ratos torpe castellano, ayudan demasiado a esta historia, en principio perfectamente válida y verosímil como lo han sido tantas otras de exillados españoles, activistas o no, pertenecientes a cualquier partido.

La historia es válida, no así el tratamiento que Alain Resnais le ha aplicado. Su forma de verlo, de llevarlo adelante, tiene más de obra personal, cercana a sus habituales Y exquisitos laberintos, que de lanée vulgar colmado de riesgo y paciencia, tal como explica su protagonista. Se diría que Resnais aplica en tono menor un estilo ya conocido, reduciendo los personajes a meros tipos como sus jóvenes extremistas, con anotaciones más bien superficiales en la toponimia, la cronología e incluso en los meros ideales. A fin de cuentas. el filme. en tal sentido, vendría a dar la razón a Diego. Para opinar, para realizar una empresa sobre España, es preciso estar dentro, no fuera, y Resnais ha visto el filme desde fuera, no sólo desde la forma, por decir de algún modo, sino íntimamente desde su óptica personal, lo cual hace que la película entera arrastre una frialdad que a veces resulta gélida. Es. en resumen, un cine político realizado sobre palabras y conceptos donde la poca vibración sincera viene cuando el escritor habla, cuando cuenta lo que es ser exiliado: dudar, arriesgar, equivocarse, poner en juego la vida propia o la de los amigos, Es en esos momentos cuando más creemos en su personaje, cualquiera que sea su nombre, Carlos Diego, Domingo o Federico. Creemos en su verdad en contra de una España, conciencia lírica de izquierdas, que no es el sueño del 36 ni la verdad del 65, sino ésta de hoy, algo más que el recuerdo de la guerra civil ensueño de turistas o las mujeres estériles del teatro de Lorca.

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