Crítica:

Zabaleta

Para algunos, Zabaleta fue el pintor del siglo en España. Eugenio d'Ors llegó a calificarlo -nunca lo hubiera hecho- como el «Cezanne español» y lo situaba por encima de Picasso.A otros viene a sucederle exactamente lo contrario. La iconografía zabaletiana, tan decorativa y recargada de los mitos de la raza y de la tierra, ha llegado a adquirir connotaciones parecidas a las de un cromo de almanaque. Y a mí, por ejemplo, me resulta difícil separar en mi inconsciente la retórica de su pintura de toda la otra retórica que enmarcaba el lugar en donde, por primera vez, tuve acceso a reproducciones ...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Para algunos, Zabaleta fue el pintor del siglo en España. Eugenio d'Ors llegó a calificarlo -nunca lo hubiera hecho- como el «Cezanne español» y lo situaba por encima de Picasso.A otros viene a sucederle exactamente lo contrario. La iconografía zabaletiana, tan decorativa y recargada de los mitos de la raza y de la tierra, ha llegado a adquirir connotaciones parecidas a las de un cromo de almanaque. Y a mí, por ejemplo, me resulta difícil separar en mi inconsciente la retórica de su pintura de toda la otra retórica que enmarcaba el lugar en donde, por primera vez, tuve acceso a reproducciones de su obra. Y este no fue otro que aquellos inefable libros de «Formación del espíritu nacional» en los que la obra zabaletiana servía para ilustrar el mito del recio campesino espanol o los gozos de las faenas del campo.

ZABALETA

Galería Ruiz Castillo. Fortuny, 37

Pero, haciendo un poco de esfuerzo para borrar aquella imagen infantil, no es difícil darse cuenta de que Zabaleta no es sólo eso. Una rápida ojeada a la mayoría de los dibujos de esta exposición así nos lo demuestra. Pertenecen a la serie titulada por Eugenio d'Ors «Los sueños de Quesada» y, aunque posteriores, en cierta forma, condensan su obra anterior a la guerra civil. Se trata de un Zabaleta tan decidida como ingenuamente surrealista, Un Zabaleta que, encerrado casi siempre en su pueblo de Quesada, alternaba sus quehaceres de rico propietario agrícola con la lectura de Proust, de Freud, de Bretón y, en general, de todo el movimiento surrealista.

Las referencias a otros pintores surrealistas son en estos dibujos tan directas y evidentes que casi no molestan. Parecen ejercicios conscientes de mimetismo a parti de Delvaux, de Chirico, de Max Ernst, de Picasso, etcétera, y difícilmente se podrían valorar como otra cosa. Sin embargo, su barroquismo, la forma tan ingenua de utilizar los símbolos, el mismo sentido de éstos (culebras, pulpos, fantasmas, hombres alados, etcétera) les confieren una cierta gracia, un determinado encanto. Aun tratándose de un surrealismo literario y naturalista, constituía, sin duda, lo mejor que se hacía en el país por aquellos difíciles años de la postguerra en que la mayoría de la vanguardia habla muerto o se había exiliado.

Esta parte, de su obra constituye quizá lo más interesante de su producción. Casi todo lo que hizo posteriormente, además de seguir abundando en su mitología de la tierra, no iba más allá de una recuperación semiacadémica de técnicas que había tomado del cubismo, el fauve, el expresionismo...

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Archivado En