Tribuna:Moderna

Canciones a derecha e izquierda

Alfonso Paso solloza emocionado desde las páginas de una revista del corazón. En su crónica semanal describe la incontenible emoción que le asaltó desde un escenario madrileño de «revista», cuando asistió al revival de la Banderita de Las Corsarias. El público lloró emocionado entre vítores y bravos -Paso dixit- cuando aparecieron los boys disfrazados de audaces legionarios.

Otro género de lágrimas muy distintas, lágrimas de indignación, debieron ser derramadas por algunos seguidores de Fuerza Nueva cuando De Raymond (al que le molesta ser confundido con el advenedizo Raim...

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Alfonso Paso solloza emocionado desde las páginas de una revista del corazón. En su crónica semanal describe la incontenible emoción que le asaltó desde un escenario madrileño de «revista», cuando asistió al revival de la Banderita de Las Corsarias. El público lloró emocionado entre vítores y bravos -Paso dixit- cuando aparecieron los boys disfrazados de audaces legionarios.

Otro género de lágrimas muy distintas, lágrimas de indignación, debieron ser derramadas por algunos seguidores de Fuerza Nueva cuando De Raymond (al que le molesta ser confundido con el advenedizo Raimon) reconoció que buena parte de su canción dedicada a José Antonio Primo de Rivera, publicada en una edición especial para socios y amigos de determinada revista de la derecha, estaba directamente plagiada, sin tocar una coma, de un conocido poema de José Martí, personaje non sancto para determinados fans del cantor, portadores de valores decididamente eternos.Cuando, a mediados de los años sesenta, la industria discográfica multinacional comenzó a jugar con el concepto cantante de protesta, encontró en España un firme bastión defensivo contra la politización de la canción, aun cuando fuera, como en este caso, una politización ambigua y destinada a llenar las arcas de los empresarios y managers del tinglado. El establishment USA comprendió pronto que los impuestos de un Bob Dylan contribuían al engrandecimiento del mundo libre, aunque sus canciones estuvieran salpicadas de desabridas denuncias contra el american way of life, la guerra atómica o la masacre vietnamita. Por otra parte, su firma discográfica, la CBS, seguía cultivando estrechas relaciones con el Departamento de Estado y aceptando contratas del Pentágono para la fabricación de ingenios electrónicos, de aplicación bélica o de espionaje. Sin embargo, no estaban los tiempos, en la España de los 60, para razonamientos tan sutiles, y los domesticados disc-jockeys y profesionales especializados emprendieron una campaña patriótica contra la politización, en aquel tiempo unívoca y polarizada a la izquierda. Por aquel entonces, cantores que hoy gozan de reconocido prestigio como defensores y portavoces de unas determinadas corrientes políticas inundaban las revistas de declaraciones en contra de la politización, y los llamados cantantes de protesta servían como fácil recurso del hacedor de chistes de turno o del caricato de moda.

La nova cançó

El éxito inesperado de la nova cancó, catalana marcó una determinada línea de conducta para algunas audaces compañías discográficas que, sin pensárselo dos veces, intentaron prefabricar una línea de protesta domesticada, a la que comentaristas vinculados a sectores católicos de la información y la radiodifusión comenzaron a denominar canción testimonio. La nueva canción castellana, lanzada al alimón por algunas firmas nacionales y prefabricada desde los despachos de los ejecutivos de promoción, apenas tuvo un relámpago de éxito, y los motivos de su «incomprensible» fracaso no fueron, por aquel entonces, analizados. Los hábiles ejecutivos habían imaginado lo de la «canción castellana» con base en una temática ruralista de tarjeta postal incidiendo sobre el tipismo de los rudos segadores y las bucólicas labradoras con algún que otro problema social nunca demasiado determinante; una canción tipo podría ser aquella con la que Massiel hiciera sus pinitos: Una mujer noble y fuerte le dio diez hijos al labrador. Algunos directores artísticos de casas grabadoras todavía se preguntan candorosamente el porqué del fracaso de aquellos cantores rurales que disfrazaban sus modos y atuendos urbanos para hacerse fotos de promoción con un botijo entre los verdes trigales, marco natural que resulta feudo exclusivo de Escobar y sus adláteres del nacional-folklorismo.Hoy las cosas han cambiado y ante los aires de la «reforma» las casas discográficas han buscado alternativas más reales, dedicándose a la caza y captura de cantantes con predicamento en determinadas corrientes políticas, cantantes desahuciados, en un tiempo, por la industria, precisamente a causa de sus planteamientos ideológicos, cantantes condenados, durante años, al ostracismo del ghetto de la Universidad o a semiclandestinos recitales en centros obreros. Estos cantantes que hoy reciben el homenaje, de los managers y el asedio de los informadores han engendrado un saludable escepticismo ante las veleidades y el oportunismo de la industria. Entre ellos los hay que continúan en su lucha por unos modos y unos contenidos colectivos y colectivizantes y también los que han elegido el cómodo quehacer de la canción consigna o del panfleto desnaturalizado, pero éste es otro cantar.

Impasible el ademán

En el selvático campo de la derecha los cantores no abundan, perdido el entusiasmo de las antiguas gestas tras cuarenta años de poder, los fatigados vates del franquismo no tienen el ánimo para nevadas montañas ni refulgentes luceros, y además, al haber cultivado concienzudamente la despolitización de los jóvenes se encuentran con unas filas mermadas por el desaliento. Los cantantes de la derecha siempre hicieron política sin hacerla y siguen estando dispuestos a moverse lejos de compromisos específicos. Lo más que se les puede pedir es que, tras un viaje a Chile patrocinado por las aulas de «cultura» pinochetianas, vuelvan diciendo «que no-parece haber presos políticos, o al menos nosotros no hemos visto ninguno» (Sergio y Estíbalia), y otras inconsecuencias que, desde luego, no pueden ser capitalizables polítícamente. Los cantantes de la derecha ni siquiera se han permitido el lujo de ser tránsfugas y piensan, pese a quien pese, seguir siendo los cantantes de la reforma, la socialdemocracia o cualquiera que sea el sol que más les caliente con sus amorosos rayos. Hasta Lola Flores abjura de sus pasados errores y decide seguir dotando de hijas artistas al destape y a la democracia dentro de un orden, y Carmen Sevilla, a pesar de su reclinatorio, declina ofertas para convertirse en protagonista de una demencial saga de los Franco cinematográfica. Hasta Massiel renuncia a sus coqueteos con el fraquismo de nuevo cuño yse pasa con armas, bagajes e ilegal embarazo al confortable abrigo del socialismo renovado.Por eso no es de extrañar que don Alfonso Paso, nostálgico de mejores tiempos pasadosJlore de emoción ante los viriles legionarios de opereta y recuerde con lágrimas en los ojos los torneados y entrevistos de aquella Celia Gámez que entonase, pletórica, el revanchista estribillo del Ya hemos pasao con rufianesca chulería de Madelón.

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