Tribuna:

Los cañones y las buenas razones

El problema de la carrera armamentista y del negocio de la venta de armas, que se parece demasiado al problema del huevo y de la gallina, se ha convertido probablemente en el asunto más significativo de entre todos los tratados en la LXIII Conferencia de la Unión Interparlamentaria, que hoy concluye en Madrid. Algunos observadores locales dijeron que en la sesión plenaria realizada ayer, en la que se registraron casi treinta intervenciones, se consiguió establecer algunas «líneas coincidentes»' Al parecer, cuando se habla de armas, el pesimismo generalizado -y bien fundado- que reina en la mat...

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El problema de la carrera armamentista y del negocio de la venta de armas, que se parece demasiado al problema del huevo y de la gallina, se ha convertido probablemente en el asunto más significativo de entre todos los tratados en la LXIII Conferencia de la Unión Interparlamentaria, que hoy concluye en Madrid. Algunos observadores locales dijeron que en la sesión plenaria realizada ayer, en la que se registraron casi treinta intervenciones, se consiguió establecer algunas «líneas coincidentes»' Al parecer, cuando se habla de armas, el pesimismo generalizado -y bien fundado- que reina en la materia, sólo es capaz de generar, a veces, el optimismo más desenfrenado.No obstante, las posiciones de los bloques enfrentados en esta conferencia, que como en casi todas, y sobre todo en las dedicadas a esta cuestión, son siempre las de los leones del Este y del Oeste, han quedado perfectamente claras, es decir, tan oscuras como antes. La Unión Soviética, Polonia, Hungría, Bulgaria, Checoslovaquia y hasta la lejana Mongolia, sostuvieron que es necesario «prohibir totalmente» la venta de armas, pero únicamente a los gobiernos «imperialistas» y a los que practican «el terror fascista y racista». En los demás casos, el suministro se justifica «por el derecho a, armarse que tienen los pueblos que luchan por su libertad o para defender su propia soberanía». Y a pesar de que la Unión Soviética, por ejemplo, invierte todos los años alrededor del 15 por 100 de su producto nacional bruto en armas, sus delegados no vacilaron en afirmar que las naciones que han hecho «los mayores esfuerzos en favor de la distensión» son, precisamente, las del Pacto de Varsovia, con la U RSS a la cabeza.

Por su lado, el señor Wall, delegado británico, apuntó, más modestamente, que los culpables del exceso de pólvora en el mundo no son únicamente los países exportadores de armas, sino también los del Tercer Mundo, que gastan en equipo de guerra el dinero que deberían gastar en desarrollar su economía y su sociedad. Por razones política, quizá, no habló en detalle de ciertos estados de América Latina y de Africa, que desde hace años invierten en tanques y en cóhetes hasta el 25 del 30 por 100 de su presupuesto muy buenos clientes, por lo demás, de Gran Bretaña, de Alemania y de otras potencias europeas Tampoco se mostró excesivamente explícito acerca de lo que se ha dado en llamar el «tráfico ilegal» de armas en Occidente, que de ilegal sólo tiene la falta de sellos oficiales que los funcionarios aún se niegan a estampar ,sobre muchos embarques, cuyo origen y destino conocen al dedillo. Un experto del Comité de Defensa de la OTAN me dijo en abril que ese «tráfico» les había producido a estados y particulares europeos, según cálculos hechos por el organismo, más de 4.000 millones de dólares entre abril de 1975 y marzo de este año.

El Tercer Mundo también hizo oir su voz, pero, como era de esperar, su énfasis lo puso en un capítulo ,en el que a pesar del tráfico no puede tener todavía ninguna clase de voz.: las pruebas nucleares. A los «pobres» del mundo no les gusta nada que los «ricos» preserven tan celosamente su exclusividad atómica, y exige, por tanto, el desarme nuclear. Piensan, no sin razón, que de. esa manera podrán meterse a los ricos en el bolsillo.

Por último el representante español, José Solís, trató, como buen dueño de casa, de conformar a unos y otros, para lo cual se valió de su larga experiencia al. frente de los «sindicatos» españoles. Recurrió, pues, al conocido expediente de pedirlo todo, lo posible y lo imposible: un «orden internacional», por el cual se regularía la existencia de armas de disuación; «autoridad suficiente» para que la ONU pueda imponer la paz; reducción de los presupuestos militares; «medidas de carácter político, económico y de control»; eliminación de los focos de tensión por vía del arbitraje; creación de organismos supranacionales que potencien la solidaridad, etcétera. Al final, el señor Sotis Ruiz murmuró que las «dificultades son excesivas» en el camino hacia la «paz permanente», y que justamente por eso no debe «faltar firmeza» en cada uno de los pasos que se den hacia ella. En verdad, delicioso y, además, perfecto.

. Entretanto, durante el próximo año fiscal se gastarán en el planeta otros 300.000 millones de dólares más, no en guerra, claro está, sino, de acuerdo con el eufemismo a la moda, en «defensa».

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