Entrevista:

El Ejército deberá respaldar la línea política que aleje las probabilidades de guerra civil

En la biografía de Prudencio Garcia destaca la solidez profesional, tanto en lo militar como en lo técnico y científico. Procedente del Arma de Artillería, Prudencio García es comandante del Cuerpo de Ingenieros de Armamento y Construcción. Doctor ingeniero por la Escuela Politécnica Superior del Ejército, es, también, analista militar de informática por el Estado Mayor Central, analista de sistemas por el Instituto de Informática, diplomado en estadísticas e investigación operativa por la Universidad de Essex y diplomado asimismo en esta última disciplina por la Universidad de Madrid, amén de...

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En la biografía de Prudencio Garcia destaca la solidez profesional, tanto en lo militar como en lo técnico y científico. Procedente del Arma de Artillería, Prudencio García es comandante del Cuerpo de Ingenieros de Armamento y Construcción. Doctor ingeniero por la Escuela Politécnica Superior del Ejército, es, también, analista militar de informática por el Estado Mayor Central, analista de sistemas por el Instituto de Informática, diplomado en estadísticas e investigación operativa por la Universidad de Essex y diplomado asimismo en esta última disciplina por la Universidad de Madrid, amén de diplomado en sociología política por el Instituto de Estudios Políticos. Tan ancha formación no resta su sencillez a este vitoriano de cuarenta y dos años, cosado y padre de dos hijos, que vive en un piso pequeño y austero en las proximidades del estadio Vicente Calderón. La vieja amistad del periodista con el entonces capitán Prudencio -tiempos de estudiantes, en aquella pensión del barrio de Tetuán-, hace ahora más fácil el discurrir de la conversación, aun sobre temas graves y espinosos para un militar.

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-Precisamente a la guerra civil -caso particular de excepcional interés- dedica usted las para mí mejores páginas de su libro. ¿Podría decir, desde el punto de vista científico en que usted se sitúa, qué tipo de comportamientos políticos y sociales pueden elevar la probabilidad de conflicto civil hasta el extremo de hacerlo inevitable?

-Al estudiar en términos de probabilidad el estallido de la guerra civil (de origen social), como caso particular de la guerra en general, aparecen una serie de comportamientos que contribuyen a aumentar progresivamente las probabilidades de conflicto civil, haciéndolo cada vez más difícilmente evitable. Toda medicla tendente a afianzar situaciones de privilegio a través de estructur las políticas, sociales o económicas claramente oligárquicas, en grave detrimento de otros sectores sociales cada vez más lesionados en sus derechos y libertades; todo éxito, por parte de los sectores privilegiados, en frustrar cualquier proyecto de avanzado contenido social, en su empeño egoista por mantener intactos sus exagerados acaparamientos políticos y abusivos monopolios ideológicos, gravemente lesivos para el resto de la comunidad; toda medida injustificada tendente a excluir de la legalidad a amplias masas de ciudadanos honrados y reflexivos, cuyos planteamientos políticos y sociles se verían injustamente rechazados y permanentemente frustrados; este conjunto de comportamientos (entre otros muchos que cabría citar) constituyen actuaciones sociológicamente "disfuncionales» que, a través de un proceso de progresivo deterioro social cada vez más enconado, en sus efectos, aumentan gravemente las probabilidades de enfrentamiento civil, acercándose cada vez más peligrosamente al llamado, en términos probabilísticos, punto de "guerra practicamente inevitable".

¿Y qué otro tipo de actitudes socio-políticas contribuyen, por el contrario, a alejar la probabilidad de una guerra civil?

La correspondencia con las actitudes recién mencionadas resulta evidente, aunque con carácter opuesto: toda línea de gobierno encaminada a limitar enérgicamente las injustas diferencias sociales; toda actuación política dirigida eficazmente desde los gobiernos (venciendo las fuertes resistencias de las minorías privilegiadas) a la supresión o máxima aminoración del excesivo poder político y económico que éstas detentan; toda audaz política fiscal tendente a grabar las más altas rentas en beneficio de las clases más, desfavorecidas; todo programa de gobierno pretendente a corregir en forma efectiva anteriores monopolios ideológicos o políticos por parte de minorias acaparadoras y totalitarias, otorgando en el seno de las instituciones del Estado a cada sector político y social la fuerza representativa que realmente le corresponda con arreglo a su real respaldo popular; toda norma electoral encaminada a cuantificar dicho respaldo en forma sistemática, periódica y de autenticidad garantizada a través de las urnas; todo este género de medidas y líneas de acción tendentes, en una palabra, a suprimir situaciones de injusticia distributiva o participativa de cualquier tipo (siempre que tales avances no vayan acompañados de una ruina irrearable del orden, cosa que no tiene en absoluto por que suceder) constituyen comportamientos sociológicamente "funcionales", cuyo efecto, en el cuerpo de la sociedad que los protagoniza y asimila, es hacer cada vez más improbable el enfrentamiento civil, acercando cada vez más la situación política y social de aquella al límite óptimo, definido probabilísticamente como punto de "paz prácticamente garantizada".

El Ejército, a favor de la paz

-Ante estas dos líneas contrapuestas, ¿qué actitud cree usted que debe asumir el Ejército?

-Ni intervencionismo sistemático ni la inhibición suicida: simplemente, Ia plena conciencia de su responsabilidad. Si algún estamento tiene menor interés que nadie en que una guerra civil se desencadene, y sí, en cambio, el máximo interés en evitarla a toda costa, ese estamento no es otro que el Ejército. En consecuencia, la respuesta a su pregunta resulta a mi juicio obligada: el Ejército, consciente de que no está al servicio de ningún tipo de intereses particulares, ni de ningún partido determinado, ni de ninguna concreta clase social, sino precisamente al servicio de toda la comunidad nacional, deberá, ya que no protagonizar, si al menos posibilitar, apoyar y propiciar, con el más pleno respaldo, esa segunda línea social y política tendente a la máxima aminoración de las probabilidades de conflicto civil, en la inteligencia de que al hacerlo así prestará el más inestimable servicio a la paz y a la convivencia nacional.

-Pero sucede que tal conducta de las Fuerzas Armadas -que implica una profunda responsabilización política por parte del estamento militar- requiere una previa decantación de criterios, tanto a nivel individual como colectivo, que choca con la creencia, tan arraigada en algunos, de que al militar le están vedadas las opiniones particulares en calidad de tal. ¿Cuál, es su criterio al respecto?

-Mi opinión personal es muy otra, y creo que todos mis escritos vienen desmintiendo sistemáticamente esa apreciación. El militar profesional no sólo puede y debe tener sus propias opiniones en calidad de tal, sino que, por añadidura, la posibilidad de expresarlas le es reglamentariamente reconocida, existiendo vías plenamente legales para que pueda hacerlo. Las normas vigentes para la expresión pública del militar profesional ya sea oral (conferencias, entrevistas, etc.) o escrita (artículos o libros), permiten a éste desarrollar sus ideas personales, incluso sobre aquellas cuestiones realmente delicadas y complejas -comopueden ser los temas militares de inevitable implicación política- con el único requisito de obtener la debida autorización de la superioridad.

-Pero a la hora de la verdad, ¿no implica en la práctica tal autorización un forzoso acuerdo con las tesis oficialmente vigentes en el ámbito militar?

-Pues no; no necesariamente. Y aquí radica precisamente el «quid» de la cuestión: el hecho de que dicha autorización sea concedida no implica forzosamente que las ideas expresadas por el autor tengan que coincidir por completo con la doctrina oficial del Ejército. Prueba de ello es, por ejemplo, la norma que rige toda colaboración en nuestras revistas profesionales, según la cual "los criterios contenidos en los trabajos publicados corresponden exclusivamente a sus autores, y su difusión no significa que sean compartidos por el Ejército ni por la propia publicación». Algo similar ocurre con los libros: el Ejército se reserva, cosa muy lógica, la postura precautorio de que su simple autorización no presupone su ortodoxia total. De ahí se derivan directamente dos consecuencias: por una parte, la posibilidad -imprescindible para toda colectividad viva- de expresarse con cierta Iibertad, y por otra, el riesgo inseparable de toda censura previa: el de cómo medir, a la hora de escribir (por parte del autor) y a la hora de tolerar (por parte del censor), la amplitud de ese margen disponible. Pero lo cierto es que grande o pequeño, y con su magnitud variable según las circunstancias, ese margen existe y nos es reconocido reglamentariamente, por lo que puede y debe ser utilizado por todo militar con inquietudes y deseos de perfeccionar su estamento profesional y, a través de éste, al conjunto de la comunidad.

Libertad de expresión en el Ejército

-Pero usted sabe que en la realidad tal utilización es mínima. Es cierto que su libro "Ejército: presente y futuro» demuestra que existe en el Ejército ese margen de libertad de expresión, en absoluto insignificante si se tiene en cuenta que esta obra, trata en profundidad temas tan delicados como la revisión del concepto de disciplina, el firme rechazo del apoliticismo y el compromiso de los Ejércitos al servicio de la justicia y la paz. El rigor y honestidad con que usted aborda estas cuestiones no hubiera bastado probablemente para autorizar, premiar y aun declarar «de utilidad para el Ejército» la citada obra si quienes la valoraron no hubieran contado con una alta dosis de amplitud mental y capacidad intelectual. ¿A qué atribuye usted, entonces, la evidente autolimitación de la mayoría de sus compañeros de armas a la hora de expresarse por escrito?

-Estimo que el motivo es doble. Por una parte, la propia existencia de la censura previa y los criterios con que ésta interpreta algunas veces su función -sólo algunas veces, insisto- no contribuyen siempre a favorecer el que ciertos temas militares puedan ser tratados con la profundidad que requieren. Pero creo que hay otro segundo factor, aún más decisivo, y que no cabe imputarlo a la censura: el hecho de que existe, a mi juicio, dentro del estamento militar, un vago y generalizado temor, en gran parte injustificado, a expresar por escrito conceptos que puedan apartarse mínimamente de los criterios más o menos oficiales que se atribuyen a la superioridad, unas veces por haberlos expresado públicamente alguna autoridad militar, y otras porque tales criterios son atribuidos a la jerarquía, incluso sin que ésta los haya expresado siquiera. El resultado conjunto de estos dos factores es que, a mi modo de ver, el margen de expresión legalmente disponible resulta en gran parte desaprovechado por la colectividad militar. Ello, aparte de privar al mando de un valioso apoyo y de una fuente insustituible de información directa, sincera y diversificada, que le permitiría conocer de forma absolutamente fidedigna y sin deformación ni filtro alguno las inquietudes, aspiraciones, análisis y leales sugerencias críticas de todo el estamento militar, aparte, digo, de este negativo efecto inhibitorio, proporciona además a la ortodoxia vigente un carácter bastante más rígido del que realmente le otorgan los propios reglamentos, originando una relativa paralización creativa y una cierta escasez en la aportación de ideas (e incluso de datos sobre realidades concretas), de todo lo cual sale perjudicada en primer lugar, a mi modo de ver, la propia Institución.

Un dato aleccionador al respecto fue la encuesta realizada hace cosa de tres años por la revista «Ejército» para sondear la opinión de sus suscriptores (toda la oficialidad del Ejército de Tierra) sobre la línea seguida por la publicación, encuesta cuyos resultados evidenciaron con toda crudeza los inconvenientes de una revista excesivamente «ortodoxa». Pese a ello, tales resultados fueron valerosamente dados a conocer por la propia revista -detalle que sin duda honró a ésta- y posteriormente comentados en sus mismas páginas con no menos valor, honradez y sentido crítico por mi compañero y buen amigo el comandante Alberto Piris Laespada.

-Lo que usted señala se refiere a la libertad de expresión dentro del propio Ejército. ¿Concibe usted esa libertad sólo en el marco de los órganos de expresión específicamente militares, o también dirigida al conjunto del país, a través de la Prensa civil?

-La considero imprescindible en ambas direcciones: hacia dentro y hacia fuera de la Institución. Es más, creo que en la práctica resulta imposible separar ambas vertientes. Difícilmente podrá el Ejército proporcionar una imagen abierta y clara al país si previamente no se la proporciona a sí mismo a través de sus órganos internos de expresión. Por el contrario, si el Ejército se examina a sí mismo sin miedo y con claridad, esa transparencia trascenderá sin duda al resto de la sociedad, haciendo partícipe de nuestros problemas e inquietudes al estamento civil, que debe considerar a nuestro Ejército como cosa suya y muy suya. Pero nada de esto sería posible si los militares siguiésemos creyendo siempre que los grandes temas continúan siendo intocables, tanto en artículos como en libros, tanto en la Prensa civil como en la militar. A este respecto, yo me sentiría muy satisfecho aunque este libro y el Premio Ejército que obtuvo sirvieran sólo para una cosa: para que aquellos compañeros que sientan deseos de proponer reformas, presentar planteamientos críticos constructivos o someter la ética militar a análisis cada vez más exigentes en el contexto general de nuestra sociedad, pero que todavía se sientan cohibidos y pesimistas sobre la posibilidad de expresar por escrito sus nobles inquietudes, se animen a hacerlo con decisión y sin excesivas inhibiciones, al comprobar que ello es factible, legalmente practicable e incluso premiable.

El Ejército, «gran desconocido»

-En este sentido, no hace mucho tiempo, el ex ministro del Ejército y nuevo capitán general de Cataluña, teniente general Coloma Gallegos, se dirigió a nosotros, los periodistas, para decirnos que el Ejército es «el gran desconocido», y que es preciso que el país conozca a sus Fuerzas Armadas «en su justa dimensión». Dijo también textualmente el ex ministro: «Creo que la Prensa es el portavoz del pueblo, y mi intención es que el pueblo conozca al Ejército a través de ella. A través de ustedes, quienes escriben en los periódicos, creo firmemente que debe conocerse cada día mejor al Ejército, que es pueblo, y por ser pueblo es España.» ¿Hasta qué punto este criterio de tan alta personalidad castrense predomina actualmente en el Ejército?

-Creo personalmente que cada vez mayores sectores del Ejército participan de ese deseo de que el país llegue a conocer a fondo a sus Fuerzas Armadas, pues difícilmente puede nadie sentir como suyo aquello que no conoce. Y en ese conocimiento está claro que la Prensa -para bien o para mal, por su acción u omisión- habrá de desempeñar un decisivo papel. En cuanto a mí, aparte de hacer plenamente mías esas palabras del capitán general, yo añadiría que esa necesidad, indudable de que el país llegue a conocer al Ejército a través de la Prensa no incumbe exclusivamente a ustedes, los periodistas civiles, sino también, y en gran medida, a nosotros, los militares profesionales. Sería extravagante que mientras ustedes los periodistas se desviviesen por conocer al Ejército y darlo a conocer al país, nosotros los militares nos inhibiéramos, despreocupándonos de esa misma responsabilidad.

Más aún, estimo que si el Ejército es hoy día ese «gran desconocido» es debido en buena parte al propio Ejército, que -incluyendo en ello tanto a censores como escritores- no había asumido todavía con el debido realismo ese firme propósito de darse a conocer abiertamente al ámbito civil. Resumiendo, yo diría que así como ustedes pueden y deben informarse e informar al país sobre nuestro Ejército, nosotros los militares tenemos una obligación aún mayor si cabe de comparecer en la Prensa civil con la debida frecuencia, proporcionando al resto de la sociedad una imagen sincera y fidedigna, tan exenta de triunfalismos como de injustificados derrotismos, de lo que nuestras Fuerzas Armadas son y lo que quisiéramos que lleguen a ser. Y a este respecto creo que, sin ir más lejos, entrevistas sinceras y constructivas como ésta no constituyen, ni mucho menos, una mala aportación.

-La implicación del militar en cuestiones políticas, tema que usted aborda desde las primeras páginas de su libro, es una cuestión palpitante en esta hora. ¿Cuál es en definitiva su criterio? ¿Debe o no debe el militar ser apolítico?

-Vayamos por partes. La pregunta es tan importante, y al mismo tiempo tan compleja, que requiere una adecuada matización. En cuanto a la militancia activa en asociaciones o partidos, está claro que el militar debe abstenerse de vincular: su condición de tal a ningún partido o grupo político, por muy legal que éste sea. Si usted me lo permite, recurriré de memoria a un par de calificadas citas, cuyo texto literal figura ya en la introducción del libro, pero que considero especialmente útiles en este momento para poder contestar satisfactoriamente a su pregunta. Tal como expresó en su día el entonces ministro del Ejército, teniente general Coloma Gallegos: «El militar está obligado a respetar cualquiera de las opciones políticas autorizadas por el vigente ordenamiento institucional, sin que por tanto le está permitido mostrar su preferencia públicamente por ninguna de ellas en particular.» Actitud que se traduce directamente en esa «neutralidad multidireccional» de la que hablaba el nuevo capitán general de Madrid en su reciente toma de posesión.

Pero nada de esto debe impedir que el militar disponga de un conocimiento de la problemática social y política de aquella sociedad en la que el Ejército se inserta y desarrolla su función, pues resulta igualmente claro que el profesional de las armas no puede ni debe inhibirse de una serie de realidades que le afectan de lleno como ciudadano y como patriota. Tal como escribió uno de nuestros más caracterizados autores militares de la posguerra, el general Jorge Vigón -y ésta es la segunda cita a que antes me refería-: "Hay que insistir en que la oficialidad del Ejército debe entender de política: el militar puede y debe desentenderse de lo que la política tiene de oficio, pero, en cambio, lo que tiene de conocimiento ha de informar su conducta, su vida entera.»

Estimo que estas dos posturas no son contrapuestas, sino complementarias, y que ambas definen conjuntamente, en forma bastante precisa, la posición correcta del Ejército ante la realidad política civil. Tan inadmisible seria para un militar el desarrollar una ostensible actividad partidista como incurrir en un absoluto desconocimiento y total despreocupación sobre un conjunto de flagrantes realidades, moral, social y humanameme insoslayables. Como resumen, yo diría que el militar está obligado a ser apartidista, pero ni puede ni debe ser apolítico.

El voto militar

-¿Cuál es el alcance de ese apartidismo? Por ejemplo, y concretando, el militar profesional, ¿debe o no debe, a su juicio, disponer del derecho a votar en favor de un partido?

-Me parece evidente que sí.

Una cosa es la adscripción formal a un determinado partido o la expresión pública a favor de una concreta opción, y otra muy distinta el ejercicio privado e individual del voto electoral. A la hora de votar por uno u otro partido, o de pronunciarse electoralmente por una u otra opción constitucional, me parece claro que el militar puede y debe hacer uso de un derecho democrático tan irrenunciable como el del voto individual, directo, libre y secreto, derecho que la ley debe garantizar para todo ciudadano, y el militar a este respecto no tiene porqué constituir ningún tipo de excepción.

-En el subtítulo de su libro figura el término.«Polemología», nuevo y desconocido para muchos. ¿En qué consiste básicamente este concepto?

-La Polemología, también llamada «Peace Research», es la ciencia que investiga la guerra y la paz como fenómenos sociales, comprometiendo en ese estudio a todas aquellas otras ciencias, ya sean técnicas o humanas, cuya aportación resulte precisa en orden a dicha investigación: política, sociología, derecho, historia, economía, antropología, demografía, estadística, matemáticas superiores, investigación operativa, teoría general de sistemas, y, cualquier otra disciplina cuyo concurso se manifieste necesario en el intento de esclarecer las más oscuras y ocultas motivaciones de la guerra, aún no suficientemente conocidas, con objeto de poder aspirar un día a su erradicación o prevención funcional.

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