Oliver Laxe: “Yo soy un escultor, ni me veo ni creo que gane el Oscar”
El cineasta inaugura en el Museo Reina Sofía una instalación, ‘HU/هُوَ. Bailad como si nadie os viera’, en mitad de la carrera a los premios de Hollywood
Primera hora de mañana en un Madrid lluvioso. Oliver Laxe (París, 43 años) llega con cara cansada. “Apenas he pasado por casa, dos o tres semanas, desde el estreno en Cannes de Sirât”, apunta. Además, confiesa, estuvo hablando con su novia hasta altas horas. Pero ataja: “No tengo derecho a la queja, soy un cineasta bendecido. Estoy disfrutando”.
Esta mañana de martes Laxe presenta su instalación HU/هُوَ. Bailad como si nadie os viera, en el Museo Reina Sofía, que estará abierta hasta el 20 de abril de 2026. “Llevaba muchos años queriendo exponer aquí, porque es un templo para los artistas”. La instalación se divide en dos salas: en la primera una pirámide de altavoces emite una vibración sostenida sin variaciones melódicas. En la segunda, la principal, tres paredes envuelven al público con un bucle de 18 minutos creado con imágenes rodadas hace una década por el gallego en Irak en arquitecturas sagradas que se fusionan con los bailes raves de tres seres humanos (Sergi López y otros dos actores de Sirât), todo con la música, la atmósfera sonora de Kangding Ray, responsable también de ese apartado en el filme. Lejos quedan las pequeñas instalaciones que Laxe creó como estudiante en la facultad de Bellas Artes de Pontevedra, a la que se coló desde el centro de Comunicación Audiovisual. “Yo quería estudiar cine, y eso fue lo más cercano que encontré”.
Pregunta. ¿Su universo se expande con esta instalación?
Respuesta. Sí, porque Hu no son sobrantes de Sirât. Parte de un proceso creativo del que también ha surgido Sirât. Cada arte tiene sus limitaciones; el cine también las tiene, para bien y para mal. Me interesa siempre explorar las imágenes de otra manera. Y por otro lado... yo no quiero caer en este mecanismo de defensa que muchas veces posee el artista que viene al museo, que es tener masticada e intelectualizada su obra, con un discurso racional para repartir. Me niego. No quiero imponerle a la pieza una interpretación mía. Yo no sé lo que traigo aquí, ni quiero saberlo. Que la gente entre limpia.
P. Desde luego, la música rave se expande más allá, se está escuchando por toda la planta baja del edificio Sabatini.
R. Cierto, se sale de la instalación y va a absorber parte del museo. Y eso que me hemos tenido que bajar el volumen, porque retumbaban hasta los picassos, y no es cuestión de tenerlos vibrando cinco meses [risas]. Les había propuesto macarradas más fuertes, como que un láser labrara en la piedra del edificio la palabra Hu, que en árabe significa la manifestación sonora primigenia de la deidad, y al final de los cinco meses quedara esa quemadura. Ya me dijeron que aquí con el fuego no se hacen ni bromas. A mí me duele esa sensación de que los cineastas tienen que estar fuera del museo y los que entren en ellos son videocreadores. No, todo puede ser lo mismo, todo puede fluir. Yo he trabajado aquí como en el resto de mis pelis.
P. ¿Sigue con su método de trabajo que rehúye esquemas?
R. Por supuesto, he logrado verdaderamente trabajar como un escultor en la industria del cine. Por supuesto, las imposiciones del cine narrativo y del sistema buscan contar historias a través de unas fórmulas ya manidas, muy esquematizadas. Me niego, soy escultor. La manera en que he trabajado la imagen en Sirât, el trabajo de Ray con la música, el sonido... Es una labor más estructural, centrada en la propia materia. Cuando hablo con Ray, el compositor, para definir el sonido y la imagen, utilizamos palabras como grano, brillo, textura, ritmo, tempo, color... Luego, en el cine, obviamente, el relato es importante y no reniego de él.
P. Entonces, ¿aún se siente cómodo haciendo cine?
R. Muy cómodo. Creo que el cine tiene ese equilibrio entre alta cultura y cultura popular, que funciona como elemento reactivo. El artista tiene que bajarse del caballo un poco. Mi película va a llegar a salas, insisto, a salas, en 85 países. Se está estrenando ahora en Rumanía, en Polonia... Y la gente la está viendo. Está funcionando en todos los países. En Hu, he podido explorar más ciertas cuestiones que a mí me interesan, como lo sagrado, la naturaleza, el contemplativo... Y estoy muy agradecido.
P. Eso, en mitad de la carrera comercial de Sirât y de los premios. Hoy mismo se anuncia la primera criba a los premios Oscar en bastantes categorías, con la posibilidad de que su filme entre en las 15 finalistas en película internacional y banda sonora.
R. Los del cine nos damos muchos premios, ¿no? Casi demasiados. Y a la vez, es un momento muy bonito, también. Hay un reconocimiento a una película que, ya desde Cannes, hemos logrado el respeto de todo a la cinematografía mundial. Allá donde vamos. En Estados Unidos, estoy recibiendo mensajes de productores y de directores muy top. La gente es consciente de la proeza cinematográfica e industrial que hemos hecho. Es una película muy a contracorriente. Y muy genuina y muy única. Y lo de los Oscar. Yo creo que pasaremos la criba, pero llegar hasta ahí es un logro gigantesco para el tipo de cine que es Sirât. Soy un escultor, ni creo ni me veo con el Oscar. No me proyecto en ese momento.
P. Pero sí coincide con una ola de respiritualización artística, de revaloración del misticismo.
R. Puede que porque somos una generación en la que no nos ha hecho mella la institución religiosa. Yo no he ido a estas escuelas satánicas, con abusos de niños. Diferenciamos entre el gesto religioso y la institución religiosa. El gesto religioso es una necesidad básica humana, como comer o respirar. Mi proceso creativo está ligado a mi práctica espiritual. Si no se reespiritualiza el mundo, no habrá mundo. Y si no se esoteriza la educación, seguiremos dominados por nuestros egos. Yo defiendo mucho la tradición porque muchas tradiciones siguen dando soluciones, respuestas, certezas a los corazones de la gente.
Soy narcisista. Me gusta estar en la salsita, o sea, en el centro del rollo. O en Hollywood. Obviamente, tengo mi equilibrio, quiero volver a Galicia, pero asumo mi responsabilidad y mi disfrute como artista"
P. ¿Es optimista?
R. Tengo fe en nosotros, la gente. Y en la vida. La vida nos va a empujar a un punto en el que vamos a estar obligados a mirar hacia adentro, a sacar lo mejor de nosotros para sobrevivir.
P. ¿Ha perdido su intimidad en el viaje de Sirât, usted que tanto lucha por ese espacio?
R. Desde luego, pero no se crea, yo soy narcisista. Me gusta estar en la salsita, o sea, en el centro del rollo. O en Hollywood. Obviamente, tengo mi equilibrio, quiero volver a Galicia, pero asumo mi responsabilidad y mi disfrute como artista.
P. ¿Y su futuro como cineasta?
R. Primero, estoy muy agradecido con todo lo que está pasando con la película. Tú sabes de dónde vengo, del cine underground. Me fue muy difícil hacer mis anteriores pelis, producirme. Ahora estoy rodeado del mejor equipo posible de productores, de distribuidores. Estoy en mil chats de directores españoles, de amigos, y, joder, soy consciente de lo del privilegio que tengo. ¿Cómo me voy a quejar? He aguantado, he sido cabezón con mi manera de sentir el cine, y en la confianza que he tenido siempre en el espectador. Y al final he madurado. Aunque también por primera vez tengo medios para hacer una película, la verdad. Y es mi cuarto largometraje.
Hay gente que la define como una puta obra maestra, a otros les parece una farsa y todo eso me parece maravilloso. Necesitamos que el arte sea así"
P. Pero, insisto, ¿ya tiene siguiente proyecto?
R. Sí, y es aún más arriesgado. Me está llamando, y a la vez estoy excitado. Voy a aprovechar bien la oportunidad, no tengo miedo, y no voy a calcular. Ya me pararán otros los pies. Voy a saltar otra vez al vacío.
P. ¿Qué le dicen por la calle?
R. Pues siento mucho cariño. La peli trasciende el concepto de “Me gusta o no me gusta”. Va más allá, Sirât ha hecho su trabajo, y estoy escuchando incluso las críticas malas o a la gente que está más incómoda, que lo entiendo, que es totalmente normal. Mi intención era que muriéramos viendo la peli y a la vez que llegáramos más allá de los cinéfilos. Lo hemos logrado. Hay gente que la define como una puta obra maestra, a otros les parece una farsa y todo eso me parece maravilloso. Necesitamos que el arte sea así.
P. Usted diferencia cineastas de realizadores. ¿Por qué?
R. Porque mis imágenes están vivas. Yo no instrumentalizo las imágenes para contar cosas, porque así las imágenes llegan muertas. Las películas, la mayor parte de ellas, quieren contar tantas cosas que no cuentan nada o no evocan nada, ¿no? Yo protejo las imágenes. Primero, de mí mismo. Porque el cineasta es el principal enemigo de su obra. Hay que saber parar a tiempo, hay que saber confiar en el espectador, no intentar poner tanta retórica y tantas intenciones en un filme. Por eso es tan asombroso que Sirât esté en la carrera a los Oscar.