Colin Farrell: “Por suerte, mi adicción solo dañó mi cuerpo y mi cerebro, no mi cuenta bancaria”
El actor irlandés encarna en ‘Maldita suerte’, de Edward Berger (‘Cónclave’), a un jugador en sus peores momentos que se arrastra por los casinos de Macao
Colin Farrell (Dublín, 49 años) ha demostrado a lo largo de su trayectoria que es un actor estupendo. Otra cosa es que sus conflictos internos y sus malas decisiones vitales estuvieran a punto de hacer zozobrar su carrera hace unos años. Ahora disfruta de un reconocimiento merecido, candidatura al Oscar por Almas en pena de Inisherin y Globo de Oro con El pingüino incluidos; ha sabido levantarse y consolidarse. Pero ese paseo por el lado salvaje de la vida casi descarrila lo logrado antes. Un paralelismo evidente con su personaje en Maldita suerte, con la que concursa este jueves en el festival de San Sebastián, dirigido por el alemán Edward Berger (Cónclave) antes de su estreno en Netflix el 29 de octubre.
En San Sebastián, Farrell ha dado muestras de su locuacidad en una rueda de prensa que ha protagonizado sin ningún complejo. Con su pelo teñido de negro cuervo por el rodaje que el que está ahora, ha desmenuzado su papel, Lord Doyle, un jugador que sobrevive en los peores casinos de Macao, alcoholizado y acabando con el poco dinero que le queda: “Bueno, supongo que como mucha gente en este mundo Doyle sigue su camino. Sin alma, rodeado de una atmósfera que le oprime y a la vez en la que sabe malvivir. Del guion me gustó que aterrizamos en el presente, no hay historia previa. Está a punto de perderse, sin brújula moral, habiendo perdido su significado. Y de repente aparece una última oportunidad, aunque, como adicto, nunca puedes perder de vista que solo se mueve por su propio interés”.
¿Hay ecos de su pasado en el personaje? “Construyo desde una aritmética sencilla: experiencia multiplicada por imaginación. Depende, obviamente, del texto que me entreguen. Mi historia de adicto es bien conocida, pero no hay que ser o haber sido adicto para encarnar a uno de ellos. Encontré su vaivén interno en su egomanía, en que usa a los demás para su propio beneficio, la gente son solo herramientas que puede usar. Es un tipo despreciable”.
Eso para el poso interno. Luego llega la preparación y los ensayos: “Soy muy obsesivo imaginando mis papeles, construyo sus pasados, sus habilidades, como aquí los naipes. Por suerte, no he sido adicto al juego, y mi adicción solo dañó mi cuerpo y mi cerebro, no mi cuenta bancaria. Vi a algunos grandes jugadores en Macao y fue... Visitamos un casino y el director nos contó que la noche anterior en una partida privada la banca había ganado 24 millones de dólares en cuatro horas”. Farrell abre muchísimo los ojos. “Es imposible que no sientas que hay una oportunidad de mejorar tu vida y ganar ahí una retirada de lujo”.
Farrell aparenta sentirse cómodo en las ruedas de prensa. Gesticula, mueve las manos, se toca la cara. Agradece cada pregunta a los periodistas. Para concentrarse mira a la mesa, y después levanta el rostro y se arranca. Por ejemplo, sobre sus secuencias con comidas pantagruélicas, que se mueven entre Monty Python y el cine de Yorgos Lanthimos, que el irlandés conoce bien, el actor empezó confesando que amó rodar en Macao y después fue imparable: “Es que en mi profesión visitas sitios increíbles. Yo he rodado en Montevideo, en Nueva Orleans... Para Maldita suerte estuvimos en Macao y otras dos semanas en Hong Kong, ciudad que yo no conocía. En Macao, bajo la superficie de meca del juego en Asia, todo luces, se esconden dos islas con una cultura ancestral, con viejos cafés y restaurantes con pescado fresco”.
Insistiendo en ese paraíso de la ludopatía, el irlandés recordó: “Pasamos mucho tiempo en los casinos durante el rodaje. No puedo decir que no se volviera tedioso en ciertos momentos de la filmación, pero [Berger] sabía que no siempre se trataba de estar emocionado en todo momento”.
¿Cree Farrell en la suerte, que su Lord Doyle persigue constantemente? “Nunca podemos elegir a lo que la vida nos confronta. Pero sí podemos elegir cómo responder a esa confrontación. Yo creo que haces lo mejor que puedes”. Y por ello continuó: “Alguien que vive en una mansión gigantesca en Bel Air podría apostar 20 dólares en una carrera de galdos y perder y decir: ‘Dios, ¡qué mala suerte tengo!’. La idea de la suerte es muy subjetiva. Creo que la mayor parte de los seres humanos hacemos lo que podemos. Intentamos ayudarnos a crecer como personas, y cuidamos y protegemos a las personas que amamos y a nuestra comunidad. Luego ya llega la suerte y afecta a tu trayectoria. Por supuesto, en pantalla, Doyle no hace eso en absoluto. Solo se mueve por lo más deleznable. Si me lo cruzara, probablemente lo rehuiría, y si no hubiera manera, al final le preguntaría: ‘De verdad, ¿todo ese comportamiento rastrero ha merecido la pena?”.