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Martin Scorsese, ‘dj’ de lujo

El cineasta neoyorquino posee enorme habilidad para uncir canciones memorables a sus imágenes

Ronnie Wood, Charlie Watts, Keith Richards, Martin Scorsese y Mick Jagger, en el estreno de 'Shine A Light' en la Berlinale.Foto: STEPHANE CARDINALE (GETTY IMAGES)

Es cierto que la nueva serie de Apple TV, Mr. Scorsese, no ofrece revelaciones transcendentales: ya existen abundantes documentales y libros que exploran las vivencias de Martin como niño asmático, el aprendizaje del cine, su tenacidad artística, los años drogotas, su recuperación, la obsesión por la preservación del legado cinematográfico, su entronización como creador suprem...

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Es cierto que la nueva serie de Apple TV, Mr. Scorsese, no ofrece revelaciones transcendentales: ya existen abundantes documentales y libros que exploran las vivencias de Martin como niño asmático, el aprendizaje del cine, su tenacidad artística, los años drogotas, su recuperación, la obsesión por la preservación del legado cinematográfico, su entronización como creador supremo al que hasta se le disculpan los pinchazos comerciales. Pero, de rebote, los cinco capítulos de Mr. Scorsese ilustran sobre su arte para potenciar secuencias con la superposición de clásicos del rock y el blues.

Cualquier cinéfilo recuerda el impacto de la entrada de Robert De Niro en el club de Malas calles. Suena Jumpin’ Jack Flash y no te preguntas si allí realmente podían pinchar algo tan crudo; intuyes que Johnny Boy va a ser el kamikaze del barrio, envidiado por tipos atormentados como Harvey Keitel… y un imán para las chicas.

Algo más llamaba la atención. The Rolling Stones venden muy caros los derechos de sus canciones y ahí estaba un cineasta prácticamente novato usando uno de sus grandes éxitos. Había truco, claro. Scorsese supo cautivar a Allen Klein, el ogro neoyorquino que (mejor no pregunten cómo) se hizo con la propiedad del catálogo de los Stones hasta 1971. Klein le cobró un precio razonable por la inclusión de dos de esos temas en Malas calles. Además, Marty inauguraba una entente que le permitiría repetir la jugada a lo largo de su filmografía. Gimme Shelter suena en tres de sus películas —Uno de los nuestros, Casino e Infiltrados— regocijándose seguramentre en la fricción entre el mensaje subyacente de solidaridad contracultural de la pieza y la brutalidad de aquellos mundillos.

Los Stones suelen tener memoria de elefante para todo lo que consideren ofensas. Sin embargo, aceptaron que Scorsese usara el atajo contractual de Klein para acercarse a su repertorio, todo un testimonio de su estatus como creador y, no lo olvidemos, sus habilidades de embaucador. De hecho, Mick Jagger participa en Mr. Scorsese. Los Stones incluso ficharon a Martin para que rodase un concierto de 2006, montado a capricho del realizador (¡18 cámaras!) en un teatro neoyorquino, esfuerzo conjunto que se materializó en Shine A Light. Jagger mostró su deportividad al bromear que es “el único largometraje de Marty en el que no aparece Gimme Shelter, bendito sea”.

Shine A Light refleja la peculiar dinámica entre los cuatro Stones oficiales, entre estos y sus músicos asalariados. No esperábamos menos de Scorsese, que supo navegar en el océano de egos del concierto de despedida de The Band y materializar The Last Waltz, hoy recordada como “momento histórico”, dicho sea con ironía: se suele olvidar que The Band resucitó en los años noventa, aunque ya sin Robbie Robertson, cabecilla del grupo (y finalmente propietario de su legado discográfico). Robertson, claro, le dio un master a Scorsese en asuntos musicales, durante aquellas noches cocainómanas de Los Ángeles cuando compartían discos y filmes. Y terminó ejerciendo de colaborador fiel del neoyorquino como seleccionador de canciones, productor ejecutivo de los discos oficiales y, desde luego, compositor. La elegancia de ambos se manifiesta en detalles nimios como poner de fondo, muy tenuemente, una canción de alguien no santificado como Phil Collins en El color del dinero.

Debe constar que ese respeto de Scorsese le ha llevado a firmar trabajos que blanquean la trayectoria de figuras o instituciones, fallo evidente en George Harrison: Living in the Material World. En esos proyectos, su capacidad de decisión está mediatizada por la potestad del artista (o sus herederos) para dar la aprobación final. No se puede permitir irreverencias como el cierre de Uno de los nuestros, cuando Ray Liotta rompe la cuarta pared y brota My way, por Sid Vicious. Una impertinencia punk que tal vez no gustó en los bares y restaurantes de la Pequeña Italia neoyorquina, donde todavía reina Sinatra. Aunque hace ya mucho que Scorsese no visita tales lugares.

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