Morante de la Puebla dice adiós al toreo por la Puerta Grande
El torero se ha cortado la coleta de forma inesperada tras cortar dos orejas en Madrid
Morante de la Puebla (46 años, La Puebla del Río, Sevilla) ha decidido retirarse de los toros después de cortar las dos orejas al segundo de su lote este domingo. Al finalizar la vuelta al ruedo se dirigió al centro del anillo, y mientras la plaza era un clamor, el torero, contra todo pronóstico y de forma inesperada, se cortó la coleta ante la sorpresa general.
Su labor en ese toro comenzó con una espectacular voltereta cuando toreaba con el capote. El torero quedó conmocionado en el suelo, no quiso ingresar en la enfermería y volvió a la cara de su oponente tras finalizar el primer tercio.
Nadie esperaba que hubiera sorpresas, pues el toro era tan noble como soso y de muy escaso recorrido. A pesar de ello, se inventó una faena preñada de empaque entre el clamor de los tendidos. Mató de una estocada en todo lo alto y se le concedieron las dos orejas.
Con el traje de luces destrozado y el semblante taciturno, cansado, como fuera de sí, salió Morante de la Puebla a hombros por la Puerta Grande de Las Ventas después de protagonizar una jornada verdaderamente histórica para el toreo.
Por la mañana, fue la cabeza visible de un festival homenaje a Antoñete que ha sido un éxito artístico y de público. Por la tarde, otra vez con el cartel de “no hay billetes” en las taquillas, ha dejado muda a la tauromaquia moderna con una decisión inesperada tras un triunfo de clamor.
Se podría discutir si las dos orejas eran justas o producto de la algarabía de los fieles de la religión civil del morantismo, que son legión; quizá, en verdad, fueron generosas porque su oponente, un toro tan noble como soso, no le permitió una faena redonda y maciza, una obra de arte total.
Pero, quizá ahí ha radicado su grandeza; con ese medio toro, con atisbo de una birria en algunos momentos de la lidia, Morante construyó —se inventó, mejor— un monumento al empaque.
Todo había comenzado con un recorte gallista de rodillas en el tercio, y dos chicuelinas personalísimas; confiado en exceso, ya en los medios, sufrió una tremenda voltereta de la que quedó inerme en el suelo gravemente conmocionado por la costalada. Rápidamente, fue asistido por sus compañeros, y al momento se descubrió que no llevaba cornada. Agua milagrosa por el cuello, un breve descanso en el callejón y un par de minutos después, como nuevo en la cara del toro.
A estas alturas, la plaza era un manicomio poblado por un público enfervorizado. Y continuó la obra de Morante: por bajo, primero, con suavidad, muletazos limpios con la mano derecha, con el embrujo propio de este artista; dos tandas más, cortas por la escasa vitalidad del toro, pero de largos compases, un cambio de manos primoroso, los tendidos en pie, pinceladas de inspiración, estado sublime de un artista pletórico de creatividad...
Se perfiló para matar y cobró un estoconazo de efecto fulminante que pobló de pañuelos los tendidos, y el presidente no tuvo más remedio que sacar el suyo en dos ocasiones antes de que lo pasearan a él y no a hombros.
Morante dio una vuelta al ruedo verdaderamente apoteósica, y cuando la acaba, se dirige al centro del anillo, paso corto y templado, sin prisa, se lleva las manos a la coleta (¿pero qué está haciendo ese hombre?) y con la parsimonia propia del personaje y entre la incredulidad general, se cortó el añadido en un gesto claro de que ponía punto final a su carrera.
Y todo ha sucedido en un día grande para su historia y para el toreo. Y en Madrid.
Lógicamente, la corrida tuvo otros protagonistas. Fernando Robleño se retiraba esta tarde del toreo. Nada le permitió su primero, al igual que le ocurrió a Morante con el suyo, por su falta de casta y exceso de sosería, pero en el quinto, el de más clase de la corrida, Robleño explicó una tauromaquia artística, templada y con aroma de toreo caro. Ya lo anunció en un quite por excelentes chicuelinas, una media de cartel y una revolera. Muleta en mano, destacó por los dos pitones con tanda de categoría, con hondura y elegancia, que hacían presagiar que acompañaría a Morante por la Puerta Grande. Pero, una vez más, Robleño falló con la espada, y su triunfo se redujo a una sola oreja en la tarde de su adiós anunciado en la que contó con el cariño y el respeto de la afición de Madrid.
Cerraba el cartel el joven Sergio Rodríguez, que confirmó la alternativa. Triunfo de Morante y corte de coleta, y despedida de Robleño, dos maestros en sazón, demasiado para un chaval que acaba de comenzar su carrera. Mantuvo el tipo, tiene buenas maneras, oficio y no desentonó en tarde tan comprometida. No pudo triunfar porque sus toros no se lo permitieron, pero mantiene en alto su prestigio de triunfador de la Copa Chenel de este año.
Y acabó la corrida. El ruedo se pobló de espectadores jóvenes que alzaron en hombros a los dos triunfadores. Robleño, sonriente y con alguna lágrima por sus mejillas; Morante, roto, con el semblante demudado mientras muchos aficionados le robaban trozos de su traje malva y oro. Así, con el cansancio en su cara, después de un día de emociones, salió por la Puerta Grande y dejó huérfana a la torería del siglo XXI.
Garcigrande/Morante, Robleño, Rodríguez
Toros de Garcigrande, bien presentados, gordos, mansurrones, nobles, sosos y descastados; destacó el quinto por su nobleza y clase.
Morante de la Puebla: cuatro pinchazos y estocada (silencio); gran estocada (dos orejas). Salió a hombros por la Puerta Grande y se cortó la coleta.
Fernando Robleño: tres pinchazos y estocada caída (silencio); pinchazo y estocada (oreja). Sus dos hijos le cortaron la coleta.
Sergio Rodríguez, que confirmó la alternativa: estocada trasera y caída _aviso_ (ovación); pinchazo y estocada muy baja (silencio).
Plaza de toros de Las Ventas. Séptima y última corrida de la Feria de Otoño. Domingo, 12 octubre. Lleno de ‘no hay billetes’ (22.964 espectadores, según la empresa).