Miguel Arraiz, el primer arquitecto español en ‘plantar’ la obra central del festival Burning Man

“Es difícil transmitir con palabras el ambiente de libertad que se crea”, dice el también artista fallero, del insólito certamen de EE UU en el desierto Black Rock cuyo concurso internacional ha ganado

Miguel Arraiz en la bahía de San Francisco, tras recibir el encargo del Burning Man en noviembre de 2024.G.TEN

El 31 de agosto, a eso de las 10 de la noche, unas 80.000 personas contemplarán en silencio cómo arde una mole de 13 metros de altura y 32 de diámetro en mitad del desierto de Black Rock (Nevada, Estados Unidos), diseñada por Miguel Arraiz. Por primera vez será un español el que construya la pieza central del festival de arte más multitudinario del mundo, el ...

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El 31 de agosto, a eso de las 10 de la noche, unas 80.000 personas contemplarán en silencio cómo arde una mole de 13 metros de altura y 32 de diámetro en mitad del desierto de Black Rock (Nevada, Estados Unidos), diseñada por Miguel Arraiz. Por primera vez será un español el que construya la pieza central del festival de arte más multitudinario del mundo, el Burning Man, la tercera vez que lo firme un arquitecto no estadounidense. La organización anunció hace unos días el fallo de un concurso internacional condicionado por una exigencia única: haber construido en el desierto.

Y es en ese punto en el que llevan entrelazándose las carreras de Arraiz (Valencia, 49 años) y este popular evento que se celebra desde hace más de un cuarto de siglo la semana previa a cada 1 de septiembre. En 2016, junto al escultor David Moreno y 25 voluntarios valencianos, plantaron la falla Renaixement en la Black Rock City, en un hito que desencadenó una suma de visitas y conexiones entre falleros, instituciones valencianas y organizadores del Burning Man durante los siguientes años.

De aquellas pavesas nace “el Templo de la profundidad” (Temple of the Deep, en inglés), que “rompe con la tradición [del propio Burning Man] con un diseño nuevo y audaz”. Así justificaba la organización del festival la elección del proyecto de Arraiz, por su “potencial para inspirar nuevos caminos creativos”. Evocando una de las rocas volcánicas que circundan el desierto donde se alzará, el arquitecto valenciano vuelve a primar el relato poético presente en sus edificaciones, esta vez protagonizada por la tradición japonesa del kintsugi que repara con oro la cerámica rota y que en esta gran pieza negra elevada pretende inspirar la contradicción entre fuerza y fragilidad.

“Esa contradicción tiene sentido allí porque el templo es el lugar donde los participantes del Burning hacen su duelo. Este edificio, que es el último en arder la última noche, se llena durante una semana de fotos, objetos y todo tipo de recuerdos de las personas que quieren hacer un duelo. Este duelo es por una persona fallecida, por un amor, por el fin de una época… También es mi caso, porque este proyecto ha sido el que me ha levantado del sofá después de meses deprimido por una ruptura amorosa”, explica el arquitecto a EL PAÍS.

Simulación del proyecto ganador.

Arraiz también ha sabido ganarse al jurado del Burning Man al introducir algunos de los valores fundacionales del festival. En este caso, el de la “aceptación radical”. “Es difícil transmitir con palabras el ambiente de libertad que se crea en este evento”, cuenta, “pero la gente viste, vive y se comporta de una manera totalmente desligada de las normas, los prejuicios o el canon estético del momento. En Black Rock City no solo está prohibido el dinero; está prohibido el trueque y no pueden verse marcas, no hay publicidad. A cuatro horas en coche de cualquier sitio, todo lo que se puede hacer allí parte de la cultura del dar y, dentro de esta lógica, el templo es el lugar sagrado y previsto para afrontar las pérdidas, para asumir su peso”.

Tal y como recoge el texto ganador del proyecto, Temple of the Deep se ha diseñado para que “las emociones deban sentirse, no ocultarse. Este proceso es esencial para el crecimiento personal, el fomento de la resiliencia y el cultivo de la apertura hacia el mundo y su gente”. Y todo ello en una edificación que deberá alzarse en 15 días, construida exclusivamente en madera “porque el desierto debe quedar más limpio que cuando llegaste” y que ha sido ideado para que su cremà (quema en valenciano) deje un gran anillo de fuego suspendido en el aire durante varios minutos en el cenit de esa catarsis colectiva.

El 30 de enero, Arraiz llegará a la Bahía de San Francisco desde donde se organiza este encuentro. Apenas cuenta con el 20% del presupuesto de la edificación, pero le esperan cientos de voluntarios especializados en mecenazgo, ingeniería, comunicación o construcción. Su principal labor es dirigirlos y mantenerlos motivados a lo largo del año. En total, para el mes de marzo contará con un equipo de 400 personas que participarán altruistamente en la materialización del templo, incluidas de 100 a 120 encargadas de la construcción del mismo en agosto, en unos días en los que la temperatura en el desierto oscila entre los 40 y los 0 grados, tormentas de arena mediante.

A ese equipo se incorporan un gran número de creadores valencianos de trayectoria internacional que trabajan desde ya para que este hito arquitectónico deje huella en la historia del Burning Man. Entre otros, los artesanos falleros Manolo Martín y Manolo García, el estudio de arquitectura Arqueha, o los estudios de diseño de iluminación Radiante Light Art Studio o de diseño sonoro Banjo Soundscapes. A todos ellos se suman los que han sido asesores del diseño ganador, Javier Bono, Marta Marcos, Baltasar Otero, Josep Martí y, al frente de este equipo, Javier Molinero.

La medalla olímpica

Para Arraiz, el encargo supone “algo así como ganar la medalla de oro olímpica de lo que hago”. Ese deporte sería el de la arquitectura efímera y la pieza central del Burning Man es un escaparate inmejorable para el arquitecto valenciano. También, el inicio de una tercera etapa como profesional. “De 2000 a 2009 abrí un estudio que crecía un 100% al año. Explotó la burbuja cuando íbamos camino de ser 40 personas y me di cuenta de que España y su modelo no eran para mí”. La siguiente década, este arquitecto muy próximo personal y familiarmente a las fallas, decidió implicarse hasta alzar el monumento experimental de mayores dimensiones construido hasta la fecha, Ekklesia (2015), para la siete veces ganadora de la Sección Especial, la comisión fallera Nou Campanar.

Una segunda etapa que incluyó la falla del Burning, Renaixement (2016) y concluyó con su dirección del proyecto València Capital Mundial del Diseño 2022 en el que desarrolló el Àgora, su edificio emblema que permaneció en la Plaza del Ayuntamiento durante aquel año. Ahora se conjura para aprovechar una oportunidad llamada a conectarle definitivamente con festivales y clientes este tipo de arquitectura a nivel global.

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