El oficio de Luis Miguel enamora al Bernabéu

Pese al mal sonido, 45.000 fieles jalean en Madrid al ídolo mexicano tan infalible como impertérrito

Luis Miguel durante su concierto en el Santiago Bernabéu el sábado 6 de julio de 2024, en Madrid.Francisco Guerra (Europa Press)

Confluían este sábado en la espina dorsal de Madrid dos ciudades bien distintas, la colorista, reivindicativa, bullanguera y orgullosamente petarda que agitaba los abanicos arcoíris y, apenas un par de kilómetros más al norte, esa otra finolis y maqueada, de perfume caro, traje de fiesta y señorío de sien plateada que se arremolinó en el Santiago Bernabéu en torno a la figura de Luis Miguel Gallego Basteri. Un señor de bien que no conoce las crisis de autoestima y preside ambos extr...

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Confluían este sábado en la espina dorsal de Madrid dos ciudades bien distintas, la colorista, reivindicativa, bullanguera y orgullosamente petarda que agitaba los abanicos arcoíris y, apenas un par de kilómetros más al norte, esa otra finolis y maqueada, de perfume caro, traje de fiesta y señorío de sien plateada que se arremolinó en el Santiago Bernabéu en torno a la figura de Luis Miguel Gallego Basteri. Un señor de bien que no conoce las crisis de autoestima y preside ambos extremos del coliseo con su logo oficial, ese medallón gigantesco en el que sus iniciales “LM” relucen en flamantes tonos dorados, cual doblones de valor inalcanzable. Qué bonito es quererse tanto.

Luis Miguel es un señor distinguido y respetable que, a sus ya nada bisoños 54 años, luce planta tiposa, dentadura nívea y pelazo como para encender la envidia y los suspiros en el prójimo, en su inmensa mayoría hetero-normativo, arrobado y acaramelado en el graderío y en las sillas de la pista del estadio madrileño. Al artista mexicano se recurre para saberse convenientemente enamorado y pasarse el concierto entero con media sonrisa dulzona y un tenue balanceo de cintura tanto durante las canciones rápidas como en las lentas, que en realidad tampoco se distinguen demasiado entre sí. Porque el ídolo ejerce como epítome de la vida feliz y sin estridencias, como ejemplo de caballero que se viste por los pies, cree en el amor de manera cabal y se vuelve tan irreprochable como ese traje negro entallado, con corbata a juego, que parece inmune a la arruga.

Imagen del concierto de Luis Miguel en el estadio del Real Madrid el 6 de julio de 2024. VICTOR LERENA (EFE)

Cosa distinta es que lo impecable sea sinónimo de lo divertido, porque durante una hora y tres cuartos no sucede en el estadio nada dislocado, impredecible, atrevido, travieso o poco normativo que sirva para convencernos de que este concierto en Madrid constituye una experiencia singular y no la reproducción sistemática y milimétrica de otra velada cualquiera en Toronto, Miami o el estadio de la Condomina. Y así, de tan alérgico al sobresalto, un concierto de Luis Miguel acaba acreditando unas propiedades sospechosamente parecidas a las de la melatonina o la pasiflora.

Concedió el romántico baladista 25 minutos de cortesía para que la parroquia se acomodara en sus localidades, porque no es tan sencillo sentar a 45.000 almas. Y abrió la noche con Será que no me amas, su homenaje castellanizado a The Jacksons, poniendo a parpadear las 45.000 pulseras con lucecitas sincronizadas que nos habían entregado a la entrada. Es un recurso que hasta hace no tanto aún parecía vistoso y sorprendente, pero que ahora, de tan reiterado, hace pensar en los eventos multitudinarios que lo eludan como en auténticas birrias. Mejor habría sido desviar mayores esfuerzos a la sonorización de un espectáculo en el que el vozarrón de su protagonista sonaba hueco y reverberado, con frecuencia ininteligible. Y revestido por una veintena de músicos seguramente eficaces, aunque indescifrables más allá de esos colchones de teclado que, lejos de redondear o apuntalar, producen unas ganas irrefrenables de llevar a la práctica el verso aquel de José Alfredo Jiménez: “Te vas porque yo quiero que te vayas”.

Pero no, nadie con Luis Miguel se da la media vuelta, porque el nivel de adhesión hacia este artista incombustible desde sus años de chavalito prodigio parece inquebrantable. Si no nos fallan las cuentas, la primera visita madrileña del intérprete de Ahora te puedes marchar o No me puedes dejar así (hoy repite guion, y nunca mejor dicho, ante otros cuarenta y tantos mil fieles) hace la número 134 de una gira mundial que alcanzará la escalofriante cifra de 180 fechas. Y a la vista de los resultados, buena gana de introducir elementos revolucionarios o disruptivos. La fórmula de la Coca-cola funciona y la de los constantes popurrís, también, aunque la primera hinche la barriga y la segunda, un poquito, las narices. Hasta la lluvia de confeti y globos gigantes negros que salpica la última tanda de éxitos encadenados es mucho más inocua que la mezcla de Ahora te puedes marchar (curiosa traslación de I Only Want To Be With You, de Dusty Springfield) con Cuando calienta el sol (aquí en la playa).

Menos dedicarle un mínimo saludo al público de la ciudad o conceder un triste bis (pese a los varios minutos de suspense, que aún sienta peor), Luis Miguel es capaz de cantar como un crooner norteamericano, un baladista melódico (Culpable o no fue la primera de una larguísima lista de monsergas amorosas) o un divulgador de un funk ligerito e inocuo, el de Suave, Te necesito, Dame o Te propongo esta noche, este incluso con un mínimo ejercicio de tapping, ese bajo eléctrico percutido en lugar de pulsado. Pero las grandes bazas siguen siendo la irrupción de los mariachis hacia el final de la velada, con otro popurrí (¡cómo no!) arquetípico, y los duetos virtuales con Michael Jackson y Frank Sinatra, que sabe Dios qué pensarían.

Salvo en Solamente una vez, donde LM llegó a introducir algún retardando, amagando con no respetar de manera escrupulosa la medida, es altamente probable que lo aquí referido, para lo bueno y lo malo, sirva sin variación para los 46 conciertos restantes. Así que esta noche el caballero Gallego Basteri apelará a un axioma clásico, el de “Si hoy es domingo, esto es Madrid”, antes de aprestarse a tirar de oficio. Nuevamente.

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