Los toros (y el público), una ruina

Mansa, blanda y muy descastada corrida de Adolfo Martín con la que cumplieron los toreros, jaleados por un público cada vez más festivo y triunfalista en una tarde lluviosa

Manuel Escribano, en la vuelta al ruedo tras la muerte del quinto de la tarde.Zipi Aragón Efe

Se anunciaba una corrida del muy prestigioso hierro de Adolfo Martín y toda ella se precipitó por la catarata de la invalidez y la falta de casta. Una ruina. Se llenó la plaza, más 21.000 personas, según el dato de la empresa, y su comportamiento jaranero turbaría a cualquier aficionado que por allí anduviera. Otra ruina.

El festejo se deslizaba por los molestos derroteros de un calor sofocante, el sopor que produce el aburrimiento y la amargura del fracaso cuando en el cuarto toro comenzaron a caer unas gotas a...

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Se anunciaba una corrida del muy prestigioso hierro de Adolfo Martín y toda ella se precipitó por la catarata de la invalidez y la falta de casta. Una ruina. Se llenó la plaza, más 21.000 personas, según el dato de la empresa, y su comportamiento jaranero turbaría a cualquier aficionado que por allí anduviera. Otra ruina.

El festejo se deslizaba por los molestos derroteros de un calor sofocante, el sopor que produce el aburrimiento y la amargura del fracaso cuando en el cuarto toro comenzaron a caer unas gotas anunciadas por unos grandes nubarrones que presagiaban lo que sucedió. Y de repente la corrida cambió de color.

Ángel Otero clavó un brillante segundo par de banderillas, sorteando con oficio el recorte del toro que lo puso en un serio aprieto. Arreció la lluvia, y se produjo la desbandada en los tendidos, porque nadie había venido con el paraguas protector.

Toma Ferrera la muleta, traza un par de muletazos limpios con la mano derecha y se escucharon unos largos y emocionados olés que no correspondían ni por asomo a lo que sucedía en la mojada arena. Cuando aún persistía el eco del último alboroto, el toro se desplomó a todo lo largo de su anatomía y se vivió la escena deprimente del subalterno tirando del rabo para animarlo a recuperar la verticalidad. Algunos gritaron entonces aquello de ¡toro, toro!, al tiempo que el torero intentaba aprovechar la clase de su oponente al que volvieron a fallarle las fuerzas una y otra vez. Nobilísimo era el animal, y algunos muletazos resultaron limpios, pero no emocionantes, como pretendían expresar los olés fuera de tono. Como buen torero de su época, Ferrera alargó la faena innecesariamente entre una persistente lluvia, con los tendidos vacíos y los espectadores refugiados en las gradas y andanadas.

Cuando avisaron la salida del quinto, Escribano se dispuso a cruzar el ruedo para plantarse de rodillas en los medios y recibir al toro con una larga cambiada, suerte que ya había repetido en su primero, que se le paró antes del encuentro y lo puso en apuros. En esta ocasión, salió airoso de la suerte e, incluso, pudo dibujar tres verónicas muy aceptables a un toro descarado y astifino, tan blando como los demás. Al igual que en el otro, puso banderillas con su oficio habitual y desigual ejecución, e inició la faena de muleta con un pase cambiado por la espalda, instantes antes de que el toro se desplomara mientras el público, envalentonado por la lluvia, que caía con fuerza, cantaba la gesta del torero. Hubo una voltereta sin consecuencias, lo que aumentó la intensidad de los olés a los medios muletazos que el desfondado toro permitió a un entregado torero. La estocada cayó trasera, pero afloraron los pañuelos en los altos de la plaza —el resto de los espectadores había huido—, la petición fue mayoritaria, pero el presidente no concedió el trofeo y se ganó con razón una ruidosa bronca.

Aplacó la tormenta en el sexto, muchos volvieron a sus asientos, y Garrido también se ganó unos olés en su airoso esbozo a la verónica. Noble era ese animal y embestía humillado, pero era tan descastado como sus hermanos, y a pesar de que hubo muletazos limpios y estimables, la impresión resultante es que, a pesar del exagerado ánimo de la grada, la labor del torero no levantó el vuelo.

Nada pudieron hacer los toreros en sus primeros toros, tristes como dolientes de un funeral de tercera, sin fortaleza y sin casta.

Una debacle torista que la mayoría del público quiso enmascarar con un triunfalismo exagerado que no hizo más que añadir más ruina a la que trajeron los toros.

Martín / Ferrera, Escribano, Garrido

Toros de Adolfo Martín, desiguales de presentación, astifinos, mansos, muy blandos y muy descastados. 

Antonio Ferrera: pinchazo y bajonazo (silencio); -aviso-, dos pinchazos, estocada y tres descabellos (ovación).

Manuel Escribano: estocada algo caída (ovación); estocada trasera y desprendida (petición mayoritaria y vuelta al ruedo).

José Garrido: estocada baja y dos descabellos (silencio); estocada baja (ovación).

Plaza de Las Ventas. 6 de junio. Vigésimo cuarta corrida de la Feria de San Isidro. Lleno (21.168 espectadores, según la empresa).

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