La audaz creatividad de 10cc
Ni Queen ni Steely Dan: esta banda representó la cumbre del trabajo en los estudios de grabación de los setenta
Se publica 20 Years: 1972-1982, la (casi) integral de 10cc: los 11 álbumes oficiales del grupo, el doble en directo y dos discos de rarezas. En un universo paralelo, esto sería una gran noticia, pero en el mundo que nos ha tocado vivir esa caja pasará desapercibida, una lápida para un supergrupo del que hoy solo se recuerda universalmente el prodigioso I’m Not In Love. Sí, ese tema que todavía suele ser presentado en la radio como “una canción de desamor”… cuando retrata exactamente lo contrario.
10cc (entre ...
Se publica 20 Years: 1972-1982, la (casi) integral de 10cc: los 11 álbumes oficiales del grupo, el doble en directo y dos discos de rarezas. En un universo paralelo, esto sería una gran noticia, pero en el mundo que nos ha tocado vivir esa caja pasará desapercibida, una lápida para un supergrupo del que hoy solo se recuerda universalmente el prodigioso I’m Not In Love. Sí, ese tema que todavía suele ser presentado en la radio como “una canción de desamor”… cuando retrata exactamente lo contrario.
10cc (entre nosotros, Diez Centímetros Cúbicos) juntaba a veteranos de la escena de Mánchester: Graham Gouldman, Eric Stewart, Kevin Godley, Lol Creme. Supervivientes de las vertiginosas mudanzas de los sesenta con una férrea ética del trabajo y un afinado olfato para la comercialidad. Además, ignorando las fuerzas centrípetas que imponían que todos los músicos de pop terminaran en Londres, se quedaron en su ciudad. Tenían lo que llaman allí una “actitud norteña”, un cóctel de amor y odio por Mánchester (que, recuerden, todavía tardaría veinte años en ponerse de moda). No fueron los únicos: los Herman’s Hermits invirtieron parte de sus ganancias estadounidenses en otro estudio, Pluto.
El de 10cc se llamaba Strawberry Studios y el nombre sugería que seguían la pista del John Lennon más experimental, el de Strawberry Fields Forever o Tomorrow Never Knows. Aunque tenían igualmente mucho de Paul McCartney: el gusto por el pastiche, la facilidad para lo pegadizo. De hecho, McCartney terminaría usando Strawberry (The Beatles, ingratos, no pensaron en financiar un estudio puntero en su Liverpool natal). Y Eric Stewart ejerció de colaborador privilegiado con Paul a mediados de los ochenta.
El problema: al ser capaces de componer, tocar, cantar y producir todo lo que se les ocurría, no tenían el feedback de la mirada ajena que les permitiera construir una estética definitoria. Podían sonar como The Beach Boys y luego confeccionar un reggae conscientemente falso. Sabían que carecían de imagen, lo que explica que —tras dos portadas horribles— encargaran los envoltorios de sus elepés al equipo de Hipgnosis (“Mira, igual que Pink Floyd”).
Solo se sentían en competencia con Steely Dan —en pulcritud de sus producciones— y les satisfacía su propia eficiencia, el no tener que contratar a los instrumentistas más caros del negocio. Tardaron en darse cuenta de que otra banda más cercana les estaba comiendo el terreno. Queen había sido telonero de 10cc y los mancunianos se burlaban de sus prejuicios luditas: Mercury y compañía alardeaban entonces de no usar sintetizadores.
Graham Gouldman cree que Bohemian Rhapsody es heredera de piezas como Une nuit a Paris, con partes bien diferenciadas y exhibición de voces. Y 10cc, añade, no necesitó usar media docena de estudios; algo valorado entre los contables de la industria discográfica, pero que no impresionaba al gran público. Que conste que otros miembros de 10cc buscaban respetabilidad: Godley y Creme dejaron el cuarteto en 1976 y lanzaron, atención, un triple LP conceptual (¡en pleno año del punk!). Cambiaron Mánchester por Londres y se reciclaron como exitosos realizadores de videos promocionales. No llegaron a ver la formidable explosión de grupos locales, como The Buzzcocks, Joy Division, The Smiths o The Stone Roses. Por cierto: todos pasaron por Strawberry Studios.