Rory Gallagher: por qué no reinó el guitarrista que debió reinar
El músico irlandés, que murió con 47 años, nunca aparece entre los diez primeros puestos de los mejores hachas del rock, algo injusto para compañeros de profesión. Analizamos las razones ahora que se publica un disco con una grabación de su última gira
Festival de la Isla de Wight, agosto 1970. Taste, la banda capitaneada por el guitarrista Rory Gallagher, actúa el viernes 28. Público y especialistas se muestran impresionados ante la potencia, las cualidades y el sentimiento que despliega el músico irlandés. El domingo 30 se presenta en el festival Jimi Hendrix, ya un artista consolidado. En la rueda de prensa alguien le pregunta: “¿Qué se siente al ser el mejor guitarrista del mundo?”. Hendrix se encoge de hombros y responde: “No lo sé, pregúnte...
Festival de la Isla de Wight, agosto 1970. Taste, la banda capitaneada por el guitarrista Rory Gallagher, actúa el viernes 28. Público y especialistas se muestran impresionados ante la potencia, las cualidades y el sentimiento que despliega el músico irlandés. El domingo 30 se presenta en el festival Jimi Hendrix, ya un artista consolidado. En la rueda de prensa alguien le pregunta: “¿Qué se siente al ser el mejor guitarrista del mundo?”. Hendrix se encoge de hombros y responde: “No lo sé, pregúntele a Rory Gallagher”. Hendrix muere 19 días después, el 18 de septiembre. La respuesta del guitarrista considerado el mejor de todos los tiempos queda para la historia.
Este episodio es generalmente aceptado por los historiadores del rock, aunque no se ha encontrado documento sonoro que lo corrobore. Lo importante es que, real o no, es una historia que podría encajar perfectamente. Así de considerada es la figura de Rory Gallagher, un músico con fama de íntegro, reverenciado, misterioso y alérgico a la fama. “Parece ser que Hendrix se lo contó a un periodista de la revista Rolling Stone, pero no encontré ninguna evidencia de ello. Pero es una gran cita apócrifa, ¿verdad?”, cuenta a este periódico Daniel Gallagher, 40 años, sobrino de Rory y guardián del legado de su tío, que falleció en 1995 con solo 47 años. Daniel ha estado trabajando los últimos tiempos en rescatar un directo de la gira del último disco de Rory. El resultado se acaba de poner a la venta, All Around Man. Live In London 1990.
Rory Gallagher solía vestir con una camisa de leñador y unos vaqueros. Utilizó durante toda su carrera la Fender Stratocaster que se compró de adolescente por 100 libras. Tardó 15 años en pagarla. Una guitarra desgastada para un tipo con una ética incorruptible. Cantaba con los ojos cerrados y apenas miraba a la guitarra mientras realizaba sus endiablados solos. Rory se entregó al blues de Chicago y desde ahí se bifurcó hacia el folk, el rock, la experimentación jazz o la tradición irlandesa. No entendía la música si no era desde las vísceras. Cuando en 2003 la revista Rolling Stone publicó la lista de los 100 mejores guitarristas de todos los tiempos y no apareció Gallagher muchos músicos se quejaron. Uno de los más peleones fue el guitarrista de Queen, Brian May, que aparecía en el puesto 37. May llegó a llamar a la redacción de Rolling Stone para quejarse de la ausencia de Gallagher. En la revisión de la lista, en 2015, la publicación rectificó y colocó a Gallagher en el puesto 57. Muy por debajo de su calidad, según May, que ha escrito para la edición de All Around Man. Live In London: “Era un mago, una de las pocas personas de aquella época que conseguía que su guitarra hiciera lo que él quería. Parecía magia. Recuerdo mirar a esa Stratocaster destrozada y pensar: ‘¿De dónde sale ese sonido?”.
El escritor argentino Marcelo Gobello es uno de los grandes especialistas en el músico irlandés. Gobello ha escrito Rory Gallagher. El último héroe (Ediciones Lenoir). “Rory está entre los cuatro o cinco mejores del mundo, con Jimi Hendrix, Eric Clapton y Jimmy Page. Este último le adora y Clapton siempre le consideró una amenaza. Tiene una integridad y una pasión únicas, además de una entrega en directo tremenda”, cuenta Gobello por teléfono desde Argentina.
A Rory Gallagher (nacido en Ballyshannon, Irlanda, 1948) le compraron una guitarra sus padres cuando contaba solo ocho años porque detectaron ciertas aptitudes musicales. “Un día escuché a Muddy Waters en la radio tocando una Telecaster con slide. Era de noche y la música llegaba a mí con gran claridad desde el éter. Eso cambió mi vida”, dijo en una entrevista que recoge El último héroe.
El primer grupo relevante de Gallagher fue Taste, un trío al estilo de Cream o The Jimi Hendrix Experience. Editaron dos discos (Taste, 1969, y On the Boards, 1970) donde no solo explotan su fortaleza bluesera. Taste era un ente libre donde cabía jazz, folk e improvisación. Pero solo duraron cuatro años: se despeñaron por la desconfianza entre los tres y por la actitud de un manager turbio y manipulador que sacó una gran tajada económica. Hubo juicios, discos editados sin el consentimiento de Rory y una herida que nunca se cerró: el guitarrista no tocaría jamás canciones de Taste, a pesar de que el público se las reclamaba.
La desconfianza hacia la industria musical por parte de Rory comenzó ahí y desde entonces en el único que confió para la gestión de sus asuntos fue en su hermano Donald, padre de Daniel. “No sabía que mi tío era músico de rock hasta que con cinco años mi padre me llevó a un concierto de Rory en Londres. Cuando yo tenía siete años mi tío me compró una guitarra y me enseñó mi primera canción, Frère Jacques. Cuando ya era más mayor y Guns N’ Roses era mi banda favorita, mi padre me enseñó unas fotos de Rory tocando con Slash. Me quedé impresionado”, cuenta Daniel, el sobrino de Rory. Slash es otro fan rendido del irlandés. “Rory no sonaba a nadie más…Tenía un tono y un acercamiento individuales, independientes. Siempre ha sido mi héroe”, afirma en las notas del disco el guitarrista de Guns N’ Roses.
Tras la traumática ruptura de Taste, en 1971 Gallagher inicia una carrera en solitario que le encumbra como un intérprete virtuoso, crudo y emocional. Sus canciones no eran solo vehículos para su forma de tocar la guitarra, sino verdaderas expresiones de cómo se sentía. Los discos están ahí, y algunos con resultado sobresaliente: Deuce (1971), Tattoo (1973), Calling Card (1976)… Pero donde arrebata es en los conciertos. Existe unanimidad sobre su mejor trabajo: el incandescente Irish Tour ‘74, grabado en directo. La interacción entre el músico y la audiencia de sus recitales era un espectáculo en sí mismo. Funcionaban como pilas recargándose. La vibración que enviaba Rory no solo se sentía, casi podías verla. Se comprobó en las giras que realizó por España, donde actuó en 12 ocasiones. Una de las primeras, en 1975 en Madrid, fue aquella en la que Rosendo Mercado descubrió a su ídolo. “Nunca en mi vida he hecho cola para conseguir una entrada para un concierto. Solo en aquella ocasión, por Rory”, ha contado en alguna ocasión el músico madrileño.
En 1974 Gallagher recibió una llamada de los Rolling Stones para sustituir a Mick Taylor. Rory prefirió seguir su propio camino. También Deep Purple llamó a su puerta para reemplazar a Ritchie Blackmore. Tampoco quiso. “Me gustaría seguir libre por algún tiempo porque nunca sabes cuando te van a pillar”, solía decir. Se juntó con muchos músicos, para aprender y seguir progresando como instrumentista: Muddy Waters, Jerry Lee Lewis, Béla Fleck, los Dubliners…
La impresión general concede que Gallagher es un músico al que no se ha valorado lo suficiente. La pregunta es: ¿por qué? Responde Marcelo Gobello: “Nunca triunfó en el mercado estadounidense porque no quiso hacer concesiones como, por ejemplo, Eric Clapton, que en los ochenta se puso un traje y claramente se arrimó al pop; sin embargo, Rory siguió con su devoción por el blues-rock. No se vendió. Era puro 100%”. El sobrino del guitarrista, Daniel, entra en detalles sobre este tema: “Rory evitó los mecanismos para alcanzar la fama. Nunca lanzó singles, que le hubieran dado mucha repercusión en radio, especialmente en Estados Unidos. No acudió a eventos de celebridades, no trabajaba con productores de renombre, no salía con actrices. No buscaba publicidad. Solo quería ser conocido por su música”.
Tampoco ejercía el cliché del rockero juerguista. Acababa los conciertos y se marchaba al hotel a leer o a ver películas (adoraba el cine negro). No tuvo hijos ni se le conocen parejas. Tuvo un desengaño amoroso potente a finales de los sesenta y le afectó el resto de su vida. Solo hay que escuchar la maravillosa I Fall Apart (Me deshago, en la traducción al español), de su primer disco en solitario, para hacerse una idea del desgarro que le produjo la ruptura. Rory era un bebedor solitario. El alcohol fue deteriorando su salud. “El último año de su vida estaba tan enfermo que le era muy difícil subir a un escenario. Y sin el directo a él le costaba mucho vivir”, comenta Gobello.
A mediados de 1995 acudió a un hospital de Londres para someterse a un trasplante de hígado, órgano devastado por el efecto de la bebida. Era esa difícil cirugía o la muerte. La operación se complicó y falleció el 14 de junio. Tenía 47 años. Una voluminosa estatua de bronce le recuerda en su ciudad, Ballyshannon. Viste vaqueros, camisa de leñador y toca su desconchada guitarra Fender.