Todas las caras de Julio César en una exposición: del político brillante al militar que cometió atrocidades
Una muestra en el museo H´ART de Ámsterdam dedicada al gobernante romano con 150 piezas inaugura la nueva etapa del centro, que fue la sucursal en Países Bajos del Hermitage de San Petersburgo, con el que rompió lazos tras la invasión de Ucrania
Julio César (100-44 antes de Cristo) es uno de los personajes más famosos de todos los tiempos. De familia influyente, gran orador, general y estadista, Roma fue un imperio bajo su mando. El mayor de la Antigüedad en Occidente. Convertido en dictador, pagó muy caro su afán de poder y fue asesinado en una conjura que cambió el rumbo de Europa y está recogida en todos los libros de his...
Julio César (100-44 antes de Cristo) es uno de los personajes más famosos de todos los tiempos. De familia influyente, gran orador, general y estadista, Roma fue un imperio bajo su mando. El mayor de la Antigüedad en Occidente. Convertido en dictador, pagó muy caro su afán de poder y fue asesinado en una conjura que cambió el rumbo de Europa y está recogida en todos los libros de historia. Pero, ¿quién era realmente? Un político brillante que quiso concentrar todo el poder en sus manos hasta destruir las instituciones de la república. Un avanzado del poder de la imagen que supo encumbrarse y realzar su condición heroica. Una marca, en términos actuales. Su leyenda y estas preguntas han desembarcado por primera vez en el museo H´ART, de Ámsterdam, en la mayor muestra dedicada hasta la fecha en Países Bajos a todos los rostros de César.
Este centro era la sede holandesa del antiguo Museo Hermitage, que rompió lazos con San Petersburgo tras la invasión rusa de Ucrania. Esta es la primera exposición de su nueva etapa y modifica en su título la conocida locución latina Veni, vidi, vici (Llegué, vi, vencí), atribuida a César tras su victoria en la batalla de Zela (en la actual Turquía) en el 47 antes de Cristo. En su lugar, se propone la siguiente expresión: “Llegué, vi, caí”, para reflejar los claroscuros de su figura legendaria. Son contrastes visibles desde la primera sala, forrada de andamios, a modo de marcos, arropados por lonas blancas que enmarcan 150 piezas arqueológicas de gran belleza. Traídas, entre otros, del Museo Arqueológico Nacional (Florencia) y el Museo Nacional Romano, destacan unas vitrinas con cuatro bustos de mármol. Dispuestos en hilera, buscan la verdadera cara de César, descrito con detalle por el historiador Suetonio en su obra Vidas de los doce césares. Lo presentó como un hombre “de estatura elevada, blanca la tez, bien conformados los miembros, cara redonda, ojos negros y vivos (…) no soportaba con paciencia la calvicie (…) por esta razón se traía sobre la frente el escaso cabello de la parte posterior”.
Las cuatro esculturas atraen por su textura marmórea y el estremecimiento que produce mirar de frente al pasado. Junto a ellas, sin embargo, hay una cabeza de cera que interpreta lo que pudieron ser sus facciones a partir del busto guardado por Museo Nacional de la Antigüedad, de la ciudad holandesa de Leiden. Reconstruida por la arqueóloga y antropóloga física Maja d´Hollosy, resulta en un varón de mediana edad, mirada algo cansada y aspecto corriente. Para completarla se aprovechó también el busto de Tusculum, hallado en esa ciudad al sur de Roma, y algunas monedas con su retrato. A partir de ahí, el mito recorre el museo, marcando el camino de su vida como hijo de una familia aristocrática que creció en un momento de guerra civil —larga— entre los Optimates y los Populares. Los primeros apoyaban a la élite aristocrática en el Senado. Los otros querían restringir el poder senatorial y estaban de parte de la movilidad social. Nuestro hombre se alineó con los Populares marchándose de Roma. Ahí empezó su carrera militar.
“En el mundo entero se han estudiado con razón las batallas de César, pero no estaría bien admirar solo este aspecto de su legado planetario. Ahora sabemos mucho más acerca de las atrocidades y masacres de sus conquistas y hemos tratado de presentar también ese lado oscuro”, asegura Annabelle Birnie, directora del museo. La conquista de la Galia —la región de Europa occidental formada actualmente por Francia, Bélgica, el sur de Países Bajos y el oeste de Suiza— fue una de las grandes campañas de la historia de Roma. Con la excusa de la seguridad nacional y contra el ataque de pueblos más allá de la república, él esperaba alcanzar la gloria militar. Compensó la falta de ejército con avances rápidos y táctica. Tuvo éxito enfrentando entre ellas a las tribus de la Galia, y las batallas fueron sangrientas y con bajas enormes. Los prisioneros de guerra solían ser esclavizados y vendidos, y pueblos y granjas fueron destruidos. “Visto desde hoy, parece un dictador sorprendentemente moderno. Un hombre sin escrúpulos que se aprovechó de la democracia de la república”, en palabras de Eric Moormann, catedrático de Arqueología Clásica y conservador invitado de la muestra. César generó inmensas riquezas a Roma y a los romanos, “pero nunca perdió de vista su propio interés”, sigue, para concluir: “A pesar de su talento como orador y líder militar, hasta ahora hemos visto más el mito que la realidad”.
La mitificación dio comienzo con su sucesor, el emperador Augusto y continuó en la Edad Media. En la Divina Comedia, Dante se encuentra a Julio César en el Limbo, reservado a los virtuosos no cristianos. Está junto con Eneas, Homero y Ovidio, entre otros. Por el contrario, dos de sus asesinos, Casio y Bruto, además de la reina Cleopatra, habitan en el Infierno. Sin olvidar el Julio César de Shakespeare. En Ámsterdam, la reconstrucción del busto en cera parece aguantar la fuerza de las figuras, objetos y mosaicos expuestos. Se mantiene en pie incluso cuando una pantalla emite escenas de la película de Hollywood Cleopatra (1963), en la que el actor británico Rex Harrison da la réplica —en un inglés patricio— a la reina egipcia, interpretada por una bellísima Elizabeth Taylor. Y soporta hasta la aparición del César entre somnoliento e irritado de las historietas de Astérix y Obélix, también recogidas en el museo. El de cera es cercano, aunque puede que no fuese él.
Hay una sacudida en la ruta hasta el final conocido, la muerte a puñaladas en el Senado. Es por el destello de un letrero luminoso a la altura del paso del Rubicón —marcado en un cartel— cuando tras su triunfo en las Galias le pudo la ambición. Cruzó ese río, la frontera de Italia, y conquistó el poder por la fuerza. El letrero lleva directamente a la otra faceta de Julio César propuesta por el museo. “Era complejo y estaba muy preocupado con su imagen, que aparecía por todas partes. Ahora es tan famoso como un producto, como una marca, y hemos intentado combinar el pasado y el presente con recursos como las luces de neón, más propias de la publicidad, dando a la vez todo el relieve necesario a las obras mostradas”, explica Anika Ohlerich, una de las diseñadoras de la exposición.
Después de recordar a las tres mujeres de César y a Cleopatra, de la que hay una cabeza basada en la comparación de monedas de la época, llega el momento de la verdad. El asesinato se recrea en un vídeo que combina animación sobre un fondo de cuadros famosos, y con las 23 puñaladas de los conspiradores a cámara lenta. La arqueóloga Carlotta Caruso, del Museo Nacional Romano, señala: “César cambió por sí solo el proceso histórico de Roma. En Italia no le juzgamos. Es una figura divisiva, cierto, y tratamos de ser neutrales. Los cambios que aportó a la historia son objetivos y está claro que hoy forma parte de nuestra vida cotidiana”.