José Sanchis Sinisterra, dramaturgo y fundador de la sala Beckett.Albert Garcia

Tardor Sanchis Sinisterra: otoño para un dramaturgo en inagotable primavera

La Sala Beckett de Barcelona rinde homenaje con un ciclo de espectáculos y actividades a su fundador, uno de los creadores fundamentales del teatro contemporáneo en España

Llega la Tardor Sanchis, el otoño que dedica al dramaturgo José Sanchis Sinisterra (Valencia, 83 años) la Sala Beckett de Barcelona, el espacio que él mismo fundó en 1989 (en su primera sede del barrio de Gràcia). La Tardor es un intenso ciclo o más bien un verdadero Festival Sanchis compuesto por seis espectáculos, cinco lecturas dramatizadas (incluida la de la última obra del autor, Correr tras un ciervo herido), charlas, mesas redondas y otras actividades en torno a la figura del cre...

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Llega la Tardor Sanchis, el otoño que dedica al dramaturgo José Sanchis Sinisterra (Valencia, 83 años) la Sala Beckett de Barcelona, el espacio que él mismo fundó en 1989 (en su primera sede del barrio de Gràcia). La Tardor es un intenso ciclo o más bien un verdadero Festival Sanchis compuesto por seis espectáculos, cinco lecturas dramatizadas (incluida la de la última obra del autor, Correr tras un ciervo herido), charlas, mesas redondas y otras actividades en torno a la figura del creador poniendo el énfasis en su influencia en el teatro español contemporáneo y especialmente su relevante papel en el panorama escénico catalán. El propósito es hacer un reconocimiento público a Sanchis como dramaturgo (autor de más de 80 obras), pedagogo y activista (fundó la legendaria compañía El Teatro Fronterizo y el espacio La Corsetería de Madrid), e invitar a disfrutar de sus obras.

Entre los espectáculos del ciclo, El lector por horas con dirección de Carles Alfaro, y nuevos montajes de otros verdaderos clásicos como ¡Ay, Carmela!, con dirección de Yolanda Porras, y Ñaque o de piojos, dirigida por Daniela De Vecchi y el propio Sanchis. También, Castroponce, teoría y praxis para una vanguardia del siglo XXI, de Pablo Rosal (un autor que les recuerda a los organizadores a Sanchis y que abre el ciclo en la Beckett el miércoles), Los desiertos crecen de noche, en puesta en escena de Clara Sanchis, hija del dramaturgo, y David Lorente, y Vitalicios, dirigida por el mismo Sanchis y Eva Redondo. A destacar asimismo las lecturas dramatizadas de El cerco de Leningrado, con dirección de Ramon Simó, Perdida en los Apalaches (Mario Gas) y Una artista del sueño (Sergi Belbel)

A la organización del ciclo, que se alarga hasta finales de octubre, se han sumado el Teatro La Abadía de Madrid (hermanado con la Beckett), el Instituto Valenciano de Cultura (el teatro Rialto de Valencia acogerá dos visiones de El lector por horas desde la danza y desde el circo respectivamente), las salas barcelonesas Tantarantana, La Gleva, Versus y Goya, la Fundación Romea y el Institut del Teatre (donde Sanchis fue inolvidable maestro y donde dará una clase).

Nada menos otoñal, por supuesto, que Sanchis (aunque era tentador que la Beckett titulara El otoño del patriarca). Ni son sus 83 años desde luego ningún “invierno de desventura”, pues el dramaturgo vive en una constante e inagotable primavera creativa de la que no paran de florecer, compulsivamente, nuevos proyectos e ideas (tiene tres obras más empezadas, dice). Pero lo de la Tardor, el otoño, viene como un guiño del ciclo que él mismo orquestó en la Beckett y otras salas (entre ellas las desaparecidas Artenbrut y Malic) en torno a la figura de Harold Pinter, la Tardor Pinter de 1996, un acontecimiento que congregó al propio Pinter y figuras a las que se echa hoy tan de menos como Rosa Novell y Jordi Dauder, fallecidos ambos como el mismo autor de El montaplatos.

A José Sanchis (ya nunca más Pepe, por el PP) ya de entrada que lo comparen con Pinter le produce un sarpullido de modestia y mucha grima lo del homenaje, pero desembarcó para presentar su Tardor con una ilusión y una emoción que no disimulaban su natural discreto y su vieja militancia brechtiana, tan recelosa de las efusiones emocionales (“¿tenéis desfibrilador?”, inquirió irónico). Le pusieron en el escenario de la Beckett, ante innumerables amigos, en un acto que ya fue un preámbulo del homenaje y que evidenció el cariño que se le tiene en la que fue tantos años su ciudad (y lo sigue siendo).

Toni Casares, el director de la Beckett, explicó que la intención inicial era producir una obra de Sanchis, “fundador de esta casa”, pero el proyecto fue creciendo hasta convertirse en ciclo y traspasar las paredes de la sala. Recalcó la importancia decisiva del maestrazgo del dramaturgo “desde los talleres de la Beckett y tantos otros ámbitos”, alabando su excelencia pedagógica y su capacidad para insuflar confianza en sus alumnos. Recordó que entre los otrora discípulos de Sanchis se encuentran maestros actuales como Belbel, Teresa Cunillé, Carles Batlle o David Plana, todos los cuales se sienten herederos suyos. Particularmente destacable, dijo, ha sido la importancia de Sanchis para revalorizar la escritura teatral cuando esta se encontraba marginada de los espacios de creación. “No hay un método Sanchis de escritura”, continuó, “pero si una aproximación des solemnizada a la dramaturgia”. Para Casares, “no se puede entender la aportación de Sanchis sin recordar además su voluntad crítica de incidencia social”.

Verónica Forqué y José Luis Gómez en el estreno de "¡Ay, Carmela!", de José Sanchís Sinisterra en noviembre de 1987 en Zaragoza.

“Y dicen que no es un homenaje póstumo”, bromeó Sanchis, alegremente abrumado por tanto elogio. “Vanidad de vanidades”, añadió. Recordó su llegada a Barcelona en 1972 —tras una salida complicada de Teruel, donde era profesor de instituto y el padre policía de un alumno le acusó de corromper a la juventud y dirigir una célula materialista y atea—, adonde llegaba lo mejor del teatro europeo, Kantor, Peter Brook, Pina Bausch; un viaje iniciático a París, el Grec del 76, su trabajo en el Institut del Teatre en la época renovadora de Hermann Bonnín (cuya hija Nausicaa participa en el ciclo ahora), donde no dejaba a sus alumnos avanzarse un ápice en el programa, como sufrió en sus carnes Abel Folk; los inicios de su aproximación a la teatralidad épica y a la búsqueda de dramaticidad polimórfica en materiales narrativos; la fundación de El Teatro Fronterizo, La leyenda de Gigamesh, La noche de Molly Bloom, la Carta a la Maga de Rayuela, aquel osado Moby Dick resultado de la “revelación” de leer la obra de Melville con un nuevo foco; El Dorado, el Ñaque con Manel Dueso y Miguel Climent, Kafka y El gran teatro de Oklahoma … Pasear por la memoria de Sanchis es hacerlo por un territorio inmenso en el que el teatro campa con una libertad inesperada. “Aún busco esa libertad”, reflexionó Sanchis, que explicó que su última obra no original La hora de la estrella es una versión de una novela de Clarice Lispector.

Y Beckett. Empezaron mal. “Le había leído en los años cincuenta, me parecía decadente, pequeñoburgués. Le ninguneaba. Pero Rosa Novell me pidió que la dirigiera en Oh, els bons dies. Y me dije ‘bueno, voy a asomarme a este Beckett’. Y caí del caballo. Ahí estaba todo lo que buscaba. Me convertí en beckettiano. Y Beckett me llevó a Pinter, otro de mis grandes maestros. El lector por horas es mi plagio de Pinter”. El éxito “involuntario” de ¡Ay Carmela!, que le llenó, dice, sus arcas de doblones, le lanzó a abrir la Sala Beckett. Con una adaptación propia de Bartleby, el escribiente, de Melville, de la que se hará una lectura dramatizada en el ciclo y en la que, advierte Sanchis, “resuena muy claramente la idea de desobediencia civil”.

Sanchis es mucho más, claro. Es la indagación cuántica, Perdida en los Apalaches, y El cerco de Leningrado. Y es Medellín, y el festival de Manizales. “Mi vida tiene dos partes: antes y después de viajar a América Latina. Siempre me había interesado la revolución cubana, el sandinismo, la literatura frente al paisaje existencialista europeo”. “Es un resistente”, sintetizó Carles Alfaro, y “alguien que nunca olvida la parte social del teatro”. Y alguien con una “obsesión senil” (el propio Sanchis dixit) actual: la “traslucidez”, como un rechazo a la transparencia y una apología de la opacidad; el gran misterio del teatro, que Sanchis Sinisterra sigue rastreando.

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